No miran lo mismo, no ven lo mismo. Las dos caras, quizá de la misma moneda, fijan su respectivo horizonte en un confín diferenciado. Las dos caras, tal vez de distinta medalla, atienden la solicitud o el reclamo, léase tentación, en el anverso o el reverso de la otra. Las dos caras, se mire por donde se mire, proyectan el genio y la figura, entiéndase la conducta y el aspecto, en el envés de la fiscalización ajena.
Cabeza de Eros y de Venus. Copia romana de un original griego. Museo Nacional del Prado, Madrid.
El amor y la belleza, representados por sus mitos, alardean de una independencia que los desvincula del modelo único.
Eros y Venus, traviesos ambos, enraizados hasta la médula y la náusea en el imaginario humano, principios masculino y femenino, a veces opuestos, en ocasiones dispares y a ratos complementarios, espalda contra espalda, ofrecen la mutua réplica a la argumentación esgrimida el instante anterior al de la plasmación icónica.
Indistintamente la mirada viaja al pasado y al futuro, según el punto de vista del observador y la incidencia del juicio personal; ese que dictamina la causa de la desavenencia entre los litigantes y confirma el veredicto: cualquier cosa o ya ha pasado o puede pasar.