Llama el poeta a los versos, a los acordes el músico y el ilustrador a su artesanía; invocan los tres artífices de belleza obsequiada la liberalidad de las artes que despiertan los sentidos, elegida la diana de la inspiración.
Con orden y concierto, a una y entre todos, la imaginería legendaria adquiere una forma simultánea y específica a la par, obra de magia, razón del deseo, filigrana dicha con la voz del alma, con mano diestra escrita e interpretada con la paciente sensibilidad de quien ofrece cuanto tiene, sabe y puede; geometría sensual, rutilante apreciación del jurado imparcial, atmósfera de ensueño, pasión, devoción.
William Morris: Tristán e Isolda (grabado). S. XIX.
Lectura emocionada, en viva síntesis.
Escrutinio conmovedor, de vivo patetismo.
Visualización delicada, con vivo afecto.
Cunde la certeza en el autor de los días fantásticos, el motivo existe, la probabilidad pervive y el ánimo demostrativo triunfa, enardece y absorbe.
En el destino de la obra particularmente ideada prospera el afianzamiento de la voluntad, renovada con savia heroica la ilusión del tiempo feliz.