Las acepciones de una palabra la definen en su completitud de significados, por supuesto, y también la definen en la complejidad de sus sentidos; que no es tarea menor para el intérprete de las cosas que pasan, de las que se perciben y de las que, en última instancia, se suponen.
El espectador de un suceso puede presumir de conocer las causas por antecedentes o consecuentes, que es tanto como aplicar su inducción y su deducción al objeto de estudio; puede presumir de sus dotes para el análisis y la investigación; y puede presumir de un aspecto tan impecable como atractivo.
A su vez, en virtud de los entrelazados que el juego de la vida propone, el objeto de estudio, que es el reclamo para la atención primaria, presume de captar ciencia y conciencia, instinto y reflexión; presume de incorporar al lienzo mundano unos destellos sugerentes; y presume de ofrecer a concurso una estampa envidiable, refrendada por el ego.
Por su parte, el creador de emociones y hechicero de sentimientos suscita la controversia que todo arte requiere para mantenerse en el candelero, aun cuando el mensaje sea nítido y la plasmación realista a más no poder, incluso a despecho de la opinión propia y del motivo principal —suele haber otros al acecho de los prejuicios y las obsesiones— que ha impulsado aquello sometido al examen del público y la crítica; por delante y por detrás, en campo abierto y en las camarillas propiciadas por los resquicios de visiones favoritas.