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Razón es de aparejar a bien morir. Isabel la Católica y fray Hernando de Talavera

Carta de la Reina Doña Isabel la Católica a su confesor, don fray Hernando de Talavera, escrita en Barcelona el 30 de diciembre de 1492

Muy reverendo y devoto padre: Pues vemos que los reyes pueden morir de cualquier desastre, como los otros, razón es de aparejar [predisponerse] a bien morir. Y dígolo así porque, aunque yo esto nunca dudé, antes como cosa muy sin duda la pensaba muchas veces, y la grandeza y prosperidad me lo hacía más pensar y temer, hay muy gran diferencia de creerlo y pensarlo a gustarlo [sentirlo, comprobarlo]. Y aunque el Rey, mi señor, se vio muy cerca, y yo la gusté [sentí] más veces y más gravemente que si de otra causa yo muriera, ni puede mi alma tanto sentir al salir del cuerpo. No se puede decir ni encarecer lo que sentía, y, por cierto, antes que otra vez guste la muerte, que plega [ruego] a Dios nunca sea por tal causa, querría que fuese en otra disposición que estaba agora [que la presente], en especial en la paga de las deudas.
    Y por esto os ruego y encargo mucho por nuestro Señor, si cosa habéis de hacer por mí, a vueltas de cuantas y cuan grandes las habéis hecho por mí, que queráis ocuparos en sacar todas mis deudas, así de empréstitos como de servicios y daños de las guerras pasadas, y de los juros viejos que se tomaron cuando princesa, y de la casa de moneda de Ávila, y de todas las cosas que a vos pareciere que hay que restituir y satisfacer en cualquier manera que sea en cargo, y me lo enviéis en un memorial, porque me será el mayor descanso del mundo tenerlo, y viéndolo y sabiéndolo, más trabajaré por pagarlo; y esto os ruego que hagáis por mí, y muy presto, en tanto que queréis que dure este destierro.
    Dios sabe que me quejara yo agora si vos no viniérades, sino por lo que toca a esta ciudad, que la tengo en más que a mi vida, y por eso pospongo todo lo que me toca. Y cuando supe este caso, luego no tuve cuidado ni memoria de mí ni de mis hijos que estaban delante, y túvela de esa ciudad, y que os enviasen luego esas cartas que escribí, y por eso agora no ahínco [apremio] más vuestra venida, hasta que placiendo a Dios estemos más cerca de allá. Y como entonces a mí no me dijeron más de lo que escribí, y no había visto al Rey, mi señor, que yo estaba en el palacio donde podábamos y el Rey en este donde el caso acaeció, y antes que acá viniese escribo yo porque su señoría no quiso que viniese yo en tanto que se confesaba, y por esto no pude decir más de lo que me decían, y aun para ahí no era más menester, que aún agora no querría que supiesen cuánto fue. Y así me parece que se les debe siempre deshacer; mas para con vos, porque deis gracias a Dios, quiero que sepáis lo que fue, que fue la herida tan grande, según dice el doctor de Guadalupe (que yo no tuve corazón para verla), tan larga y tan honda, que de honda entraba cuatro dedos y de larga…, cosa que me tiembla el corazón en decirlo, que en quien quiera espantara su grandeza cuanto más en quien era. Mas hízolo Dios con tanta misericordia que parece que se midió el lugar por donde podía ser sin peligro, y salvó todas las cuerdas y el hueso de la nuca y todo lo peligroso, de manera que luego se vio que no era peligrosa. Mas después la calentura y el temor de la sangre nos puso en peligro, y al seteno día estuvo tan bien que os escribí yo ya sin congoja con un correo; mas creo que muy desatinada de no dormir. Y después, al salir del seteno día, vino tal accidente de calentura, y de tal manera, que ésta fue la mayor afrenta de todas las que pasamos, y esto duró un día y una noche, de que no diré yo lo que dijo san Gregorio en el oficio del Sábado Santo, más que fue noche del infierno; que creed, padre, que nunca tal fue visto en toda la gente ni en todos estos días, que ni los oficiales hacían sus oficios ni persona hablaba una con otra, todos en romerías y procesiones y limosnas, y más priesa de confesar que nunca fue en Semana Sancta, y todo esto sin amonestación de nadie.
    Las iglesias y monasterios de continuo, sin cesar de noche y de día, diez y doce clérigos y frailes rezando: no se puede decir lo que pasaba. Quiso Dios, por su bondad, haber misericordia de todos, de manera que cuando Herrera partió, que llevaba otra carta mía, ya su señoría estaba muy bueno, como él habrá dicho, y después acá lo está siempre (muchas gracias y loores a nuestro Señor), de manera que ya él se levanta y anda acá fuera, y mañana, placiendo a Dios, cabalgará por la ciudad a otra casa donde nos mudamos. Ha sido tanto el placer de verle levantado cuanta fue la tristeza, de manera que a todos nos ha resucitado. No sé cómo sirvamos a Dios esta tan gran merced, que no bastarían otros de mucha virtud a servir esto, ¿Qué haré yo, que no tengo ninguna? Y esta era una de las penas que yo sentía, ver al Rey padecer lo que yo merecía, no mereciéndolo él, que pagaba por mí: esto me mataba de todo. Plega a Dios que le sirva de aquí adelante como debo, y vuestras oraciones y consejos ayuden para esto, como siempre habéis hecho; mas agora más, en especial en esto que tanto os he encargado y cuanto más presto pudiéredes.
