El inefable paso del tiempo —mejor que sea así, independiente de la veleidosa expectativa humana— enseña a diferenciar lo propio de lo ajeno, y también a distinguir, entre lo perteneciente al ámbito de los sentimientos, aquello netamente personal, privado, íntimo, de lo que es a todas luces compartido; aunque el aprecio al respecto difiera tanto en el entendimiento como en la comprensión de quien lo juzga.
Echada la vista atrás, y con ella, fuertemente asidos los recuerdos y las emociones, se conjuga el pasado con el presente; sin más recorrido fehaciente. Durante este examen de conciencia, además de nostalgia y no poca demanda de una explicación convincente por el desempeño de los errores, los defectos de forma y fondo, las carencias evitables y las omisiones de arbitraria justificación, se evalúa el acierto en el cometido, en la iniciativa y en el firme propósito de obrar, manifestaciones de un carácter acendrado en la tarea impuesta que ya entonces lograron lo que ahora, en vísperas de futuros acontecimientos vinculados a la causa original mientras la vida palpite en los órganos y en los sentidos, siguen consiguiendo con el mismo actor en cabeza de reparto.
Lo propio desprende su aroma, ilumina con su luz, refleja sus imágenes, envuelve con un acogedor lienzo nimbado por las infinitas expresiones que el lector de su historia recorre identificado con cada una de las páginas escritas.