El enemigo es la libertad
Los violentos sucesos de 1909, con focos en la guerra de Marruecos y en el obrerismo anarquista barcelonés, alteran sustancialmente la política española; en un primer estadio imposibilitan las reformas planteadas por Antonio Maura y provocan su defenestración. Desde entonces y prácticamente hasta 1921, el reinado de Alfonso XIII no logra tomar las riendas de la vida nacional; uno tras otros se suceden los episodios de enfrentamiento y desestabilización: en 1912 el asesinato del presidente del Gobierno José Canalejas precariza por la fuerza el régimen de la Restauración (que finalizaría de facto en 1923); en 1917 los vientos revolucionarios que barrerán el oriente europeo un año después provocan un estallido político, social y militar, con reivindicaciones encontradas y manifestaciones muy beligerantes; entre 1918 y 1921, el final de la Gran Guerra y el retorno a las situaciones precedentes, desencadenan ofensivas de toma de posiciones, lucha de clases promovida y el asesinato de otro presidente de Gobierno, Eduardo Dato.
Caos y desconcierto se pasean por las calles de las principales ciudades españolas para enseñorearse de la mayoría de las voluntades, las proclives a la anarquía y la confrontación para ganar espacio y las contrarias para mantener la legalidad vigente.
Un débil gobierno de coalición liberal-conservadora, presidido por Manuel Allendesalazar —el primer gobierno que preside, entre el 12 de diciembre de 1919 y el 5 de mayo de 1920— discute en las postrimerías de 1919 cómo mejorar la situación española en general y cómo aplacar los ánimos levantiscos, con más vacilaciones que determinación, mientras la importante sindical anarquista Confederación Nacional del Trabajo, CNT, convoca su segundo congreso nacional en el teatro de la Comedia de Madrid. Los cuadros dirigentes de los anarquistas sindicados piden la vuelta a la acción directa tras, a su juicio, la inoperancia del diálogo social; con esta proclama de lucha abierta la dirección del sindicato pretende disimular el fracaso de las propuestas de sus líderes moderados en el seno de la organización, ya muy radicalizada. Es un congreso altivo, exaltado, incendiario en el que durante las dos jornadas de duración los reunidos en la Comedia desafían a la Unión General de Trabajadores, el sindicato socialista UGT, de fuerte implantación ene l obrerismo madrileño, vinculado inextricablemente al PSOE. Declaran la CNT que si la UGT no se deja absorber por la inercia del sindicato único será formalmente considerada como “amarilla”, es decir, vendida a los patronos. De ese color desacreditado y peyorativo eran para los anarquistas de la CNT los sindicatos católicos industriales que en ese 1919 se habían integrado en una confederación nacional paralela, aunque menos poderosa que la de los sindicatos católicos agrarios.
El poderío que mostraba la CNT no ocultaba, sin embargo, una naciente escisión originada en Cataluña por los denominados sindicatos libres, dirigidos por Ramón Sales Amenós, integrados por numerosos trabajadores asalariados de procedencia carlista y patrocinados por el gobernador militar de Barcelona, general Severiano Martínez Anido, el gobernador civil de la ciudad condal, Francisco Maestre, conde de Salvatierra de Álava y el jefe superior de Policía de la misma, Miguel Arlegui, mermaban la aparente y aireada unidad. Con este asunto pendiente pero marginado, el congreso sindicalista del teatro de la Comedia acuerda adherirse, provisionalmente, a la III Internacional comunista de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin; la decisión final será tomada en base al informe que sobre ella emita Ángel Pestaña, enviado a Rusia para entrevistarse con el dictador bolchevique.
El distante pero muy promocionado escenario soviético, del que sólo llegan noticias laudatorias, atrae como un imán a los movimientos revolucionarios españoles de todos los signos, aunque pronto y por la vía de los hechos comenzarán los desengaños.