    Y por mi descanso he escrito todo esto; no sé si o dará pena tanta largura; si la diere, abreviaré más de aquí adelante. Una cosa quiero decir porque me dicen que se piensa allá otra cosa: que lo cierto es, verdaderamente, que hechas cuantas diligencias en tal caso se debían hacer, y cuantas en el mundo se pudieron pensar, no se halló indicio ni sospecha, ni cosa que otro supiese, ni supiese de ello, mas de [salvo de] aquel solo que lo hizo, y aquél nunca salió de aquellos desvaríos, qu’el Espíritu Santo se lo mandó hacer, y que nos e confesase, y que muchos años había que estaba con estos dos buenos propósitos, y que si le dejasen cada vez que pudiera lo haría, que nos e había de arrepentir dello, que lo había hecho por mandado de Dios, porque él había de ser rey y no por otra enemiga que tuviese al Rey; y nunca destos desvaríos salió ni se mudó. Y sabía que había de morir, y no quería en manera del mundo confesarse, y era tanta la enemiga que todos le tenían que nadie lo quería procurar ni traer confesor, antes decían todos que perdiese el ánima y el cuerpo todo junto, hasta que yo mandé que fuesen a él unos frailes y le trajesen a que se confesase, luego conoció que era mal hecho lo que había hecho y que le parecía que despertaba de un sueño, que no había estado en sí, y así lo dijo siempre después al confesor, y que le pidiese perdón al Rey y a mí, y a la muerte dijo esto mesmo.
    Descanso en que lo sepáis todo y porque, miradas todas estas cosas, parece más cosa hecha de Dios que nos quiso castigar con más piedad que yo merezco. Plega él que sea para su servicio y acabo encomendándome en vuestras oraciones.
    En Barcelona, a treinta de diciembre.
    YO LA REINA.
P.D. Hoy vino el gallego, y porque había tanto escripto no escribo más sino que he recibido todas vuestras cartas, las cuales trujo el del tesorero, y otras que me dieron un día de los de la angustia, y con toda mi indisposición, que no tenía fuerzas para nada, la leí toda, y hube consolación con ella, y después otra con el de Fernando Zafra, y agora las del gallego y del otro que vino tras él o juntos. A todos responderé, placiendo a Dios; y agora a lo de vuestra venida, que me alegro oírlo cuanto no podría decir, y así confiaba yo que no faltaríades en tal tiempo; así lo tenía por fe, mas sufro y he por bien lo que haréis agora por lo que cumple a esa ciudad, que creo fuera perderla si os viniérades. Y por esto recibo el ofrecimiento para en estando allá más cerca, que para agora y entonces lo estimo yo en mucho, y encomiéndome otra y muchas veces en vuestras oraciones. Hecha el mismo día.
    Después desto me dijo Fernando Álvarez que tenía el memorial de las deudas, y no me lo ha mostrado. Si más queda de lo que yo aquí demando, de otra cualquier cosa que a vos parezca, ruégoos que me lo enviéis como lo he pedido y enviádmelo a mí. Y muero por responder a vuestra carta según que ella es; que aunque otra cosa no os debiese, ésta y las otras bastaban para deberos más que a nadie. Mas temo daros mucha pena con tanta largueza y tan desconcertada; sino de que sé [pero como sé o pero porque sé] que vuestra virtud lo sufre todo me atrevo a escribir así. Ruégoos que sea para vos solo, que con este propósito se hace. Plega a Dios que luego nos veamos sin daño de lo de allá y de lo de acá cuanto Dios fuera servido.
    Al reverendo y devoto padre el Obispo de Ávila, mi confesor.

Isabel la Católica

Imagen de Antonio Luis Martín Gómez y Biblioteca Nacional
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Carta de fray Hernando de Talavera a la Reina Isabel la Católica, empezada a escribir según en ella se declara el 28 de setiembre de 1493 y concluida el 31 de octubre del mismo año.
