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Memoria recobrada (1931-1939) XXI


Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega informa sobre algunas de las más caracterizadas muestras de la represión, con el listado de ministros de la II República asesinados en Madrid; y aporta prueba documental de la deriva revolucionaria en el territorio gobernado por el Frente Popular de inspiración soviética.

José María Gil Robles, pocas fechas antes del comienzo de la guerra denunciaba en el Congreso, estando él ya amenazado de muerte, el acta de defunción del régimen republicano (José María Gil Robles, No fue posible la paz. Ángel David Martín Rubio, Los mitos de la represión en la Guerra Civil):
“Sé que vais a hacer una política de persecución, de exterminio y de violencia de todo lo que signifique derechas. Os engañáis profundamente: cuanto mayor sea la violencia, mayor será la reacción; por cada uno de los muertos surgirá otro combatiente. Vosotros, que estáis fraguando la violencia, seréis las primeras víctimas de ella.  Muy vulgar por muy conocida, pero no menos exacta, es la frase de que las revoluciones, como Saturno, devoran a sus propios hijos. Ahora estáis muy tranquilos porque veis que cae el adversario. Ya llegará un día en que la misma violencia que habéis desatados e volverá contra vosotros. Dentro de poco vosotros seréis en España el Gobierno del Frente Popular del hambre y de la miseria, como ahora lo sois de la vergüenza, del fango y de la sangre.”

Paseos y sacas
La represión va más allá del mero acto físico de violencia; se refiere a una realidad más honda que la de asesinatos o ejecuciones. Los malos tratos, las torturas en general, las violaciones de la integridad física, las coacciones y amenazas, las presiones psicológicas, la marginación social, el aislamiento privado, el confinamiento en dependencias de castigo, el señalamiento público; un conjunto de acciones predeterminadas conducentes a la privación de libertad y movimientos, además de sufrimiento físico y mental prolongado, o directamente y en el acto al aniquilamiento del individuo.
    Para el historiador Eduardo González Calleja:
“El hecho violento no debe estudiarse como un hecho esporádico, individual y asilado, ni como una realidad estructural de carácter amorfo, sino como una actividad colectiva sólo comprensible si es integrada en el lugar que le corresponde dentro de las manifestaciones de un periodo histórico concreto. El objeto a observar no es el fenómeno violento per se sino las circunstancias por las que ese hecho ha tenido lugar, su integración en una estrategia de poder o estatus y sus previsibles consecuencias en la comunidad en que se ha producido.”
    Un terror establecido como medio, instrumento, mecanismo, de imposición y sometimiento.
    Para el historiador Ángel David Martín Rubio:
“La represión es un clima que se sitúa por encima del estallido de violencia momentáneo o de las actuaciones de un grupo determinado.”
    Los actos represivos sistematizan una estrategia de control y aleccionamiento.
“La represión es un sistema que comienza desposeyendo a un sujeto, a un sector social, de determinados derechos previos y acaba privándole de la vida en los casos extremos.”
“La pervivencia en el tiempo de instancias represivas en paralelo a los tribunales indica el fracaso de estos organismos para encauzar la voluntad coercitiva de una sociedad dada o de sectores sociales determinados.”
    Tribunales populares revolucionarios y de facción, habiendo solapado por la expeditiva vía de los hechos a la jurisdicción legal, y tribunales militares en sustitución de los civiles por imperativo del estado de guerra.
“Las actuaciones al margen del ordenamiento jurídico en la denominada represión se corresponden con muertes realizadas de forma arbitraria, asesinatos premeditados por la ideología o los deseos personales o colectivos, prescindiendo de cualquier respaldo legal pero justificadas por un poder tambaleante o cautivo; y revisten dos formas ejecutivas: los paseos y las sacas.”
    El término paseo se refiere a la actividad de grupos armados que se presentaban en los domicilios, de madrugada, de las personas seleccionadas por su ideología opuesta o por asuntos pendientes, envidias, y demás, que procedían a su detención y a darles muerte en descampados, cunetas y, por lo general, lugares alejados de los centros urbanos, a los que se trasladaba a la víctima elegida en vehículo y allí quedaba arrojada.
    El estilo de las sacas se asemeja al del paseo -puesto que el resultado de la operación es el mismo-, pero aquélla practicada sobre grupos de personas previamente detenidas y ya encarceladas en prisiones, checas y otros centros improvisados de reclusión.
    Dentro de la represión se incluyen aquellos actos propios de conductas particulares y arbitrarias, venganzas personales, afanes de extorsión y robo y violaciones; el dibujo de una sociedad dominada por los más bajos instintos que permite eliminar al definido como enemigo por pura conveniencia.

