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Travesía (13)


El mecanismo de los cambios.


Si sólo era un sueño, ¿para qué inquietarse con lo que pudiera pasar un segundo después? Si sólo era un sueño acabaría despertando y entonces, entre confundido e interrogante, buscaría las claves de la interpretación. Pero si solamente vivía en un sueño, ¿por qué se acumulaban en su cabeza ideas, propósitos y sentimientos con un innegable afán de condicionar la experiencia?
    Felio resopla. Es ordinario expeler el aire de una manera abrupta, en un estilo desabrido, en el ángulo muerto del prójimo que va por delante, camino de alguna parte que conoce y donde, en virtud de lo pactado, lleva a un remolque bípedo que, al parecer, no tiene mejor cosa a la que dedicarse en ese momento que seguir las huellas, de pies humanos calzados, hundidas en el suelo en una equivalencia de peso aproximado a setenta kilos, hacia un lugar mitificado sin la dirección señalada en un mapa.
    La aporía de Zenón, como paradigma de la imposibilidad de cubrir una distancia precedente si la movilidad del objetivo es superior a cero, a nada, a deseo perseguidor, ya era agua pasada, tan anterior y disuelta como la tierra que le había traído y tirado al agujero oscuro, profundo, se supone, excavado a propósito, se supone, pasadizo o sumidero en vertical con gravedad inversa y presión aleatoria.
    Felio cae al vacío. Recuerda que perdió suelo cuando dejó de mirarlo. Se ve en descenso de marioneta, danzarín giróvago a impulso de música soplada, avistando escaques de coloración bipolar. Sí, no; sí, no. Caída que no cesa, a velocidad de rendición de cuentas, un tanto cómica la situación, entreverada de suspense, casi novelesca, de secuencia epistolar adaptada a la gran pantalla, a la pequeña pantalla, al monitor incorporado a la alteridad portátil.
    Sin oponer resistencia. Hacia la otra luz, es decir, hacia la explicación inteligible y convincente.
    La clave es el movimiento, piensa Felio; se lo repite con esmerada dicción a su desdoblamiento, quizá apéndice prolongado por causas naturales de la imagen humana recién descubierta en su forma asimilable.
    “Recapacita.” Tiene tiempo para situarse en varios planos a la vez mientras cae en la cuenta.
    Hace un rato, no viene de un minuto la estimación concreta del episodio, vivía una experiencia empezada durante el trayecto de ida. La referencia espacial era urbana, la temporal era de horas en tránsito callejero, la intelectual, por completar la tríada, era cívica. El trayecto de ida, bien mirado, presentaba etapas sucesivas: la primera, en la sala de conciertos; la segunda, carretera adelante; la tercera, un alto en el camino para favorecer la duplicidad de los mundos. La configuración del trayecto de ida es, dentro de lo que cabe, clara y, tal como se ha expresado, concisa. También intrigante, puesto que la ruta no había previsto alternativas, mudas de emergencia ni retorno.
    Un viaje de proyección sideral, con cúmulos estelares, galaxias multiformes y agujeros negros que la nave nodriza ha sorteado con eficaz disimulo para atrapar en ordenada succión al electo invitado.
    Es una caída amortiguada, diríase que de repaso impuesto de las acciones pasadas y presentes.
    “Siente y discierne.”
    Puso manos a la obra, valga la metáfora. Felio le echó imaginación a la fantasía, que es un recurso válido, altamente provechoso, ante el desconcierto. Se consignó a sí mismo, quién mejor autoridad palpable, como embajador plenipotenciario de un poder, a medias concedido a medias conquistado, en visita al arcano de la sabiduría. De poder a poder y sigo a lo que salga. Todavía en descenso, gratamente mecido por una corriente cálida de las que procuran bienestar a sus beneficiados, Felio descubre su inclinación a lo oculto, por otra parte ni nueva ni original, que es causa ejerciente autónoma de un movimiento averiguador que a lo largo de la historia reflejada en las actas ha promovido más revelaciones que revoluciones y, en consecuencia, más saneamientos que turbulencias.
    Depuración de cuerpo y alma en la vía de acceso al otro lado.
“Me siento un privilegiado.”
La pregunta, no obstante, le rondaba con aleteo pertinaz.
“¿Quién me ha designado?”
Individualizado el hacedor de posibles.
    Las preguntas, hijas de la pregunta, volaban en círculos alrededor de aquella realidad intensamente experimentada.
    “¿Designación dirigida? ¿Improvisada decisión?
    Al cabo intencionada, desde luego. Era un misterio pergeñado por las estrellas, esos seres rutilantes que nacen, habitan y mueren lejos de sus ávidos captores provistos de visión extraordinaria. Un misterio vinculado al horóscopo. ¿Qué auguraba su carta astral? Poco importa dentro del canal inverso, por el que se entra en vez de salir. ¿Estaba seguro de que entraba? Completamente seguro. Felio entraba. Felio había salido y ahora entraba. Felio había entrado y ahora salía. Estaba seguro de que salía porque el contenido descenso mudaba en sutil deslizamiento. Ya no caía, o había descendido sin ruido ni daño al fondo escaqueado de dualidad. ¿Era un augurio? Su carta astral fue anecdótica, una concesión a la brujería blanca de una diletante con problemas económicos y hatillo de superchería, no quería someterse a un documento de identidad zodiacal expedido por un negociado de ínfulas astrológicas; perdió brillo con el repaso y acabó exenta de influencia albergada en una conjunción de papeles escritos a mano de muy diversa temática y eliminación periódica.
    “¿Dónde estará?”
Nada ni nadie muere del todo mientras se le recuerde.
“¿Dónde estoy?”
    A las puertas del renacimiento. Pensó Felio, sólo un instante, que tras un periodo de ajuste, regresaba a la vida. Pensó, al hilo de la sutileza y expuesto a la vanidad del que ha superado una prueba máxima, que su viaje a través de la sima de la transición hacia el mítico reino de la inmutabilidad le afirmaba en pedestal de roca sobre lo precario, maleable, y nimio de la inmensidad pastosa y encenagada de vidas delimitadas por un acogimiento interesado, oneroso y de obediencia pautada.

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