Jhs. Serenísima señora nuestra: Mucha razón tiene vuestra alteza de se gozar [congratularse], y de querer que todos vuestros súbditos y naturales nos gocemos desta restitución de vuestros condados (el Rosellón y la Cerdaña), hecha con tanta liberalidad y con tanta demostración de excelente virtud y muy buena voluntad; porque no solamente se gana en ello aquel señorío, grande o pequeño, mas gánase mucho saneamiento de vuestro honor y reputación, que no es dubda que no tuviese a esta causa alguna quiebra o assedamiento. Excúsase la guerra que, por justa que sea, especialmente contra cristianos, tiene daños sin cuento; quedaes [quedáis] libres para dotar vuestros reinos de complido regimiento o para ganar otros al Rey y Señor de todos los reinos, que pierde, a manera de hablar, todo lo que le ofende y gana todo lo que le sirve, y quiere que lo uno y lo otro venga por manos de hombres, malos lo primero, y lo segundo de buenos. Refírmanse [reafírmanse] vuestras amistades y alianzas con el amigo viejo (alude a la constante amistad que mantuvieron con la casa real de Francia los reyes de Castilla, de la raza de Enrique II, desde que este monarca, con el auxilio de los franceses, arrojó del trono a su hermano don Pedro, sostenido por los ingleses., que seguro el consejo de la Sagrada Escriptura no se ha de trocar por el nuevo; la cual cosa es de mucho precio, y de las mayores o la mayor en las que son de fuera de nos, porque no diga exteriores; aunque más propiamente se cuenta entre las buenas que son en nos, pues la amistad o es virtud o efecto y compañera della; lo cual se entiende y verifica de la buena y que es entre los buenos. Gánase más, y lo que a mi ver no es en menos de temer, que aquel tan poderoso rey seyendo [coronado] en edad tan tierno (se refiere a Carlos VIII, rey de Francia, que a la sazón sólo tenía veintitrés años, habiendo nacido en 1470) haya hecho obra tan heroica y de virtud tan señalada que debe dar esperanza que andando adelante crecerá la virtud y el bien obrar con el seso y con la edad. Gánese más, si yo bien lo adevino, el cordón de tres hilos que pienso que se tejerá del debdo con el Rey de romanos por tres maneras, que no puede ser mayor ni más provechoso en todas maneras de provecho; y gánase que resultará dende paz al amigo y aliado y mucha tranquilidad, y por consiguiente a toda la cristiandad. Son tantos y tales los beneficios y bienes que resultan desta restitución, que pienso que yerra mi torpe pluma en ponerlas nombre ni cuento, mayormente para quien lo siente todo muy mucho mejor sin comparación. Así con mucha razón es de haber gozo y alegría, y de dar o hacer muchas gratias a nuestro Señor, dador de todos los bienes, de cuya poderosa mano es venido este tan grande y tan honrado, que Él confirme y lleve adelante. Amén.
    Sed quid retribuetis et retribuemus Domino pro hoc et pro aliis non parvis neque paucis beneficiis, donis et muneribus quae retribuit vobis et nobis? Cur nobis? ae etiam sine vobis cut cum vobis? Omnia enim quae connumeravi bona sunt nostra quia vestra, et nostra etiam si non essent vestra. Bona namque subditorum existunt diviciae et honores principum suorum, pax et traquillitas eorum, federa et amiciciae principum aliorum. Sed bona nostram, etiamsi non essent vestra, egregiae atque eximiae virtutes quorumcumpue christianorum, pax etiam et concordia catholicorum imperatorum. Efficit enim ea communia charitas quae nectit et compaginat torum corpus Ecclesiae, hoc est, universum cetum christianorum. Bona igitur commemorata vestra sunt et ideo nostra, et nostra sunt etiamsi non essent vestra.
    Pues ¿qué servicio haréis y haremos al soberano Señor que los dio y acumuló a los dados? Más lo querría oír que decir y aprender que enseñar; mas pues vuestra profunda humildad lo manda diré mi parecer: Diligite et diligamus Dominum Deum nostrum ex toto corde, ex tota mente, ex tota anima et ex ómnibus viribus, et próximos nostros sicut nos metipsos. Quid autem importent illa verba ex toto corde et cetera, plene novita ut debuit nosse celsitudo vestra. Quod si adhuc ignorat aut non satis novit, audiat non me sed beatum Augustinum illa exponentem atque dicentem, quod nichil sit in nobis quod in Deum non ordinetur; quidquid cogitaverimus, quidquid dixerimus, quidquid fecirimus, in gloriam Dei illud cogitemus, dicamus et efficiamus; y que todo lo que querríamos que los hombres hiciesen a nos, aquello les hagamos y dejemos de hacer. ¡Oh suma de la ley y de los profetas!, y de cuanto en el santo Evangelio y en todo el Testamento Nuevo es escrito! Mas diría quienquiera: ¿y esto no nos es mandado sin esto y con esto? ¿No somos obligados a lo guardar y complir así como así? Confieso que sí; mas como crecen los dones, crece y renuévase la obligación de acrecentar diligencia en la guarda y cumplimiento de aquello, lo cual nunca puede ser tanto que no pueda ser más. Y porque vuestra muy excellente prudentia no se contentará desta generalidad, diré yo aquí en especial lo que quizá no querríades que dijese, y aun lo que ya yo estoy cansado de decir, mas pues no cansa ni cesa la obra ni canse ni cese la palabra.
