Entre certeza y suposición asoma la curiosidad. Cauta, en los primeros compases, los que insinúan; moderada, un poco más allá, en el predominio de la anticipación; inquieta no obstante decidida, en la siguiente etapa, al cabo del prodigo; desbordada, una vez inmersa en la vorágine, con la atención en todas partes; en busca y captura, con el punto de mira distraído en la abundosa oferta de reclamos; y extasiada, también confusa, no poco aturdida y un mucho de abrazo al aire.
Hieronymus Bosch, El Bosco: Tríptico El jardín de las delicias (cerrado), h. 1500. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Un mundo de supuestos —un solo mundo fabuloso y varios supuestos fantásticos— acude ataviado de lúcida invención al encuentro del asombro. Con gesto que no gesticula pero bien indica, da paso al sitial de la contemplación y, deferente con el precipitado acopio de informaciones suministradas por los distintos y relevantes mensajeros de la autoridad suprema, y sus delegados de porte y maneras seductoras, aguarda una toma de contacto y una posterior toma de partido. Luego, transcurrido un tiempo sin tiempo en ese espacio sin límite a lo alto, a lo largo o a lo ancho, el mundo de supuestos y su abigarrada estela de composiciones, pide la confirmación o la negación en voto personal y secreto.
Es natural, es la naturaleza esplendorosa y colorista.
Es sensual, es el reino inconfeso y rutilante de los sentidos.
Insólito, es un pensamiento trepidante, inflamado de emociones, que susurra con la voz de la sangre. El zumbido vivificador de la sangre en la galería de los goces relatados de puño y letra, de genio y técnica, de intención y didáctica, con ejemplo, premio y castigo, para deleite privado o uso compartido en las instalaciones adecuadas para la finalidad explícita. Con mensaje secreto, críptico, esotérico y cabalista; con muestra de vicios y virtudes diagnosticados por los médicos de la corte, sancionados por los legisladores de la corte y sentenciados por los jueces de la corte; así habla el tríptico del poder absoluto.
Reunidos los actores y los testigos en presencia del notario —una presencia silente y oculta—, los individuos desfilan en orden, uno tras otro, por el pasillo único que conduce a la feria. Es un camino breve que se recorre con el pulso agitado y máxima expectación. Una tras otro, obedientes hasta entonces, los individuos entran en el recinto enmarcado; y ya metidos en el ensamblaje, cada cual da rienda suelta a sus instintos y, por qué no, a los del vecino y el ajeno próximo o distante. Después vendrá el turno de réplica, y la dúplica, el recuento de logros y la suma de las columnas debe y haber.
Hieronymus Bosch, El Bosco: Tríptico El jardín de las delicias, h. 1500. Museo nacional del Prado, Madrid.
No hay advertencias previas ni el precio es, a diferencia de otros espectáculos, la locura. El horizonte es amplio y el destino una incógnita sin importancia. Es lo que hay aquí, allá y acullá; al alcance de los deseos.
Pero téngase en cuenta antes de la resaca que ni al pescador ni al cazador se les escapa una pieza.