Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega informa del almacenamiento, fabricación y uso de sustancias tóxicas como armas de guerra química y bacteriológica por parte del Gobierno de la República dirigida por el Frente Popular entre 1936 y 1937, según testimonios, instalaciones al efecto y documentación hallada.
El Gobierno del Frente Popular, instalado en la denominada convencionalmente zona republicana en oposición geográfica y, sobre todo, ideológica, a la también convencionalmente denominada zona nacional, quiso aplicar recursos de guerra bacteriológica y química contra el bando nacional pese a la prohibición expresada por el derecho internacional en el Protocolo de Ginebra de 1925, tras lo sucedido durante la Gran Guerra.
Este gobierno se ha comprobado que dispuso de 4.000 kilogramos de gas mostaza distribuidos en 40 bidones, desembarcados del vapor Alcolea el 7 de abril de 1937, en Sagunto, con destino a Cartagena, procedentes de un puerto en el Mar Negro; y que el gobierno francés entregó a su homólogo frentepopulista español, con fecha 30 de mayo de 1937, 3.600 bombas de gas para aviación, con un peso por bomba de 240 kg. El asesor en jefe soviético del Frente Popular, Nokolái Vóronov, cuenta que la artillería del Ejército de la República utilizó en una ocasión granadas de gases, excedentes de la Gran Guerra, recibidas vía Hamburgo.
En septiembre de 1937, un médico especialista en epidemiología, que había quedado en la zona del Frente Popular, escribía a su esposa residente en la zona nacional: “Toma nota, prepara lo necesario para recibir al b. Yersin que lo llevarán los pulex, éstas a su vez irán Epicsups Norvegicus, en jaula lona estanca que al caer se abre dispersando los múridos. Así pues equipos Cyclon y prevención general de alejamiento. Nunca recojas cuadrúpedo pues va con V. Mallei. Energía para prevenir, pues es muy serio”. La carta, que se conserva en el Archivo general Militar de Ávila, avisaba de un ataque de peste (bacilo Yersin) que iría en pulgas (pulex) y éstas, a su vez, se dispersarían por medio de ratas (Epicsups Norvegicus) arrojadas en jaulas de lona por la aviación.
El gobierno del Frente Popular (o de la República, en su propia terminología) había decidido fabricar gases de guerra el mismo mes de julio de 1936. El lugar de fabricación era La Marañosa y la dirección recayó en el hijo del jefe de Gobierno José Giral. Pero necesitados de materias primas, el gobierno central pidió a la industria catalana colaboración aportando dichas materias primas: cloropricrina, iperita (gas mostaza) y fosgeno, y productos elaborados; por su parte, Madrid entregaría técnicos, manuales y planos.
La cuestión es que el asunto de la guerra química recogía las aspiraciones también del gobierno catalán, por lo que el acuerdo sufrió contratiempos interesados, mientras que la industria catalana avanzaba en la fabricación de sustancias tóxicas para su empleo en bombas. La Comisión de Industrias de Guerra de Cataluña (CIG) dispuso la creación de dos fábricas, la F-5 (Colorantes y materiales orgánicos), en una antigua Farga de la localidad gerundense de Queralbs, próxima a la frontera francesa, que debía suministrar grandes cantidades de adamsita, cloropicrina, iperita y fosgeno; y la F-6 (Colorantes y productos sintéticos), en la barcelonesa localidad de Orís. Al frente del proyecto químico-bacteriológico se situó al químico Francisco Sánchez Mur, entusiasta del uso de agentes tóxicos como demostró al comienzo de la guerra al proponer desalojar a los refugiados en la catedral de Lérida con gas sulfuroso.
Debido a las purgas internas en la zona sometida al Frente Popular, con preponderancia comunista de obediencia soviética
Por último, de los agresivos químicos producidos e importados por la República del Frente Popular consta fehacientemente lo hallado en una fábrica, denominada N-19, de la localidad alicantina de Cocentaina; el edificio y todo el material allí almacenado y la documentación pertinente, fueron entregados por sus responsables a las fuerzas nacionales. El complejo ocupaba una superficie de cuatro hectáreas, un taller de fabricación de iperita, un almacén subterráneo de 125 metros de longitud, un taller de carga de botes y un depósito con 47 bidones de iperita. También consta lo descubierto en la instalación denominada túnel N-5 de Alcoy, asimismo en la provincia de Alicante, que fueron numerosas botellas de cloro líquido y proyectiles de 155 y 105 mm cargados con cloroacetofenona (cloruro de fenacilo).
