De más a menos recorre la edad la línea de la vida, de menor a mayor la experiencia transita esa misma línea de la vida.
Hacia delante se contemplan las páginas en blanco del presente y el futuro, hacia atrás se observa el registro del pasado.
En el inicio es precario el movimiento y dudosa la iniciativa, en el término sucede algo semejante con las sensaciones.
Antes y después, la diferencia estriba en el sentido de la marcha, el recuento de situaciones y conclusiones existe; las de antes son improvisadas, fantasiosas, las que se miden después son certeras, realistas.
Hans Baldung: Las tres edades y la muerte (1543). Museo Nacional del Prado, Madrid.
Hans Baldung: Las siete edades de la mujer (1535). Museum der Bildenden Künste, Leipzig.
Con el nacimiento se propone, con el cese se recuerda.
La inexorable presencia de Cronos, que un día tiene apariencia de querubín fragante de risueña novedad y otro, cercano o distante, su aspecto tiende a revelar en toda su crudeza las consecuencias del proceso que al evolucionar degenera y vierte logros junto a pesares en el meticuloso reloj de Tánatos.
Las horas suenan con diferente tañido en el anunciado estreno de la obra que en la avisada caída del telón. Y entremedias de lo que será y lo que fue, el curso del espectáculo surca desniveles y planicies alternados.