    Díceme vuestra alteza en la letra que me escrebió desde Perpiñán, al fin de Setiembre, por la cual beso mil veces sus reales manos, que con mucho cansantio de espíritu y de cuerpo entendió y participó de las fiestas que mandastes hacer y hecistes a los embajadores, y créolo yo así; lo primero, porque no hay buen espíritu que no canse y que no reciba desabrimiento y descontentamiento con lo que no es bueno, ca [que] al paladar sano no puede ser suave lo amargo ni aún lo acedo. Pues como es vuestro, sea tal in rei veritate [realmente, en verdad, cosa cierta] (bendito sea aquel dador de todo bien que tal vos le dio), ¿cómo no había de cansar y tomar desabrimiento en lo que in rei veritate no es bueno ni honesto, mas lleno de mucha liviandad y ajeno de todo buen seso, de toda madureza y virtuosa gravedad? Lo segundo, porque fue tanto, según lo que yo acá vi por alguna letra de allá, que por bueno que fuese había de dar hastío. Dulce es la miel, mas dice el sabio que daña y aun amarga demasiadamente tomada. No reprendo las dádivas y mercedes, aunque también aquéllas para ser buenas y meritorias deben ser moderada, no las honras de cenar y hacer collación a vuestra mesa y con vuestras altezas, no la alegría de los ejercicios militares, no el gasto de las ropas y nuevas vestiduras, aunque no carezca de culpa lo que en ello hobo demasiado.
    Mas lo que a mi ver ofendió a Dios multiphariam multisque modis fue las danzas, especialmente de quien no debía danzar, las cuales por maravilla se pueden hacer sin que en ellas intervengan pecados; y más la licencia de mezclar los caballeros franceses con las damas castellanas en la cena, y que cada uno llevase a la que quisiese de rienda. ¡O nephas et non fas! [Por fas o por nefas: por una u otra cosa, razón, motivo] ¡Oh licencia tan illícita! ¡Oh mezcla y soltura no católica ni honesta, mas gentílica y disoluta! ¡Oh cuán edificados irán lo franceses de la honestidad y gravedad castellana! ¡Oh cuán enseñados para reprimir en su patria toda liviandad, toda inepta Leticia, toda disolución cuanto quier que parezca hamana! ¡Oh, si yo lo entiendo, cuánto pierde mi reina y mi soberana señora en ello, ante los hombres digo, que ante Dios no dubdo nada! ¡Oh reina Vasti, [quien se negó a exhibirse en público por mandato del rey Asuero] cuán injustamente privada del reino porque tu gravedad y honestidad no se conformó con la liviandad y embriaguez del rey Asuero! [Asuero: rey de Media y Persia que en el bíblico Libro de Ester aparece mencionado como su esposo, una vez divorciado el monarca de su esposa Vasti] ¡Oh Reina de Saba, cuán ajenas tus fiestas de aquesto! ¡Oh bendita Elisabeth, hija del Rey de Ungría y duquesa de Lorena, cuán quita y apartada de todo ello! ¡Oh Reina de los ángeles, porque no andemos por las ramas, por qué sofrís a vuestra dama, a vuestra sierva, que quiera y sufra cosa, de vuestra soberana excellentia y de vuestra perfectísima honestidad tan ajena! ¡Oh cabeza tan majada y no castigada ni escarmentada! visto en que pararon ayer las de Sevilla ¿hay osadía para pasar un dedo ni un pelo el pie de la mano? ¡Oh (si lo osare decir) memoria o desmemoramiento de gallo, que canta una y otras veces porque no se acuerda si ha cantado! Pues, ¿qué diré de los toros, que sin disputa son espectáculo condenado? Lleven doctrina los franceses para procurar que se use en su reino; lleven doctrina de cómo jugamos con las bestias; lleven doctrina de cómo, sin provecho ninguno de alma ni de cuerpo, de honra ni de hacienda, se ponen allí los hombres a peligro; lleven muestra de nuestra crudeza, que así se embravece y se deleita de hacer mal y agarrochar y matar tan crudamente a quien no le tiene culpa; lleven testimonio de cómo traspasan los castellanos los decretos de los Padres Santos, que defendieron contender o pelear con las bestias en la arena. ¡Oh qué diría si todo lo cupiese la carta! Pero baste lo dicho, porque creo yo bien que se hizo y hace todo con cansancio de espíritu. Mas esto no callaré; que la mesma circunstantia del cansantio agrava el pecado. Perdón lleva la embriaguez que se causó de mucha sed y el hurto que se cometió con gran menester y aún el homicidio cometido con demasiada ira; mas lo que se excede sin apetito y sin deleite ¿qué excusation tiene? Perdónelo todo nuestro Señor, amén; no dé la pena que merece, amén, amén; y a mí perdone, no lo que excedo en decir esto, mas lo que fallezco en no lo decir así complido como debo.
