Daba largos y silenciosos paseos nocturnos para ver las sombras que proyectaban las farolas de luz vigía en la naturaleza y los objetos.
Cambiantes figuras, esquivas, danzantes, provocadoras en la travesía por las rutas de paso habitual que emergen a la fantasía de sus apostaderos incógnitos, sólo de reflejo algunas espejadas por la lluvia caída reciente, a lo sumo embalsada mientras los roces., la sed furtiva, y el aire consienten.
Los paseos entretenidos, de pura y simple contemplación, llenaban de vida renovada el ánimo imbuido de una nostalgia por lo todavía nonato. Eran, como siempre son, impresiones de marcado anhelo por descubrir el mundo limpio de restos mundanos, de fallecimientos cíclicos, de periódicas etapas entre idas y vueltas al eje de una noria enclavado en el centro geográfico, en ocasiones también espiritual, de la cotidiana oscilación de la péndola.
Las aceras despejadas proclamando el caminar franco de distancias superables, los monumentos de simbólico cariz reluctantes al olvido, las fachadas en testimonio mural de las conversiones imaginadas, el cielo punteado de luminarias, labrada la tierra por arquitecturas y urbanismo; los protagonistas de la velada asociando pareceres y el sentimiento de estar en todas partes porque nadie usurpa ni ocupa ni distorsiona ni enmascara le certeza de su fabuloso realismo interpretado.
De la maravilla supuesta tomaba el paseante su elegida lección.