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Alegoría de la pendiente


Hablamos de contrastes.
    También hablamos de belleza, del ámbito de la belleza, de todas las bellezas que admiten los sentidos. En ese momento precedido de belleza y armonía y antes por el reencuentro y la confianza, eludimos buscar la causa a una acción concreta, susceptible de imitación, dedicándonos a observar el efecto de la misma juzgado por el tribunal competente, instancia única, plena de rigor y argumentos.
    Cuanto más alta la ascensión mayor la caída, el ruido y el daño.
    Ningún modelo, salvo el creador de los modelos, gana todas las partidas, apuestas o desafíos; ninguno, que se conozca fehacientemente documentado. Esto se debe a que ni dios antropomorfo ni semidiós ni humano del montón está exento de una derrota contra los elementos, una reprimenda ante el consejo de veteranos de guerra y un traspié en las frecuentes y libertinas andanzas por los mundos de la fantasía pedagógica.

Nicholas Poussin: El Parnaso (1630-31). Museo Nacional del Prado, Madrid.


Cornelis van Haarlem (Cornelisz): Júpiter y los demás dioses urgen a Apolo a retomar las riendas del carro del Día (1594). Museo Nacional del Prado, Madrid.


Pero mientras dura el éxito, y en algunos la sensación y su relieve se prolongan casi una eternidad, la diferencia entre el punto álgido y el rasero que obliga a doblar la cerviz por el peso de los cargos es ignorada, y la distancia que separa o une el arriba glorioso del abajo tétrico no existe. El concepto de mundo es unidimensional.
    Hablamos de tránsitos. Hoy aquí, en buena compañía; mañana quién sabe. Quizá mejor, tal vez peor que ayer.
    De todo un poco hablamos a la vista de los acontecimientos.

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