    Por Dios y por su pasión mírese agora con mucha diligentia que hay que emendar en todas las cosas que pueden recibir emienda, que hay que añadir de bien y de diligentia en las que conciernen las personas, las familias y los reinos y señoríos, los consejos del Estado, de la Justicia y de la Hacienda, con todos los otros ministerios y oficios, y aun las nominationes a los beneficios por vigor de los indultos. Mírese cuanto posible fuere en la paga de lo que se debe, que sin dubda es mucho, y tómese por espuela y por aguijón para todo quod quum augentur dona, rationes etiam crecunt donorum.
    Vuestra venida sea mucho enhorabuena. Sabe nuestro Señor cuán abiertos tengo los ojos para ver el suelo que vuestros chapines huellan, y poner allí muchos ratos ya que no puede ser todavía mis pollutos labios; pero aquí en esta honrada Alhambra, en aquellos ricos y lindos pavimentos y tan limpiamente losados, cúmplalo nuestro Señor, amén.
    Porque vuestra alteza es avarienta de las escripturas que le presento o comunico, y no las muestra quizá con mucha prudentia y no menos caridad, si no son tales que se deban mostrar; por eso y porque va en latín, envío al doctor de Talavera para que , si le pareciere bien, la presente a vuestra serenidad la muy excelente victoria y digna de inmortal memoria  que nuestro Señor dio al rey don Alonso XI, vuestro cuarto abuelo, cerca del río que dicen del Salado, contra el rey de Marruecos y de Bellamarín, etc.; la cual puse en latín acompañada de algunas sentencias de la Santa Escriptura, para que la leyésemos por lectura a los maitines de aquella fiesta que acá comenzamos hogaño a celebrar con mucha solemnidad, como es razón, porque unas lecciones que vi en un breviario toledano me parecieron breves y no tales como yo quisiera; y así verá vuestra alteza alguna de las ocupationes que estragan mi tiempo, y si es razón dejarme vacar; pues ¡oh que si viese vuestra muy excelente devoción el oficio de vuestra dedition de Granada! Que no le publico ni comunico hasta que le vea, ni se le envío porque no le debe ver sin que yo sea presente para le dar razón de cada cosa y cosa contenida en él.
    De la ida del rey moro para allende, remítome a lo que Hernando de Zafra ha escripto y escribe, que lo ha muy bien trabajado mente et corpore; no sé cómo le será remerceado, que él nunca cansa de servir en mil maneras y muy provechosas.
    Una honrada procesión hecimos dando gracias a nuestro Señor de la reformación o revalidación de vuestras alianzas con Francia, etc., con un honrado sermón.
    El Obispo de Málaga vino aquí por me dar el palio arzobispal y por comunicar conmigo muchas cosas del regimiento de su iglesia y aun de su casa, y porque le ayudase a se librar de la apostema que le nació, y que tenía de continuo con aquel su hijo, que aunque habido con menor culpa que otros no dejaba de infamar y deshonestar como los otros. Dimos orden en todo, y partióse enhorabuena libre y consolado de mucha pena que tenía de le ver.
    Juan de Ayala, vuestro aposentador mayor, es aquí venido por ver esta tan honrada cibdad y por se holgar conmigo; y ni tiene perdidas las mientes para servir ni los dientes como yo, aunque mal pagado y peor remunerado de lo mucho que seguro su manera ha servido, según vi por un memorial que me mostró, como en el tiempo que era aquél mi oficio. Verdad es que para suplica a vuestras altezas que descarguen sus reales conciencias, y sean muy agradecidas a quien  bien y aun a quien comúnmente las ha servido y sirve, por mucho que esté apartado y absente, estaré siempre con el spíritu y con la pluma junto o acerca y presente, y aun para instar sobre ello oportune, si fuere menester, más que nunca; porque nunca tuvieron más obligación ni más aparejo que en este bienaventurado, victorioso y pacífico tiempo. ¡Oh qué si lo de las Indias sale cierto! de que ni una palabra me ha escripto vuestra alteza, ni yo, si bien me acuerdo, otra sino ésta.
    Acuérdese vuestra real magnificencia de mi don Gómez de Solís en la nomination de los indultos, creyéndome que no hay cosa que su bondad no merezca, y aun de don Rodrigo, hijo de Garci Hernández Manrique, que está conmigo; bachiller es y bien acondicionado, y asaz emendado de algún siniestro que había tomado. Pues de mi secretario, si así le puedo llamar, no digo nada, porque en verdad sus continuos servicios (a vuestra alteza digo) en cosas que se ofrecen, hablan y deben hablar por él. También se acuerde del licenciado, hermano de vuestro tesorero Rui López, que en verdad tiene buen merecimiento, y cada día más.
    Allá tiene Hernand Álvarez algunas nominationes por despachar (ni sé si es negligentia suya o pereza de vuestra alteza), que no hay en ellas que dubdar, y las iglesias tienen falta de servicio y yo carga de costa, que tengo algunos esperándolas y tal ha que ocho meses y más.