Bombardeo del Alcázar de Toledo (agosto de 1936)
Sobre las 10 horas del 8 de agosto de 1936, un bimotor Potez 54 del Ejército del Frente Popular lanzó varias bombas de gas lacrimógeno CN2 (cianógeno) sobre el Alcázar de Toledo; tres de ellas penetraron en el patio. Estos bombardeos de guerra química se repitieron los días 9 y 15 del mismo mes; siendo este última jornada con bombas fumígenas e incendiarias, en combinación con un ataque artillero terrestre convencional.
Bombardeo en el frente cantábrico de Santander (entre junio y agosto de 1937)
La mayor acción de gases durante la guerra civil aconteció entre el 30 de junio y mediados de agosto de 1937, en los enclaves de Espinosa de Bricia, Barrio de Bricia, posiciones Loma de las Encinas y Parapeto de la Fuente, y Cilleruelo de Bricia, correspondientes al frente cantábrico de Santander, contra los efectivos de la Columna Sagardía (posteriormente División 62 al mando del general Antonio Sagardía Ramos) del Ejército Nacional. Eran gases de procedencia inglesa que producían efectos asfixiantes, lacrimógenos y de afectación ocular; la composición de los proyectiles estaba formada por cianuro de bromobencilo, trilita y arsina, unos, por iperita, gases lacrimógenos y estornutatorios, otros, y los terceros por difósgeno.
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Las cobayas humanas. Una historia rocambolesca de intenciones y engaños con el concurso de agentes patógenos
Los Servicios de Información del bando nacional registraban frecuentes noticias acerca de la recepción y la preparación de material químico y bacteriológico en la zona enemiga para utilizarlo en los frentes de batalla y en la retaguardia. El testimonio de evadidos, por ejemplo el que a finales de enero de 1937 daba cuenta de que en la Escuela Industrial de Barcelona doce técnicos, la mayoría rusos y franceses, fabricaban gases a partir de la iperita y el protocloruro de cromo, y cultivaban microbios bacterianos; los informes consulares, por ejemplo el que cursaba el consulado italiano en Toulouse, con destino Roma, notificando el envío a Barcelona desde Paría de una caja de ampollas para cultivar bacilos de tifus con el propósito de envenenar el agua potable.
Especialmente alertas sobre este particular los agentes del espionaje nacional, el 27 de abril de 1937 eran detenidos en el paso fronterizo de Irún, camino de San Sebastián, los súbditos franceses Louis Chabrat y Jean Paul Bougennec; ambos sospechosos de ser portadores de los gérmenes patógenos que les fueron inoculados para provocar una epidemia. Se atribuía la operación de guerra bacteriológica al británico Edward (o Edgar) Rollan Karigen, alias Carigan o Kalligan, magnate de la industria aeronáutica, representante de una organización procomunista partidaria del Frente Popular, que a principios de 1937 ofreció a este gobierno un arma que se suponía vencedora en el frente y en la retaguardia: los agentes patógenos portadores, por inoculación previa, de enfermedades letales.
En el ofrecimiento al gobierno del Frente Popular (satélite de la decisión soviética de Stalin, auspiciado por el republicano burgués de izquierdas Manuel Azaña, además de por socialistas y comunistas), así como en las reuniones a tal fin celebradas en Francia (con otro gobierno de Frente Popular e idéntica obediencia), participaron nombres que aparentemente se dedicaban a menesteres culturales como Max Aub, autoproclamado intelectual; Luis Quintanilla, pintor de filiación socialista (quien ya propuso acabar con la resistencia del Alcázar de Toledo a base de gases proporcionados por Francia); Jacques Mannachem, alias capitán Jack, elemento de la Internacional Socialista y agente de la Generalidad de Cataluña presidida por Lluís Companys, quien propuso la utilización de personas como armas biológicas; Jean de Berne, reportero del órgano de comunicación comunista soviético Pravda, ayudante de J. Mannachem en las unidades combatientes que mandó y agente del servicio secreto soviético; Pedro Lecuona, secretario de embajada con empleo de cónsul en Bayona, hombre de confianza del socialista Indalecio Prieto; el apellidado Bosoutrot, diputado frentepopulista de la Asamblea francesa, piloto de aviación durante la Gran Guerra y delegado de negocios con gobiernos afines;, Jean Jacques Pavie, alias Larsinski, jefe del grupo encargado de la infiltración de agentes en la zona nacional, hombre de negocios; Jacques Bouillad, el lugarteniente de Pavie en el control de la operación sobre el terreno; Charles Merice, periodista francés y amigo de Bougenec, que se mostró en desacuerdo con el plan de inoculación; y los ya citados Jean Paul Bougennec, alias Bougennac, periodista en diarios y semanarios franceses, Louis Chabrat, alias Chabrand, de verdadero nombre Witolds Jelinski, delincuente habitual francés y actor, y E. Rollan Karigen, piloto de aviación en la Gran Guerra y hombre de negocios; más una inglesa muy guapa, llamada Betty, corresponsal de un importante diario londinense, una aventurera de notable ingenio, con dotes de mando, también inglesa, y un tal Teddy Graham, sicario sin más. El encargado de conseguir los salvoconductos para los portadores de las enfermedades era Max Aub.
