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Travesía (14)


Llegados a este punto o una cosa o la otra.


Satisfecho, así podía definirse tras haber superado la prueba. Vencedor, sí, una vez alcanzada la repisa donde posar firmemente los pies y la primera visión de la tierra ignota; en la que, por cierto, ni rastro del guía asomaba.
    En una valoración de urgencia, pues no cabía otra en sus circunstancias, Felio supuso que las antiguas necesidades disminuían quizá hasta el cese forzado su efecto y su condicionamiento a las puertas de la nueva conquista. Imaginó, al cabo, que como no era concebible desde la perspectiva humana una vida —estable, transeúnte, inestable— liberada de necesidades —físicas, espirituales, intelectuales—, las más de ellas conocidas, seguro, y él era, al menos en apariencia recreada, palpaciones aparte dada la imperante penumbra y la ausencia de superficies pulimentadas delatoras del cuerpo interceptado, un ser humano provisto de tal inextinguible condición —lo repetía para sus adentros: soy humano, humano soy con cadencia claustral mientras no diera con la respuesta adecuada a la pregunta—, no tardaría en sentir la aguzada prepotencia de una serie de necesidades. Sed, hambre, curiosidad, recelo, miedo, impulso adelante, retroceso, búsqueda de elecciones y luz reveladora y demanda de ayuda.
    Se impuso la curiosidad porque las demás argumentos incorporados al libro de reclamaciones aguardaban turno detrás.
    Miró a su espalda, que es una medida profiláctica, un acto reflejo y el engarce con la memoria, y uniendo cabos alumbró una salida. Que viajaba bajo algo sólido y grueso semejante a una base, como opera el ferrocarril subterráneo, las corrientes de agua dulce reacias a la inmersión y las amenazas proferidas con ánimo de suceso. Que siguió obligado a tomar partido y cobrar protagonismo en esa historia gestada por sus ganas de relato inverosímil. Que desembocaba en un acceso disimulado por materiales orgánicos entrelazados con cierto arte ritual.
    El pasadizo oscuro, aromatizado de tierra y húmedo, por recorrer la dermis del gran cuerpo nutritivo, conectaba dos extremos que por deducción lógica coincidían en el propósito de traer y llevar. De la repisa a la puerta trenzada, murmuradora debido a la orquestación del aire afinada en las porosas galerías al otro lado de los muros de contención, los sonidos guturales emitidos por las criaturas de tacto hipersensible al acecho, idioma de fácil interpretación por lo limitado de sus expresiones.
    De instinto a instinto. Felio tenía que deshojar la margarita del voy o vengo, del paso o paso, del sigo o qué. Con los dedos del instinto, con la música de las entrañas, con los delicados instrumentos cuyo temple y nervio guían como el antecesor erecto, bípedo implume, varón entrado en años, facciones inmutables y ojos sin párpados, y confunden, también despistan y equivocan, seleccionan con rigor y previo informe con datos fidedignos para evitar errores.
    Recurso de amparo. ¿Qué te dice el instinto? Habla en clave de enigma. Es música de instrumento pulido y afinado que pronuncia los sonidos justos, al modo de los oráculos con profetisa en la mediación entre inmortales y mortales.
    ¿Qué te cuenta?
    Un delirio.
    ¿Tuyo?
    Por si acaso, Felio echó una ojeada alrededor, cubriendo el perímetro de los brazos extendidos, la distancia mayor que abarcaba su vista con mínimo riesgo de alteraciones fantasmales. Si el silencio tiene sonidos, que los tiene, la oscuridad tiene imágenes y secuencias; los sonidos del silencio cuentan y las imágenes y secuencias de la oscuridad muestran.
    Basta. Menos dilaciones y decide.
    Decidió empujar delicadamente la barrera de obra simple. Habiendo llegado tan lejos, quién es capaz de renunciar a la tentación. Además, con la certeza de no profanar un santuario al que ha sido invitado. No profanar un bien inmueble. No profanar una vivienda. No profanar una edificación de varios pisos que empieza en el sótano. No se incurre en delito de allanamiento de morada si se ha recibido una invitación expresa.
    ¿Y tú invitación, Felio?
    En la conciencia.
    Había llegado al sótano de la casa. Un territorio colindante al destino final, poblado de extraordinarias incógnitas a disposición de los iniciados. Puerta de goznes engrasados, escalera de peldaños crujidores, paredes de piedra ciega y una presumible salida, ligeramente tapiada, por la que se filtraba la luz de la planta noble. La luz natural penetrando las numerosas ventanas cortinadas, la luz brillante e irisada de arañas ornamentales, la luz trémula y minorada de velas lagrimosas.

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