El juego a la vista es anodino, superfluo; el otro juego, el que vale para el resultado y no para la quiniela del contribuyente, es subterráneo.
El partido es bronco, tal y como se ha ido prefigurando día a día, con minuciosa escenificación desde que el calendario corre hacia delante ajeno a las oscilaciones y las sacudidas. El enfrentamiento suena a cosa hecha y sabe a guiso recalentado, a la moda de las trincheras con decorado posmoderno, toda clase de comodidades y accesos a la comunicación unidireccional e inmediata. En los extremos del estadio —la reducción al pan y circo viene que ni pintada, la realidad ayer y hoy es la que fue y es—, vociferan oposición y desafío mientras en el esfumado paisaje de los centros el público asistente, mayoritario en el recuento del aforo, ni coge ni deja, sólo espera, puede que incluso confíe en el equipo arbitral, confundido con el paisaje, y aquí paz y después gloria que nunca pasa nada y si pasa no importa. El juego a la vista es anodino, superfluo, atrapado en una maraña de fárragos; el otro juego, el que vale para el resultado y no para la quiniela del contribuyente, es subterráneo y taimada la pugna por ganar o derrotar, por vencer y eliminar, por triunfar y suprimir, por mostrar el trofeo o por conservar las atribuciones; sin jueces con autoridad sobre el terreno, tampoco comité disciplinario, ni luces ni taquígrafos; las apuestas, a modo de engaño para los crédulos irredentos fluctúan cual dientes de sierra.
Endemismos autóctonos.
Es bola de partido. ¿La primera? Poco importa. Circulan rumores, traviesos dimes y diretes. ¿Todavía? ¿Todavía qué? Es una forma de hablar.
¡Habladurías!
¿Nada de nada?
Ya veremos. ¡Se verá! Caerá del cielo o ascenderá por los peldaños de la escalera que cubre la ruta entre el abismo y el remedio casero, improvisado. El artista invitado ocupará su lugar en la pantalla y declamará un discurso pactado a varias bandas. Expectación y resignada acogida a las palabras antecesoras de los hechos, mudables ellos según propicie el viento de las decisiones, en la platea y el anfiteatro.
A la enésima irá la vencida. En el juego hay que insistir para que toque, conviene reiterarse en las manos, dosificar las bazas y persistir en el empeño; quien resiste, vence; quien pega la espalda y el culo al asiento tapizado, de color prebenda con matices privilegio, soporta de buen grado —grande es la recompensa, hermano— el aluvión de insidias, juicios contradictorios, embates y turbulencias originados de la parte contraria —la del otro lado, la pendiente, la al acecho, para entendernos— y de injurias y calumnias denunciadas que dilucidará en sus daños el criterio de los intérpretes de la letra y el espíritu del código penal, de la ley y del Estado de Derecho en el mundo de las ideas. Los jugadores de ventaja, que alumbran sus estrategias con faroles, y del ruido tiran como aliado, guardan en la recámara, cual oro en paño, la apatía y la ignorancia del público volandero: una apuesta segura, aunque de sinuoso recorrido.
La historia —cabría referirse en plural a conjunto ordenado cronológicamente de los manidos capítulos de la saga humana exenta de fábula y mito— se repite y las historias se perpetúan, codiciosas y venales, igual que reitera su hegemonía y gobierno la envidia, causa primera de todos los vicios y defectos, matriz generadora de picardías, arribismos, egoísmos de don nadie y excusa prófugas de la mediocridad rampante; el batiburrillo cenagoso que patalea, llora, mama, vocifera y exige.
¡Qué sería de la necedad sin exigencia! Lo mismo que de la ignorancia sin osadía.
Nada de nada.
El peligro para propios y extraños sobrevuela en ciernes y en círculos, paciente y avizor, confiado en la práctica cainita que es de consumo obligado en la grey de miras cortas y entendederas menguadas, ayuna de iniciativas individualizadas para salir de los trances que la artera maña del comité central propone y dispone, todo en unos pocos, apretando y abarcando. Al principio fue… y ya no es ni, deséase por esos que pinchan y cortan, será. De fuera vendrán que de casa te echarán, tal es el concepto a desplegar o a replegar, depende de los actores y los espectadores y a la inversa, la inversión de los manejos, la demolición de las férreas líneas de conducción dentro de las colosales estructuras de muro y telón.
Fíate de las apariencias. Más bien, atiende a los giros retóricos y al “cumple con lo que digo y prescindan tus sentidos de lo que hago”.
Traza una línea divisoria estricta: a un lado las querellas legítimas, legales y lógicas; al otro, impertérrito, acomodado, el pleitos tengas y los ganes, frase indicativa de que si las citadas prosperan, aunque sólo por el reconocimiento y la satisfacción, con independencia del trayecto entre túneles que recorran, te puedes dar con un canto en los dientes.
El partido se juega a domicilio, con las reglas a buen recaudo en un cajón habilitado en la dependencia de asuntos pendientes sine die, vulgo si te he visto no me acuerdo. Actitud que rememora la de los adictos a un régimen que de súbito truecan el favor por la trampa, la añagaza y la salida a empellones por la puerta falsa. Lo escribe la historia y lo cuenta la voz sapiente a oídos prestos destinados a saber y ejercer: líbrame de los amigos que con los enemigos me basto y sobro desde la genética, el argumento y la convicción.