    De licenciado de Villaescusa, nombrado para deán de esta santa iglesia, son allá hechas siniestras informationes en vuestro consejo, diciendo que perturba vuestra jurisdiction real, y a cuanto yo puedo alcanzar muy ajenas de la verdad. Vi una cédula que vuestras altezas sobre ello escrebieron al reverendo Obispo de Jaén, de que mucho me maravillé, porque le condenaba sin le oír. Bien sé que su virtud no pierde nada, antes gana con la patientia, y que le será poca pena, porque le dará gloria y alegría el testimonio de su concientia; mas pésame mucho porque se alterará el buen concepto que vuestra alteza con mucha razón tenía de su mucha bondad y virtud; y perderse ha que no sea empleado en lo que podría mucho servir a nuestro Señor; y perderé yo la buena ayuda que me había de hacer en la plantation y regimiento desta santa iglesia, que tales hortelanos y obreros había y ha menester. De cuál está ella y todas las otras, remítome a los que no les tienen la affection que yo; es cierto que razonables; mas aun no cuales yo querría y cuales espero en nuestro Señor que lo estarán, si vivo, algún día, con el favor de vuestras majestades, que vivan in perpetuum, amén.
    Agora perdone vuestra muy excelente prudentia mi prolijidad, y séale pena de su demandarla; que aunque con ella huelgo de razonar como con los ángeles y me alargo más que con nadie, pero no me extendería tanto si aquello no me diese atrevimiento.
    Pensé que había cavado por este rato, y olvidábaseme esta conmemoración, que plega a vuestra muy excellente retribution y agradecimiento haber memoria de cómo han servido el escribano de ración y Francisco Pinelo, y como tovieron ojo, y les dimos in nomine vestro esperanza dello, que en esta cibdad recibirían mercedes.
    También diz que sirvió el padre deste Herrera, y él no se ha quedado en la posada, mas ha quedado sin hacienda. Después acordé que no fuese este el mensajero.
    Quiero ya poner la hecha y cerrar; si no, nunca acabaré. La verdad es que se comenzó a escrebir víspera de San Miguel, cuando vuestra alteza por su real nobleza me quiso escrebir en Perpiñán, y sobrevinieron las fiestas y mis tercianas, y aquéllas pasadas, se vino a acabar hoy, víspera de Todos los Santos. Así que, obra de un mes, no sin causa debe ser larga. Adjiciat Dominus suam largat, benedictionem super vos et super filios vestros. Amén. Amén.
    Aún falta esta contera: que por Dios se acuerde vuestra real magnificencia y tenga por bien de nos hacer regidor desta cibdad al vuestro bachiller de Guadalupe, bachiller en el título y doctor en el merecimiento, que sin dubda, calla callando, en seso y en virtud es hombre para todo; y parezca por obra su buena dicha en esto, que quod ultimo dicitur aut scribitur melius memoriae comendetur. Iterum supplico. Amén.

Hernando de Talavera (S. XVI), Monasterio de El Escorial.

Imagen de religionenlibertad.com
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Carta de la Reina Doña Isabel la Católica a su confesor, don fray Hernando de Talavera, escrita en Zaragoza el 4 de diciembre de 1493
Muy reverendo y devoto padre: tales son vuestras cartas qu’es osadía responder a ellas, porque ni basto [alcanzo] ni sé leerlas como es razón; más sé cierto que me dan la vida y que no puede decir ni encarecer, como muchas veces digo, cuánto me aprovechan; tanto que no es razón de cansar ni dejarlas sino escribir con cuantos acá vinieren. Y querría yo que aún más las entendiésedes, y más particularmente de cada cosa, y de todas las cosas que hubieren de negocios y de las cosas que hay que acá pasan, así que como lo que estamos agora con el Rey de Portugal sobre lo que toca a aquellas islas que halló Colón y sobre ellas mismas que decís que nunca os escribí, y sobre lo que escribís de los casamientos de nuestros hijos, qu’es lo que os parecería mejor. Aunque de la Princesa no es de hacer cuenta [Isabel, hija mayor de los Reyes Católicos, viuda del príncipe don Alonso de Portugal, muerto a consecuencia de una caída del caballo], porque está determinada de no casar, y el Rey, mi señor, desde ahora un año le aseguró de no mandárselo, y yo desde antes estaba en no mudar su buena voluntad. Y no sólo en estos negocios, que son los mayores, mas en todos los de nuestros reinos y de a buena gobernación dellos querría que particularmente me escribiésedes en todo vuestro parecer.
    Y ya ha muchos días que yo deseo escribiros esto, y dejábalo porque me parecía que os excusaba de todo, y agora me dio ocasión lo que decís que nunca os he escripto de las Indias, de que tomé que no os pesara de que os escriba así aquellas cosas, y de ello y de otras muchas hubiera escrito y pescudado [averiguado, preguntado] si supiera esto. Y algo ha estorbado a esto el poco espacio que tengo para escrebir, y que recibo pena en ello desta manera que querría tanto decir, y teniendo tan poco espacio, confúndese el entendimiento de manera que sé muy menos de lo que sabría con más espacio, y dejo de decir muchas de lo que querría, y lo que digo muy desconcertado, y esto me pena, que si tuviese espacio sin duda no hay pasatiempo en que yo más huelgue [disfrute]. Y aun así como es, será descanso para mí si yo pienso que vos sufrís sin pena mis cartas, aunque vayan tan desconcertadas, y alargaré más en ellas, y en lo que yo no pudiere de aquí adelante, de mano de Fernán Dálvarez os haré saber todas las cosas principales para que sepamos en ellas vuestro parecer.