El plan consistía en que esos dos individuos, los alias Bougennac y Chabrand, cruzaran la frontera hispano francesa para adentrarse en España, concretamente en la zona nacional, portando los agentes patógenos en el cuerpo, a cambio de setenta y cinco mil francos: cincuenta mil a la ida y el resto cuando regresaran a territorio francés después de haber infectado todo a su paso. Pero en un principio estos dos individuos no eran los destinados a cumplir la operación contaminante. El elegido, Jean Paul Bougennec, convenció a su amigo periodista Jean de Berne, resuelto a participar en el contagio por la suma de cinco mil francos; pero la víspera de la salida hacia la frontera, ya con el coche, aportación de Pavie, y el chófer a sueldo, de nombre René Callol, a punto, se echó para atrás, con lo que de urgencia fue reclutado en los bajos fondos parisinos el delincuente Louis Chabrat.
Camino de Bayona, Bougennec intentó hacer desistir de su negativa a Berne, algo imposible. En Bayona se alojaron en el Grand Hotel, y allí fue donde un médico, al parecer alemán, inyectó a Chabrat, a Callol y a Bougennec, el agente patógeno en presencia de un sujeto taciturno y envuelto en sombras apodado el catalán, enlace con las autoridades del Frente Popular en España y la Generalidad de Cataluña, que actuaba con independencia de criterios según conviniera a sus intereses.
El día señalado para atravesar la frontera por el puente del barrio irunés de Behovia, no estaban listos los pasaportes, con lo que la operación fue abortada pero no de modo público: Bouillad, preso de inquietud por el imprevisto, exigió se diera noticia a el catalán que se había efectuado la entrada en España, mientras ellos permanecían en Bayona a la espera. Pero también Bouillad recibió un engaño, igual que el supuesto médico y el catalán, pues aquellos tres elementos pusieron rumbo a Hendaya para esconderse con el dinero ya cobrado. Allí los descubrió Jacques Bouillad, quien se lo comunicó a Pavie, y éste obligó a los renuentes a viajar a España para justificar el dinero cobrado; pero como el efecto de la vacuna había pasado, volvieron a vacunarlos el 7 de abril, y ya entonces pasados a España (con idea de ser repatriados) por Irún donde ese mismo día fueron detenidos.
La entrada de los agentes contaminantes en España se había fijado para el 19 de marzo de 1937.
Desde esta fecha, confirmada por los servicios de seguridad franceses y los funcionarios de la oficina diplomática española en San Juan de Luz, expendedora de los pasaportes, el servicio de espionaje español, al mando del comandante Julián Troncoso, se puso sobre aviso. De ahí la inmediata detención, y al cabo de siete meses el Consejo de Guerra que los juzgó dictaba sentencia el 11 de octubre, considerando probado que “un individuo catalán que no ha sido detenido, de acuerdo, probablemente, con el gobierno rebelde de Valencia, trató con una banda de Paría especializada en la comisión de delitos contra la Salud Pública, la forma de propagar entre nuestro glorioso ejército y la población civil de la España Nacional una enfermedad contagiosa, y el jefe de dicha banda ofreció al Catalán, mediante una fuerte suma de dinero, ejecutar los planes marxistas para cuyo objeto fueron escogidos los procesados, que fueron inyectados con unas vacunas portamicrobios para entrar en España y propagar los gérmenes”.
Aparte de otras consideraciones y posibles resultados, la operación era un negocio, queriendo los organizadores que los infiltrados, que presentaban importantes escarificaciones por la cantidad inyectada, fueran inmediatamente fusilados y así reiniciar el procedimiento para cobrar el seguro de vida que se les había hecho y seguir cobrando del gobierno republicano que aceptaba este tipo de guerra. Fue un engaño masivo, de la banda al gobierno republicano y al catalán, de Pavie a Bougennac y Chabrat (incluso procurando su muerte) y éstos y otros intermediarios al jefe Pavie.
Fuentes
General Sagardía, Del Alto Ebro a las fuentes del Llobregat. Treinta y dos meses de guerra de la 62 División, Editora Nacional.
Armando Paz, Los servicios de espionaje en la Guerra Civil de España, Editorial San Martín.
Lucas Molina Franco y José María Manrique García, Las armas de la Guerra Civil española, La esfera de los libros.
Servicio Histórico Militar. Ponente: coronel José Manuel Martínez Bande, Monografías de la Guerra de España números 8 y 16, Editorial San Martín.