Llegaron calmos e instruidos al lugar del consejo. Una vez presentes todos los convocados a la fiesta de las decisiones, fueron situándose en el orden de posado para retratar el momento, y luego se distribuyeron a lo largo y ancho del espacio natural habilitado, de artística plasmación, por criterios de conveniencia.
El primer plano estuvo dedicado a los sabios y a los veteranos; los planos laterales a los custodios, los fámulos, los aprendices meritorios y los pupilos; en segundo plano aparecieron los bípedos implumes con cargo al presupuesto público; y al fondo, como estructura necesaria y como simbolismo de la conquista del espíritu y de la distancia abolida merced a las tracciones, la salida por tierra y por mar.
Edward Hicks: Un reino apacible (1845).
Superado el protocolo, cada cual por riguroso turno de escalafón según lo establecido y harto evidente, integrado en un grupo o en una afinidad, burlando la paradoja, motivo de diversión para los viejos y de aleccionamiento para los nuevos, hablará lo que tenga que decir con una sola voz y escuchará lo que deba oír de las demás voces en atento y respetuoso silencio como mandan los cánones y la tradición.
Edward Hicks: El reino de la paz (1849).
Los parlamentos en la fiesta de las decisiones empiezan igual que acaban: con un deferente saludo por el honor adjudicado y con una agradecida despedida hasta la siguiente ocasión. Y es que en la fiesta de las decisiones se impone la predicación con el ejemplo, relegando a la trastienda las insidias, los comercios fatuos y los rangos nominales de la pirámide evolutiva.
Vean, si no lo creen, la armonía reinante en la orla conmemorativa.