Vamos, susurra la voz interior que en algunas personas es conciencia y para otras necesidad y remedio. Queda menos, falta poco, hay que llegar para empezar de nuevo. A una todos, juntos superando el trance, en favor y en contra de las inclemencias, de la incertidumbre y los temores. Ayer queda atrás, mañana todavía no aparece pero llegará, y a lo mejor diferente y puede que hasta mejor. Intrincados en las pertenencias dialogan la esperanza y el miedo. La racionalidad golpea, la irracionalidad soporta.
Francisco de Goya y Lucientes: La nevada (o El invierno), 1786. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Sígueme, incita un deseo postergado que tras ser ambición fue curiosidad y al cabo dependencia. Algo que nunca fue inocente pero tampoco reo de iniquidad ni registro de vesania cuando es imposible probar a sentir lo contrario. Cierra los ojos, duerme, sueña, despierta, abre los ojos. Dibuja y escribe la aventura, sólo aquello que de intriga haya, únicamente esa que de fabulosa novedad crezca, y nada más que de fantasía tenebrosa vista y hable. La racionalidad abruma, la irracionalidad atiende.
Francisco de Goya y Lucientes: El sueño de la razón produce monstruos (Capricho n.º 43), 1797-1799. Museo Nacional del Prado, Madrid.
En marcha, truena la pasión desatada que piel con piel alienta. Camino de la idea última, después de ella ninguna como antes, si la consumación llega. Malo si no es así, fracaso y disgusto, tentativa fallida; si así es, y llega, quizá bueno o quizá no tanto porque la comparación acecha, juez implacable, y la oportunidad viene huérfana de hermanas. Como fuere, puestos a galope, ciña el revuelo un efímero quebranto. La racionalidad sucumbe, la irracionalidad domina.
Francisco de Goya y Lucientes: El caballo raptor (Disparate n.º 10), 1815-1819. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Mientras el tiempo pueda medirse siempre habrá un día después. Lo que no significa un cambio de fortuna, de percepción o de anhelo.