La CNT quiere a toda costa el control de la masa sindicalista, y para ello diversifica su actuación y presencia sociales. En 1920 estos núcleos autónomos pero con dirección única y férrea, promueven el terrorismo, la agitación callejera, a cargo principalmente de Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso, Juan García Oliver y Rafael Torres Escartín; y un sindicalismo de corte anarquista, con nombres como: Salvador Seguí (alias el noi del sucre), Juan Peiró, Salvador Quemades y Evelio Boal. Muy próximos a ellos pero con menor radicalidad se situaron los “centristas” como Ángel Pestaña y Manuel Buenacasa. Y adyacentes a los anteriores aparecen los tendentes al comunismo Joaquín Maurín, Andrés Nin e Hilario Arlandis, que fuerzan la adhesión provisional de la CNT a la III Internacional.
Cuando Ángel Pestaña llega a Moscú para iniciar in situ su informe observa flagrantes contradicciones entre los manifiestos repetidos hasta la saciedad y la práctica cotidiana, básicamente en la dirección jerarquizada del movimiento bolchevique que ostenta y derrocha mintiendo y anulando los principios revolucionarios, que recrimina en persona a Lenin. Andrés Nin, de la corriente integradora con los bolcheviques, pasará por alto los engaños y se convertirá en portavoz de los comunistas en el seno de la CNT. Tras su complicado regreso, enfilado por los comunistas soviéticos y su correa de transmisión española, Ángel Pestaña convence a sus correligionarios y por tanto la CNT repudia la III Internacional, con lo que se mantiene en la misma línea antimarxista que sus lejanos antecesores, los internacionalistas españoles de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional, cuyo nombre histórico fue Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en 1864 por Karl Marx, Friedrich Engels y Mijaíl Bakunin) en el siglo XIX.
Este 1920 se restablece entre la CNT y la UGT la concordia de 1917, rota en el agresivo congreso sindicalista del teatro de la Comedia. Los dirigentes socialistas seguían respecto a la III Internacional comunista un camino paralelo al de sus aliados sindicalistas. En un congreso a fines de 1919, los socialistas Habían rechazado la adhesión a la III Internacional; en junio de 1920 celebraron un nuevo congreso para tratar el mismo tema, acordando una adhesión condicionada al informe del profesor Fernando de los Ríos en su visita a Lenin.
Viaja a Rusia De los Ríos y ante sus objeciones sobre las dificultades que el marxismo-leninismo oponía al desarrollo democrático de la libertad, Lenin le contestó con una respuesta famosa a modo de pregunta: “¿Libertad, para qué?”, que explica más y mejor sobre las intenciones de la III Internacional comunista que cualquier enciclopedia al dictado de sus patrocinadores. Analizado el informe, el partido socialista y su sindicato UGT desecharon integrarse en la órbita comunista.
Sin embargo, el doble y enérgico rechazo al marxismo leninismo por parte de los dos grandes movimientos revolucionarios españoles precipitó escisiones minoritarias en número y calidad en los respectivos senos que dieron origen al partido comunista de España; el objetivo por acción u omisión de Lenin y su III Internacional. Y aún más: del mayoritario rechazo sindicalista surge un partido comunista regional, la Federación catalano-balear, dirigida por Joaquín Maurín y Andrés Nin, que expulsada por contravenir la ortodoxia comunista se convertirá en el partido trotskista español, cuyo nombre oficial será BOC (Bloque Obrero y campesino), que unido a la izquierda comunista formará en 1936 el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), con minoritaria pero considerable base de masas procedente de una parte de la CNT de Cataluña.
El rechazo de la dirección socialista en 1919 forzará la constitución del Partido Comunista Obrero, con algunos veteranos del PSOE como Daniel Anguiano al frente. En abril de 1920 un emisario soviético, Mikhail Borodin, encarga al mejicano Manuel Ramírez la fundación de un nuevo grupo en el mosaico revolucionario español, el Partido Comunista de España, aparentemente dirigido, o mandado por delegación expresa, por Ramón Merino Gracia. Moscú ordena rápido la fusión de los dos grupos, y el PCO domina entonces al PCE hasta que se produce una nueva escisión en el socialismo (PSOE) cuando éste rechaza definitivamente en 1921, por nueve mil votos contra seis mil, la adhesión a la III Internacional. Ocasión aprovechada por un grupo sedicioso de las juventudes socialistas, dirigido por el capitán Óscar Pérez Solís, para ingresar en el partido comunista unificado (PCE) logrando su control y dividiendo al PSOE.
