Dar con la solución.
El problema acuciante para Felio era atinar con una solución que le permitiera al mismo tiempo estar, como se supone estaba compartiendo desayuno y trayecto hasta la casa, y seguir, como parece seguía al individuo donde le llevara campo a través. Una solución que fuera simple, convincente a quien se la planteara; o puede que osada, pasmosa.
Como el pisar las huellas del ser precedente para no perder el camino que traza al viajero que va a ciegas tironeado por una fuerza superior a la propia. A los lados de la estricta ruta el paso es impracticable, como las soluciones que se le ocurren sobre la marcha a un Felio atribulado; soluciones recíprocamente incompatibles, no hay duda, pero tampoco la hay de su consistencia y validez argumental. ¡Paradojas de la vida!
Paradójico. El camino no tiene salida. Era un camino único con cartel anunciador: Sin salida, de madera grabada por un rayo, hincado en el matorral.
Paradójico. El guía hizo caso omiso, buen conocedor del terreno. Lo habían contratado para que les mostrara la senda sin tránsito a la velada luz de la noche prorrogada. Pero sólo le seguía Felio, más pendiente de sortear las trampas de la ruta que de distinguir una alternativa asible entre la vanguardia y la retaguardia.
El hombre de parpadeo demorado le sacaba ventaja. Él, a su vez, sacaba ventaja al mundo a su espalda. Ni por detrás le alcanzarían ni por delante alcanzaría al reclamo. Entonces se dio cuenta de que aquellos segundos de vacilación —voy, me quedo, aguardo una señal, me froto los ojos, me lavo las manos, valor y al toro— marcaba la diferencia. Por mucho que se empeñara, y hasta ahora se empeñaba, por mucho que acelerara, y hasta ahora sus piernas se movían ágiles pese a la oscuridad y el roce de obstáculos, por mucho que buscara incorporarse al influjo del misterio, lo que él representaba iría siempre unos metros, unos segundos, unas deducciones retrasado.
Imagen reflejada en el espejo. Te miro, me miras; nos encontramos en el punto medio, después de que me mires y de que te mire. Pero, ¿qué ha pasado antes?
Al principio fue la intención.
Felio quería aproximarse a la distancia de impacto. De conseguirlo —era cuestión de alargar la zancada—, preguntaría al hombre quién de los dos daba sentido a la aventura; y cuánto tiempo había transcurrido desde su acuerdo, escrito en el guion a modo de apunte precipitado. Sin abrir la boca. El aire de la noche traía efluvios de nostalgia, y algunos rumores que al sobrevolar los oídos relataban unos episodios prodigiosos.
Fantasía.
El deseo eternamente prolongado de conceder a la imaginación el monopolio de la realidad.
Imposible.
Sin embargo, las notas del instrumento de cuerda percutían graves en algún lugar del mundo difuso, sonaban las ululantes notas del instrumento de viento, danzaban frenéticas y sensuales las hojas de escindidas partituras, coreaban el triunfo de los elementos voces unísonas de mil tonos, tañían las campanas.
La madrugada fluía experta con inquisitiva lentitud.
“Ven.”
Primera llamada.
No. Hubo otras llamadas antes.
“Ven.”
Segunda llamada.
Antes hubo otras.
Tercer aviso.
“Sigue o vuelve.”
Felio quiere penetrar la entreverada oscuridad, “ahora te muestro, ahora te oculto”, pero ella, que es vieja y sabia, niega la concesión.
En el mundo difuso también la autoridad manda y el principio de jerarquía se respeta. Es un sueño, se piensa, mientras el sueño campa por el espacio que le compete y del que es dueño y señor absoluto, intercalado de secuencias de corta duración, pero intensamente vividas hasta que un entrometimiento, cuyo origen se conocerá al rato, sitúa enfrentadas la realidad y la ficción; un cara a cara del intruso con el mago. Se dice que ha sido un sueño, y de él resta una vaga idea y unas imágenes confusas tres o cuatro inspiraciones más tarde. Se opina de la secuela que ha debido ser un sueño. Se juzga como un sueño el resultado que cuesta de atrapar en la sala de los interrogatorios, cuya voz serpentea del enunciado verdadero al enunciado falso con una secuela de argumentos acordes a la oscilación.
Sumido en la lógica disquisición, vulgo distraído, Felio intentaba conciliar las ansias de los opuestos en beneficio personal, asunto harto complicado de resolver además yendo a tientas, incurso en los riesgos de una naturaleza chancera de apariencia modosa y si no hospitalaria en sus adentros al menos un tanto condescendiente, que para el caso sirve. Aunque fiarse de un improvisado lazarillo, titulado por necesidad, es craso error que se paga caro y rápido.
En un abrir y cerrar de ojos, valga la nueva paradoja, Felio pasó de arriba abajo, de la luz tenue que los ojos captan al desfiladero opaco, cortante y sañudo que los sentidos temen.
La esperanza es que sólo fuera un sueño.