La tolerancia hacia las diversas opiniones políticas es una reivindicación del liberalismo.
De igual modo que lo cortés no quita lo valiente, el mantenimiento de los principios, por quien los tiene y defiende, y la solidez del carácter, siendo éste distintivo de la persona en su civismo y estabilidad emocional, no excluye una actitud de comprensión y respeto hacia opiniones y criterios situados en el ámbito cordial de un debate amplio y sustentado en certezas. Pues la demagogia, en esto como en todo, es síntoma de imposición y marca indeleble de la actitud sectaria y oportunista.
La intolerancia tampoco está reñida con la perseverancia en la idea propia, ni la tolerancia elimina la libertad que se opone a las coacciones.
Lo ridículo y penoso, infame y perjudicial socialmente hablando, es suprimir de la práctica habitual comunicativa el término intolerancia implantando por decisión progresista, al servicio de los intereses modificadores de los hábitos y conductas anteriores a la ideología exacerbada como norma exclusiva (exclusivista, tiránica, excluyente) de convivencia, un lenguaje acorde con el relativismo en pro del objetivo final.
Tan perjudicial para los individuos de una sociedad imbuida de civismo es la intolerancia sistémica como la tolerancia decretada y de obligado cumplimiento, seguida con adoración y difundida con aparato estridente.
Tradicionalmente, la intolerancia se destinaba a combatir el error y la mentira; asimismo, la tolerancia ha representado un avance en las relaciones humanas y, consecuentemente, en la evolución de las sociedades hacia una integración de las diferencias en el mismo seno. Precisamente, y con fundada argumentación, la tolerancia, entendida como espíritu cívico, se configura equidistante del despotismo y la anarquía, siendo por ambos extremos encauzada y de los dos extremos tributaria.
Pero si el concepto y la práctica de la tolerancia se unen a la permisividad por razones de impotencia y desistimiento, se incurre en el error y en la mentira; el error como modo de operar y la mentira como expresión de las justificaciones, excusas y añagazas.
Señala Jaime Balmes que frente al error no puede haber tolerancia. La tolerancia universal es imposible, porque supone la inexistencia de la verdad o la equiparación de todas las opiniones a verdades, lo cual es falso; y una nueva manifestación del relativismo.
Expone Juan Donoso Cortés que el hombre se ha de centrar en una creencia que afirme y niegue lo único que respectivamente puede afirmarse y negarse: la verdad y el error.
Asevera Herbert Marcuse que la tolerancia es un elemento represor más que liberador.
El sentido originario de tolerancia indica la falta de represión de opiniones y declaraciones falsas, citadas a propósito o con tendencia a engañar, o de comportamientos perniciosos y por completo equivocados. El sentido actual extiende la ausencia de penalización por la autoridad legal ante el error o la mentira, llegando al caso de dar buena la una y la otra para no imponer las debidas sanciones; siempre y cuando favorezcan la acción legislativa y ejecutiva patrocinada por el poder en curso.
Recordemos que la tolerancia hacia las diversas opiniones políticas es una reivindicación del liberalismo, preconizada por Stuart Mill.
Las argumentaciones a favor de la tolerancia política y la social, en lo referente a comportamientos, presentan las siguientes particularidades, según quien la esgrima en un momento determinado: los partidarios de la tolerancia denuncian que la represión es intrínsecamente mala; que es fútil porque se desencadena contra diferencias no esenciales; que viola los derechos de la conciencia individual conculcando elecciones que hacen referencia únicamente a quien las realiza; que es contraproducente para quien la pone en práctica; o que se basa en el mero dogmatismo.
En definitiva, mientras no ocasione perjuicios la tolerancia será admisible. Donde no se encuentra una respuesta clara es a la hora de determinar qué es o no es perjudicial y para quién es o no es perjudicial.
La cesión constante, en prevención de un mal mayor, para aplacar a la fiera, para intentar contentarla y, de alguna manera, agasajarla, tan solo y en el mejor de los casos retrasa el proceso de fagocitación o eliminación. Del miedo se valen los agitadores, que acto seguido, y como complemento directo, pasan a la amenaza y a la acción. De nada sirve retirarse para mantener una porción de espacio, pues acabará demolida o aniquilada, pues no se contiene la furia con cesiones ni tolerancias ni benevolencias; muy al contrario.