El tránsito entre la II y la III Internacional
La II Internacional, creación de Engels, entró en crisis al finalizar la Gran Guerra (I Guerra Mundial). Debido a su fracaso por impedir el conflicto bélico, la II Internacional se limitaba a vivir de pretéritas intenciones y símbolos, mientras que en Europa los partidos a ella integrados derivaban hacia la colaboración con los grupos burgueses en una naciente socialdemocracia, doctrina política bien acogida por ambas partes, pues sustituía la revolución por la evolución y el reformismo. Con la excepción española del PSOE, dividido por sus luchas intestinas, por características ambiciones de poder y la innata tendencia a destruir al oponente antes que convencerlo, formación política que mayoritariamente adoptó la consigna revolucionaria. El socialismo en América del Norte y Europa se configuraba cada vez más como un humanismo refractario al marxismo, al tiempo que en España el socialismo del PSOE se reafirmaba en la ortodoxia marxista y respiraba de los aires revolucionarios de la Unión Soviética.
Los bolcheviques rusos en 1917 convalidaron la guerra mundial en guerra civil, tomaron el poder a sangre y fuego y prolongaron la lucha interior durante cuatro años con un balance de daños personales y materiales muy superior al ocasionado por la Gran Guerra. Las víctimas civiles causadas por el hambre y el terror, especialmente el de la Cheká (Checa) bolchevique, imposibles de calcular fidedignamente, pudieron ascender a quince millones, cifra rebasada por la adición del millón y medio de soldados caídos en combate.
El panorama era desolador en todos los aspectos, pero se ciñó la evaluación de pérdidas al ámbito económico. Con la economía hundida, los marxistas bolcheviques renunciaron a su comunismo de guerra y permitieron, siquiera tímidamente, vigilada, la iniciativa privada, denominada Nueva Política Económica, que alivió el desastre. Pero como esta política económica de iniciativa privada en los años veinte, un tanto liberal, obviamente era peligrosa para el régimen soviético, Stalin (Iósif Vissariónovich Stalin) la abolió en 1928 y sustituyó por una economía planificada, centralizada, ahormada a unos planes quinquenales que iniciando un período de rápida industrialización forzosa y de colectivización económica en el campo, causaría un espeluznante deterioro medioambiental (no revelado al mundo hasta pasadas varias décadas), nuevas y enormes hambrunas y más terror con hasta siete millones de muertos en Ucrania (el holodomor o genocidio ucraniano) y otros tantos en la suma de diversas regiones.
A Lenin le falló Alemania. Confiaba en el que la potencia germana y sus zonas de influencia abonaran el experimento comunista. Al no ser así, Lenin optó por enrocarse en un régimen y un territorio, inmenso, y estimular los movimientos revolucionarios por doquier; siendo España, por motivos sociales y geográficos, uno de las preferencias; que reiteró Stalin años después con la implantación de los Frentes Populares.
Con el objeto de expandir el comunismo y consolidarlo al cabo como fuerza hegemónica en todos los órdenes, Lenin creó en 1919 la III Internacional o Comintern (Internacional comunista) que debía desbancar a la II Internacional, calificada de traidora al proletariado. Era la coordinada puesta en marcha de las revoluciones.
III Internacional
Comintern (o Komintern) es el nombre que recibe la III Internacional (o Internacional Comunista), fundada por Lenin el 4 de marzo de 1919 en Moscú, con el objetivo de extender la revolución bolchevique por el mundo. La III Internacional se opuso al socialismo reformista, evolución de la II Internacional, y fue plenamente controlada por la autoridad comunista de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). En 1943 fue disuelta por Stalin para mejorar las relaciones con sus aliados occidentales durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.
La III Internacional tenía como principales objetivos la constitución de una unión mundial de partidos comunistas y convertirse en el órgano director de la revolución comunista. En Moscú, la capital del ansiado imperio soviético, se dieron cita delegaciones de treinta y siete países.
