Nada es tan absoluto para los progresistas como el relativismo.
Cuando nada es lo que parece y cualquier cosa es susceptible de una interpretación de parte, acorde con los objetivos previos que determinan la acción particular, conjunta y de gobierno, el cuadro que se contempla es de relativismo progresista. Quiérese decir que, visto lo visto, si conviene el color blanco es negro, lo estrecho ancho, lo regresivo y represivo avance y tolerancia de los aspectos en nómina.
Todos los ámbitos sociales, sin excepción, incurren en la calificación de los expendedores de títulos y puestos, más cotizado esto segundo que aquello primero, que huele a rancio aunque sepa a gloria. Además, como la idea de los patrocinadores del progresismo es la de crear a partir de la destrucción, surgimiento ex novo sin mediar la generación espontánea, llamar por su nombre a lo que desde tiempo ha lo tiene es hacer el caldo gordo a los acérrimos enemigos del nuevo orden, esos pervertidos opuestos a la equitativa sociedad de los justos, cuya base es amplísima y adocenada, y cuyo vértice es reducidísimo y jerárquico presidencialista. La figura geométrica de la pirámide destaca en el páramo, barrido por los vientos iconoclastas del materialismo dialéctico, erigida en representación de la alta instancia terrenal, única en su género, indivisible y perpetuada, que merece devoción y entrega incondicionales a otorgar presta y abundosamente a los delegados de la venerada causa común.
Reacia a otras leyes que las emanadas de su cósmica misión, y a otros votos que a los emitidos en favor de los dictámenes, manifestados en cadena, sobre los que se postula, por quien puede, hace y deshace, la vida en torno y su origen y final grupales.
De los problemas, igual que de los defectos, los progresistas del progresismo destilan virtud en sus laboratorios de experimentación alambicada. Un problema deja de serlo en el momento que se alía con la solución propuesta, a menudo tan alejada del problema como de las elucubraciones para solucionarlo. La cuestión no es dar con la respuesta a la pregunta, léase encontrar la solución al problema, sino transformar la palabra en obra y la obra en trama y la trama en prejuicio y el prejuicio en sentencia y la sentencia en modo de dirigir. De la mentira a la verdad aceptada, de la verdad inaceptable a la mentira publicada y difundida a los cuatro vientos por los siete mares y los cielos de la tierra con minúscula.
Los progresistas del progresismo critican, léase atacan y fulminan, lo que pone obstáculos a la marcha triunfal de su concepción social, política, económica y cuantos etcéteras quepan en un paréntesis de teoría. El progresismo de los progresistas detesta, omite y elimina, una a una o en conjunto, las referencias documentales de su fracaso sangriento, de sus extorsiones, tiranías y falsedades empaquetadas con el terso y colorista envoltorio del engaño que regala ciertos oídos, que halaga ciertas vanidades, que alienta ciertas presunciones.
Nada es tan absoluto para los progresistas como el relativismo.
Nada tan pernicioso para iniciar, desarrollar y, llegado el caso, utópico, quimérico, ultimar el plan de ejecución, como la libertad; puesto que la libertad es asunto personal, así como la iniciativa y la memoria. Contrariedades a superar en concilio-tenida y a salir airosos y con renovados bríos de las acusaciones fundadas y demostrables, episodio a episodio, etapa a etapa, época a época, de los irredentos de la individualidad.
En realidad incoado por imitadores y revanchistas, el progresismo nace de una desviación que atribuye males al liberalismo y bondades a la imposición y al sometimiento, si lo deciden y operan los rectores del camino inverso. Tal es el grado de compulsión regresiva del progresismo que su meta, genéricamente considerada, es una vuelta al pasado donde la revolución cocía fermentos y nunca pasó de receta con un número insuficiente de ingredientes.
La vista puesta atrás, y el oído y el gusto. No ha transcurrido el tiempo, no ha sucedido nada de cuanto en realidad ha sucedido. ¿Entiende, lector?
En resumen, acudan las demandas al seno de la graciosa benevolencia del progresismo, donde el amén es sinónimo de ni hablar y la acogida sinónimo de pasar por el tubo y yo mando y tú obedeces para que cunda la armonía universal declarada por la intelectualidad del pensamiento único totalitario. La exclusividad, se sabe, tiene un precio y una dirección a la que se accede por el subterráneo de compartimentos estancos y pasadizos sinuosos que en su diseño arquitectónico emulan la cuadratura del círculo.
En la civilización de la componenda y la trampa.