Antiguas, quizá las primeras en el orden del registro de actividades humanas, y transmitidas por las vías consuetudinarias del ejemplo y la inercia, las de pedir y buscar son actuaciones primigenias en el mayor espectáculo de la historia; el más creativo y el más devastador al mismo tiempo.
La cuestión de pedir, que procede del verbo desear, se origina en el intelecto; mientras que la cosa de buscar, que con voluntad y fortuna deriva en el verbo encontrar, reside en la capacidad física, el aguante, el sacrificio del cuerpo vertebrado. Compenetradas y complementarias, estas dos actividades satisfacen la serie de necesidades básicas que mueven y detienen al ser humano, y por extensión natural a todos los semovientes y animales asilvestrados incluidos los carentes de vértebras y tamaño apreciable a simple vista.
Imaginando, y hasta comprobando con la pertinente documentación, la existencia de los antepasados del Homo sapiens, es la presencia de la fortaleza en el ánimo y en el espíritu el motor que impulsa al agente activo hacia la culminación del propósito. Una simbiosis perfecta.
Sandro Botticelli: Fortaleza (1470). Galería de los Uffizi, Florencia.
Con sus defectos, con sus perversiones y apaños de larguísima trayectoria, no obstante.
Y es que hecha la ley, hecha la trampa; o lo que es equivalente: de la sangre, el sudor y las lágrimas vive el que no puede, sabe o quiere pasar sus días con sus respectivas ollas a expensas del prójimo, conchabado con la fraternidad iluminada, paradójicamente umbrosa y tendente sin azoro ni más cera que la que arde al encubrimiento pleno y solemne de los “listos” y los “hábiles” en los manejos, las captaciones, las alianzas rentables a los que las suscriben y los adheridos al poder que más calienta. En definitiva, a los vividores de ayer, hoy y siempre, frenéticamente activos para regodearse en el cuento y refocilarse con el cuento.