Es una entelequia, sentenció y al paisaje donde la nada se convierte en todo dio la espalda.
La dignidad le quedó a salvo y compuesta, vestida de dulce, de veintiún botones el atavío del galano desplante, luciendo de anverso a reverso como un brazo de mar, como los chorros del oro por limpia, lustrosa y brillante.
Aunque sirva de poco en cuanto el viento, que sopla por decencia, cesa de barrer.
Cosa irreal, dijo; y no era para menos el calificativo vista la estampa de tendencia y apropiación, justificados los medios, habidos y por haber, en la finalidad acordada previo el empuje inicial. Incomprensible, añadió para que sonara fuerte en el vacío agujereado.
Alejándose a buen paso del percal, que más sabe el avisado que el teórico de las retóricas, denunciaba aquello que nadie descubre en campo abierto ni lo cree posible, pero que, a su vez, nadie descarta ni rehúye como ejemplo porque condiciona las decisiones y preside los actos.
Un lío, vamos.
Una utilidad para la ceremonia de la confusión que permite grandes capturas de peces en las aguas revueltas.
Ya en lontananza el ausentado, desvaído el perfume de sahumerio, en el marco intemporal contienden las alegorías.
También las analogías, que conste.
Dramaturgia de galería con horario de visitas restringido al acondicionamiento de los figurines. Permutando, cuando están, son maternales, delirantes, proteccionistas y reconstructores, judicativos, estacionales y románticos; dioses y criaturas perennes.
Paga y cobra el universo de los misterios.