Ha llegado el esperado tras un azaroso viaje. La esperada ha llegado de su previsto viaje. Los dos han llegado al punto de encuentro, quizá sin saberlo, a hora parecida, en condiciones similares.
Puestas las miradas en ellos sin que la inmediatez los atosigue.
Diligencia en el cumplimiento del deber. Ante todo profesionalidad y eficiencia.
Obren como saben y deben los serviles instrumentos de la apariencia.
Acudan prestos los serviles y rehabiliten las fisonomías que los trayectos prolongados ajan, debilitan, ensombrecen.
¡Quién fuera él!, quizá piense el atento servicio.
François Girardon: Apolo servido por las ninfas de Thétis (1673). Palacio de Versalles, Francia.
¡Quién como ella cautivase!, quizá suspire la devota atención.
Hugues Taraval: El aseo de Venus (s.XVIII). Museo de Bellas Artes de Moscú.
Dioses mundanos parecen, asequibles, conmovidos a veces. Él observa la mano que le pertenece por agua limpia rociada, al final del brazo, extremidad cincelada con arte; ella observa el fiel reflejo de la imagen perfecta, lo más perfecta que estime y aplauda el juicio del prójimo, delineada con mimo. Él recuesta su apolínea figura y decide que lo merece, que merece cuanto de placentero y redimidor de míticas fatigas, de legendarias aventuras, de anuncios fabulosos, los serviles le dispensan; ella, altiva y galana, hermosa y admirable, recibe la caricia apasionada de los serviles alientos, la entrega del agasajo a la ofrenda.
Nada malo hay en admirar la belleza, en venerarla y servirla para que crezca y contagie; o, desde la modestia de una aspiración mayúscula, para que tales bellezas iluminen los caminos soñados que sólo un divino privilegio, y una humana aceptación, recorren los cuerpos áureos en sus mágicos transportes.
Caminos de fantasía, ideados por un sueño común, difundido y recreado a voluntad del narrador, de imposible cumplimiento, de maravillosa factura y grado embriagador.
Cada cual a lo suyo: el mito a servir de ejemplo y el espectador a conservarlo indemne de vestigio mortal.