Ministros de la República asesinados por el Frente Popular en Madrid
Gerardo Abad Conde, ministro de Marina nombrado el 12-1-1935; asesinado en la cárcel Porlier el 10-9-1936
Ramón Álvarez Valdés Castañón, ministro de Justicia nombrado el 16-12-1933; asesinado en la cárcel Modelo el 23-8-1936
José Martínez Velasco, ministro de Agricultura, Industria y Comercio  nombrado el 29-10-1935 y de Estado el 25-9-1935; asesinado en la cárcel Modelo el 23-8-1936
Manuel Rico Avello, ministro de Gobernación nombrado el 8-10-1933 y de Hacienda el 30-12-1935; asesinado en la cárcel Modelo el 23-8-1936
Rafael Salazar Alonso, ministro de Gobernación nombrado el 31-3-1934; asesinado en la cárcel Modelo el 23-9-1936
Federico Salmón Amorín, ministro de Trabajo, Justicia y Sanidad nombrado el 25-9-1935; asesinado en Paracuellos del Jarama el 7-9-1936.
    Fuente Ángel David Martín Rubio, Los mitos de la represión en la Guerra Civil.

Manuel Azaña y su análisis en extracto de la represión, el caos, el odio y el miedo
Con su habitual y patológico distanciamiento de la propia responsabilidad, el entonces Presidente de la II República, de continuo quejoso por su papel intrascendente y la penosa y criminal deriva de los acontecimientos, narra en primera persona o a través de personajes que encarnan el protagonismo de otros reales encubiertos, su apreciación personal de las acciones del Gobierno y las de los grupos políticos y sindicales en constante pugna por alcanzar el poder absoluto frente al resto y al mundo en torno.