    Y esto os ruego yo mucho, que no os excuséis de escrebir vuestro parecer en todo, en tanto que nos vemos, ni que os excuséis con que no estáis en las cosas y que estáis ausente, porque bien sé yo que ausente será mejor e consejo que de otro presente, y no hubo nadie, ni presentes ni ausentes, que así como vos en ausencia supiese sentir y loar la paz [la acordada entre los reyes de Aragón y Francia] por tantas y tales razones, ni así decir ni enseñar las gracias que habíamos de hacer a Dios por ella y las otras mercedes recibidas (cual plega a Dios por su bondad que hagamos, y vos podéis mucho ayudar de allá con esto que digo, en tanto que no queréis ayudar de acá), ni quien así tan bien reprendiese de lo que se debía reprender de la demasía de las fiestas, que es todo lo mejor dicho del mundo, y muy conforme mi voluntad con ello, ni quien en todo lo otro así hablase ni aconsejase como vos en vuestras cartas.
    Y por esto vuelvo todavía a rogar y encargar que lo queráis hacer como lo pido, que no puedo recibir en cosa más contentamiento, y recíbole tan grande en lo que he dicho que reprendéis, y es tan sanctamente dicho, que no querría parecer que me desculpo. Mas porque me parece que dijeron más de lo que fue, diré lo que pasó para saber en qué hubo yerro, porque decís que danzó quien no debía: pienso si dijeron allá que dancé yo, y no fue ni pasó por pensamiento, ni puede ser cosa más olvidada de mí. Los trajes nuevos no hubo ni en mí ni en mis damas, que todo lo que allí vestí lo había vestido desde que estamos en Aragón, y aquello mesmo me habían visto los otros franceses; sólo un vestido hice de seda y con tres marcos de oro, el más llano que pude; esta fue toda mi fiesta de las fiestas. El llevar las damas de rienda, hasta que vi vuestra carta nunca supe quién las llevó, ni agora sé sino quien se acercó por ahí como suelen cada vez que salen. El cenar los franceses a las mesas es cosa muy usada y que ellos muy de continuo usan (que nos llevarán de acá ejemplo dello), y que acá cada vez que los principales comen con los reyes, comen los otros en las mesas de la sala de damas y caballeros, que así son siempre, que allí nunca son de damas solas. Y estos e hizo con los borgoñones cuando el bastardo [la venida del bastardo de Borgoña, Antonio de Borgoña, a Castilla ocurrió en 1488] y con los ingleses y portugueses, y antes siempre en semejantes convites, que no sea más por mal y con mal respecto que de los que vos convidáis a vuestra mesa.
    Dígoos esto porque no se hizo cosa nueva, ni en que pensásemos que había yerro, y para saber si lo hay, aunque sea tan usado, que si ello es malo el uso no lo hará bueno y será mejor desusarlo cuando tal caso viniese, y por esto lo pescudo. Los vestidos de los hombres, que fueron muy costosos, no lo mande, mas estorbélo cuanto pude y amonesté [advertí, previne] que no se hiciese. De los toros sentó lo que vos decís, aunque no alcance tanto, más luego allí propuse con toda determinación de nunca verlos en toda mi vida, ni ser en que se corran, y no digo defenderlos porque esto no era para mí a solas.
    Todo esto he dicho porque sabiendo vos la verdad de lo que pasó podáis determinar lo que es malo, para que se deje si en otras fiestas nos vemos; que mi voluntad no solamente está cansada en las demasías, mas en todas fiestas, por muy justas que ellas sean, como ya os escrebí en la carta larga que nunca he enviado ni oso enviar hasta saber de todo si habéis de venir cuando Dios quisiere que vamos a Castilla. Y en esto no oso mucho apretar, posponiendo lo que nos toca por lo que vos queréis, y porque mi condición es, en lo que me toca, en no apretar a nadie, cuanto más a quien bien quiero, y cuanto más a vos. De las escripturas que decís que no muestro, cierto he estado en agonía que veo que yerro en no mostrarlas, según ellas son, y por lo que decís de mí no las muestro; mas mostrarlas he, aunque yo reciba afrenta en oír de mí lo que no hay. Y vi una carta que escrebís al Cardenal de Cartagena que nunca vi mejor cosa, mas habéis de perdonar una gran osadía que hice en tocar en ella, que borré donde decíades de la hipocresía, porque me parecía que para Roma no era de tachar porque pluguiese a Dios que hubiese allá alguna. Y destas cosas de Roma os ruego mucho que me escribáis lo que os parece, y si es cosa en que algo podamos hacer, y que, y esto es lo principal que os había de escrebir, y va ahora aquí porque vino acaso.
