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La ilustración del calendario


Es por una buena causa, se dice, se piensa.
    La causa existe, y a partir de ella su efecto; si es o no es buena, mala o regular, altruista, vanidosa o egoísta, solidaria, transversal, iconoclasta u onerosa lo dirán cuando venga a colación las voces opinantes, las que juzgan severas y las indulgentes, las complacidas con la exhibición del vecino y la estrella y las reticentes al exhibicionismo de las materias aureoladas de una fama publicitada, de todo punto efímera y renovable.
    Porque el periodo de vigencia de la imagen es ilimitado, pero el de la fuente que la surte, aun modificadas las inconveniencias estéticas, es limitado, sometido a un dictamen despiadado e inapelable.
    El goce del esplendor que a cualquier mortal -quizá por tal condición- ofrece una tela deslizada que previamente cubría una idealización, unas opacidades dúctiles en caída, un cuadro de paraíso original con las figuras en pose de inconsciencia pavorosa y la decoración por detrás, aislada de influencia en los laterales oscurecidos, los brazos ajenos a la defensa pudorosa de lo propio —en absoluto exclusivo sino todo lo contrario—, con las extremidades inferiores retraídas, opuestas a la carrera, es el argumento para la ejecución.
    De un dibujo con los rasgos caprichosos.

Claudio Castelucho Diana: Vacaciones (desnudo 1914).


En todo lugar y época, abruman los ejemplos, aparece alguien dispuesto a desvestir su cuerpo para mostrarlo ante un mediador entre la alegoría, el negocio y el placer, y para lucirlo después ante los ojos que allí, en la peculiar configuración de ese individuo de la especie, se posen por casualidad, camino de ninguna parte, por análisis de las semejanzas y las diferencias, o con la llana y sincera intención de ver lo que se pretende.
     Cierto es que cuando no se tiene nada mejor que mostrar, y hay que hacerlo por la razón que fuere, se enseña el cuerpo, a parcelas o en integridad, con sus carnes medidas por un canon de modisto; ponderadas la altura, la longitud y la anchura del modelo a un estilo concertado, de fibroso poder en unos casos, en otros de frágil sensualidad.
    No hace falta empeñarse en la búsqueda para encontrar, como retratista o espectador, un cuerpo avenido a la exposición en imagen fija y en secuencia de movimientos acordes; no desespere el ansia de contemplaciones, que por doquier asoman cuerpos que regalan entradas de fantasía ayer, hoy y siempre.

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