“Las fuerzas centrífugas latentes en la sociedad española, y la indomable condición personalista de carácter, entraron en juego en cuanto los lazos coactivos del Estado fueron cortados por la espada.” El Estado republicano y la revolución.
“En torno a los órganos del Estado, inerme, descoyuntado, se multiplicaron las iniciativas de grupos, partidos y sindicatos; de provincias y regiones, de ciudades; incluso de simples particulares. Iniciativas rivales entre sí, que se estorbaban; pero estorbaban sobre todo a la acción eficaz del Gobierno.” El Estado republicano y la revolución.
“En cierta ocasión, el Comité Nacional de la CNT me pidió audiencia. Venía a quejarse de que el Gobierno perseguía a la CNT, de que el partido comunista pretendía avasallarla o destruirla. Dijeron: ‘Si no se respeta lo que la CNT representa, si hemos de someternos a un partido nuevo en España, preferible es que se hunda todo’.” El Estado republicano y la revolución.
“El Gobierno republicano se hundió en septiembre del 36, agotado por los esfuerzos estériles de restablecer la unidad de dirección, descorazonado por la obra homicida -y suicida- que estaban cumpliendo, so capa de destruir al fascismo, los más desaforados enemigos de la República.” La revolución abortada.
“Bajo aquella confusión de frivolidad y heroísmo, de batallas verdaderas y paradas inofensivas, de abnegación silenciosa en unos y ruidosa petulancia en otros, la obra sombría de la venganza prosiguió extendiendo cada noche su mancha repulsiva.” La velada en Benicarló.
“Juzgamos la licitud o ilicitud de una guerra según los designios políticos que persigue. Las atrocidades del resentimiento homicida no pueden juzgarse con ese criterio. No es menester apelar a él para reprobarlas, ni es permitido invocarlas para absolverlas. Tal primitivismo de sentimientos, un desastre tan irracional de los instintos, suprimen la política, la expulsan. Ya sabemos que existe el recurso de ‘organizar’ la ferocidad y utilizarla como arma defensiva del Estado. Sistema del terrorismo, con el que la violencia inmoral parece reincorporarse a una razón política. Mas, si las atrocidades resultantes del desorden inficionan mortalmente la causa que pretenden servir, el terrorismo organizado no asegura nada, ni siquiera su propia duración.” La velada en Benicarló.
“La revolución sólo sirvió para destruir.” La revolución abortada.
“Tanto desbarajuste, tales movimientos desordenados, que arruinaban la producción, estaban destinados al fracaso. La opinión pública, en general, los reprobó. Los resultados obtenidos acabaron de desacreditarlos. Pero su efecto desastroso para la República estaba ya producido.” La revolución abortada.
“Mucha gente incurría en la uniformidad del andrajo por miedo de parecer acomodada, sobre todo si lo era aún o lo había sido. Ningún sombreo, boina cuando más. Cuello en la camisa, nunca. La corbata habría sido un reto insolente. Conservar mi vestimenta de siempre parecía un rasgo de valor.” La revolución abortada.
“Casi todas las noches a las altas horas, sonaban en el cementerio descargas de fusilería. La primera vez pregunté: ‘¿Qué disparos son esos?’ Tres sujetos estaban conmigo. El uno, muy ceñudo, no contestó. Otro, sonriéndome con sonrisa de connivencia, repuso: ‘¿Qué ha de ser?’, sin más. El tercero me dijo: ‘Fusilan en el cementerio’, como podía haber dicho: ‘’Está lloviendo’. Una noche, a fines de agosto, mientras de codos en la ventana de mi cuarto tomaba el fresco, sonaron en el cementerio tres descargas. Después, silencio. ¿Qué pasaba por mí? ¡No sé! Me parecía ver la escena, como si el cementerio, rodeado de tiniebla, se hubiese iluminado. No podía quitarme de la ventana. De allí a poco se oyó un gemido. Escuché. El gemido se repitió, más recio, creció hasta ser alarido, intermitente, desgarrador… Aquella oscuridad, el silencio. Nadie respondía. El casi muerto, en el montón de los ya muertos, gritaba de espanto, devuelto a un poco de vida, más horrible que su muerte frustrada. El grito venía en derechura disparado contra mí. Traje a la ventana a unos empleados del hospital. ‘¡Vamos a buscarlo, quizá se salve!’ Rehusaron, porfié, me lo prohibieron. ¡Quién se mezcla en tales asuntos! Todo lo más, enviar un recado a la alcaldía. Se envió el recado. Pasó tiempo. ¡Tac, tac! Dos tiros en el cementerio. Dejó de oírse el gemido.” La velada en Benicarló.
“Por rechazo de la insurrección militar, hallándose el Gobierno sin medios coactivos, se produce un levantamiento proletario, que no se dirige contra el Gobierno mismo. Secuestran bienes y personas, muchas perecen sin pasar ante ningún tribunal, se expulsa o se mata a los patronos, a los técnicos que no inspiran confianza, y los sindicatos, radios, grupos libertarios y hasta partidos políticos se apoderan de inmuebles, de explotaciones industriales y comerciales, de periódicos, cuentas corrientes, valores, etcétera. Llamamos a todo esto revolución, porque es demasiado vasto y grave para dejarlo en motín. Ahora bien: una revolución necesita apoderarse del mando, instalarse en el Gobierno, dirigir el país según sus miras. No lo han hecho. ¿Por qué? ¿Falta de fuerza, de plan político, de hombres con autoridad? ¿Presentimiento de que un golpe de mano sobre el poder, aun victorioso, derrumbaría la resistencia, nos pondría enfrente de todo el mundo y se perdería la guerra? ¿O el cálculo de crear clandestinamente, por abuso de fuerza, sin responsabilidad y bajo la cobertura de Gobiernos inermes, situaciones de hecho, para mantenerlas después e imponerse al Estado cuando quiera salir de su letargo? De todo habrá. La obra revolucionaria comenzó bajo un Gobierno republicano que ni quería ni podía patrocinarla. Los excesos comenzaron a  salir a la luz ante los ojos estupefactos de los ministros.  Recíprocamente al propósito de la revolución, el del Gobierno no podía ser más que el de adoptarla o reprimirla. Menos aún que adoptarla podía reprimirla. Es dudoso que contara con fuerza para ello.  Seguro estoy de que no las tenía. Aun teniéndolas, su empleo habría encendido otra guerra civil. Cundía y se tomaba en serio la amenaza de abandonar el frente. ¿Cómo se llama una situación causada por un alzamiento que empieza y no acaba, que infringe todas las leyes y no derriba al Gobierno para sustituirse a él, coronada por un Gobierno que aborrece y condena los acontecimientos y no puede reprimirlos ni impedirlos? Se llama indisciplina, anarquía, desorden. El orden antiguo pudo ser reemplazado por otro, revolucionario. No lo fue. Así no hubo más que impotencia y barullo. El Gobierno republicano se retiró, porque los proletarios, incluso los más moderados, no le secundaban. Se pensó que un Gobierno de proletarios, partidos políticos y sindicales, mezclados con los republicanos, tendría más autoridad. Pero la actitud del Gobierno nuevo respecto de la revolución no varió. Algunos de los que entraban a mandar habían en parte aprobado o promovido los movimientos de la revolución. Se encontraron en la necesidad de decir que su política consistía en ganar la guerra, como la del Gobierno republicano. No pudieron adoptar la revolución, siguieron condenados a padecerla, a contemporizar, a aguantarla, como si esperasen su fin, por cansancio o descrédito. El jefe del Gobierno ha hablado de que ya se han hecho bastantes ensayos, en lo que apunta la persuasión del descrédito y la realidad del cansancio. Incluso el Gobierno formado en noviembre, con la CNT y los anarquistas, en las penosas condiciones que aún no se han hecho públicas, no ha podido prohijar la revolución. Desde antes, los comunistas vienen diciendo que en España debe subsistir la república democrática parlamentaria. Creo en su sinceridad porque tal es la consigna de Stalin. Los confederales y anarquistas del Gobierno no hacen más ni menos que los otros ministros. La CNT continúa su invasión social; sus ministros no la contienen ni la suscitan. Su presencia en el Gobierno, para ese efecto, es anodina. Incluso pronuncian discursos o escriben artículos en contra de la táctica de los sindicatos y de sus improvisaciones más dañosas. Tampoco eso vale mucho. Los ministros que se moderan, caen en el descrédito y sus antiguos camaradas, después de silbarlos, les vuelven la espalda. El Gobierno, con pocos medios para imponer su autoridad y con floja voluntad de usarlos, comprueba que en cada coyuntura de los servicios públicos, sean o no de guerra, se ha producido un derrame sindical, paralizante como un derrame sinovial. Tal es hasta ahora el fruto de la revolución: desbarajuste, despilfarro de tiempo, de energía y de recursos, y un Gobierno paralítico.” 
 Escrito en La velada en Benicarló.

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