Organizada a imagen y semejanza del Partido Comunista soviético, en seguida se convirtió en el instrumento de aplicación de las consignas del gobierno de Moscú en todo el mundo.
En el congreso de la Comintern celebrado el año 1921, se aprobó la búsqueda de la unidad con socialistas, sindicalistas e incluso socialdemócratas; con un velado propósito unificador bajo un mando exclusivo e incuestionable. Con el ascenso de Stalin a la jefatura soviética, el futuro vínculo con la socialdemocracia quedó roto al considerar sus teorías enemigas de la clase obrera. Fue alcanzada la unidad estratégica (un eufemismo que encubría la posterior absorción) con socialistas y sindicalistas en el congreso de 1935, el último de la III Internacional, cuyo mandato básico era el de la creación de los Frentes Populares.
EL PCE: papel y representatividad
1921 es el año de la fundación del PCE, sometido a una tutela servil por los delegados soviéticos.
La sección española de la III Internacional sólo contaba entonces con unos centenares de miembros inoperantes por completo en política, sin influencia alguna en el movimiento obrero, desconocidos en el plano político nacional. El movimiento obrero constaba en España de un indeciso sindicalismo católico, un partido socialista adherido a la II Internacional y la CNT, organización a la que correspondía la más amplia base de masa obrerista hasta 1936 (de seis a diez veces superior al sindicalismo católico y al socialista). La CNT estaba adherida a la AIT e identificada con ella, ya que el anarquismo organizado desapareció prácticamente de Europa en la primera década del siglo XX y los diversos sindicalismos sucumbieron de grado o por fuerza a la obediencia de los partidos socialistas y, sobre todo, después, comunistas.
El PCE carecerá de verdadera influencia social y política hasta 1934, en la onda agitadora y propagandista de la revolución de octubre en España.
Desde su fundación estrictamente controlado por personajes soviéticos, emisarios permanentes del gobierno de Stalin como Humbert Droz, que sucede a Borodin, y luego varios representantes de la Comintern irán tomando el relevo: Geroe, Jacques Duclos, Palmiro Togliatti, André Marty; sin un paréntesis de fisura. Moscú, que aún no controla a los grandes movimientos obreros españoles y que no se fía de los designados españoles, encarga la tutela del PCE a los leales y poderosos partidos comunistas de Francia y de Italia.
En sus fases sucesivas de marginación, de auge, de derrota y de clandestinidad, el PCE no ha sido más que una marioneta del mandato soviético y por orden de éste, para no perder al dependencia, de los partidos italiano y francés. Uno de sus secretarios, Enrique Matorras, diagnosticó certero y punzante —tanto que sus correligionarios le asesinaron por su clarividencia en 1936— la verdadera misión estratégica del comunismo español: “En suma, la III Internacional procura por todos los medios tener en cada país un equipo de hombres pagados, a su completo servicio, que sean los encargados de mantener un estado de agitación según las necesidades y conveniencias de una potencia extranjera”.
El PCE, por delegación de la III Internacional comunista y a la orden de los mentores de la Rusia soviética, durante la vigencia de la II República en España y, a continuación, mientras dominaron la progresivamente menguante zona republicana o frentepopulista en el transcurso de la guerra civil entre 1936 y 1939, se opusieron activamente a cualquier esperanza de concordia social entre los españoles. Para los comunistas la República sólo podía ser de inmediato marxista, soviética. El profesor de ciencia política David T. Cattell, en su obra Communism and the spanish civil war resume el propósito de los agentes soviéticos en España: “La Internacional comunista ha tenido interés desde hace mucho tiempo en España como zona de perturbación en el mundo. Artículos sobre España aparecían con frecuencia en La Internacional Comunista, la revista de la Comintern. Por ejemplo, un artículo de 1931 declaraba: ‘Las perspectivas para la revolución española son inmediatas'”. Referencia documental citada por el historiador José Manuel Martínez Bande en su obra Los años críticos, (Ediciones Encuentro, Madrid).