Prestas a la tarea dos oponentes de enjundia. Si hacendosa la una, también la otra; si hábil la una al tejer, no menos la otra al bordar. La una por la otra desafiada; la una tan empeñada como la otra en demostrar que su capacidad es superior y, por ende, mejor el resultado tras la puntada final.
Diego Velázquez: La fábula de Aracne (Las hilanderas), 1657. Museo del Prado, Madrid.
Cielo y tierra por jueces; alcurnias y prosodias por testigos; una modelo a la espera; y un notario certero dando fe, trazo y firma de la primorosa disputa.
Diego Velázquez: La familia de Felipe IV (Las meninas), 1656. Museo del Prado, Madrid.
A la maniquí de ocasión corresponde pose y lucimiento, la cuna impone, el deber obliga, la alcurnia dicta y la historia, que se lee en futuro si presente y futuro la respetan, requiere dar cuenta de la gracia y obra de tales mañas con tales destrezas en paredes, muebles, suelo y perchas.
Una percha, sólo una, que es blanco de expectación, destino de opiniones y centro de miradas determinado por la perspectiva.
Diego Velázquez: La infanta Margarita, 1656. Kunsthistoriches Museum, Viena.
Labor conclusa, ha pasado la prueba. Vuelven los jueces a sus respectivos cielo y tierra; los testigos desandan el trayecto palaciego de aposento a sala, de trono a dependencia; el fedatario constata, descubre y ofrece; ella, menuda en su grandeza, centro de atención, depósito de esperanza, soporta digna y entera el paso de las horas y el peso de la encomienda; regresa el proceder habitual al mundo de egregios y figurantes, todos bajo el mismo techo artesonado, cada cual a cumplir con lo suyo a la espera del próximo acontecimiento: un tratado, una boda, una regencia, un nacimiento o una muerte, una sucesión o un encargo de allende las primigenias fronteras.
Diego Velázquez: La infanta Margarita vestida de azul, 1659. Museo de Historia del Arte de Viena.
Y para cada ocasión un preciso atuendo.