    De la ida del rey moro habemos habido mucho placer, y de la ida del infantico su hijo mucho pesar. Si yo supiera lo que vuestra carta dice más diligencia hiciera por detenerle. Paréceme que allá donde está lo debemos siempre cebar, visitándole con color de visitar su padre y enviándole algo; para esto enviad acá a Baeza el de Martín de Alarcón, que él será bueno para enviar.
    El oficio de Granada os ruego que me enviéis como quiera qu’esté, para que yo le vea, y si fuese posible antes del tiempo; qu’este otro que he visto es tal que me ha engolosinado más por ver esotro. Y también os ruego mucho que todas las cosas que hiciéredes me enviéis, que no hay cosa con que más huelgue, y mandad a Logroño que no alce la mano del Cartujano así con su romance y el latín juntamente, como yo le dije hasta acabarlo, y aún querría que en tanto me enviase lo que tiene hecho.
    Lo de Juan de Ayala quedará para Castilla, que agora yo no sé cómo se despache, ni sé por qué está por despachar ni lo que es; aunque querría, y es razón, que se despache bien lo que le tocare, y por él y por los otros todos que a vos pareciere he yo mucho placer que habléis, que siempre es el oficio vuestro.
    Lo del indulto se hará lo mejor que pudiéremos, y se habrá mejoría de los que decís, aunque son tantos que no puede caber mucha parte a nadie; mas cumpliremos con los más suficientes.
    Las nominaciones no se han firmado, porque me parece que estaban llenas muchas dellas y no querría nombrar dos veces, y no he tenido espacio de ver los memoriales; mas ahora los veré y los despacharemos.
    Empecé y acabo esta carta con tanto desasosiego (digo) porque estando escrebiendo me llegan con tantas hablas y demandas que apenas sé qué digo, y nunca la acabara, sino qu’estuve e la cama hoy todo el día, aunque estoy sana, sólo porque me dejasen y aun ahora no me dejan.
    La de Fernando de Zafra es razón que reciba merced, pues tan bien lo hace en todo, y para ahora nos place de hacelle merced de la heredad que decís que llaman Hueste, no sé si acierto el nombre; mas vos lo entenderéis, que me lo escrebistes, y sea por su vida, hasta que más veamos en ello. Y la contaduría de cuentas de Alonso de Quintanilla habremos con suplicamiento por Fernando de Zafra; estese por ahora. Lo que más os pareciere vos lo escribiréis para adelante y habremos placer de todo lo que se pudiere hacer por él. Éste llevará la merced de la heredad, sino porque no se quiere detener para escrebir esto, y le han tenido casi preso.
    Y porque nos viene bien dar los Vélez por cosa nuestra propia, en que ganaríamos y no los podríamos dar por lo que está capitulado con ellos y jurado, querríamos que Hernando de Zafra tuviese manera con el alguacil con quien él mejor viere para que lo hubiesen por bien y diesen su consentimiento, de manera que pudiésemos ser libres. Ruégoos que desta o de otra manera, como os pareciere, entendáis en cómo se puede hacer, y él y vos nos enviad [enviadnos], que nadie lo sepa, un memorial de las cosas que se pueden dar de las Alpujarras y de lo que dejaron los moros, que no sean cosas principales ni de mucho perjuicio para dar.
    También nos parece que sería bien doctar [dotar, conceder] desde luego los moriscos, porque agora se podrá mejor hacer antes que se acabe de repartir, y aprovechalles ha para las obras en tanto que no podemos ayudarles. Ruégoos que me enviéis vuestro parecer de todo lo que os parece que debemos dar a cada uno muy por menudo en qué y cuánto, y en tanto [entretanto] haced que no se metan en lo del nublo el Conde (de Tendilla) ni otro.
    Acabo por no cansaros, que aún yo no cansaba; mas ruégoos qu’esta mi carta y todas las otras que os he escripto o las queméis o las tengáis en un cofre debajo de vuestra llave [cerrado con llave custodiada personalmente], que persona nunca las vea, para volvérmelas a mí cuando pluguiere a Dios que os vea, y encomiéndome en vuestras oraciones.
    De mi mano, en Zaragoza, a cuatro de Deciembre y de camino para Castilla; que ya no hay, placiendo a Dios, por qué detenernos, que las Cortes de aquí a ocho días tienen de plazo, y mejor venís que no se acabasen [antes de finalizar] porque no se quitase la Hermandad con que se hace justicia, y sin ella nunca se hace aquí.
    YO LA REINA.- Ruégoos que a todo esto me respondáis luego.
    Al muy reverendo y devoto padre el Arzobispo de Granada, mi confesor.

Virgen de los Reyes Católicos (1493).

Imagen de museodelprado.es


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