Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega reseña la nota preliminar y el apéndice de la obra Combate sobre España. Memorias de un piloto de caza, escrita por José Larios en 1966, con sus propias palabras; primera versión en inglés, publicada por la editorial MacMillan de Nueva York, versión en español publicada por la madrileña editorial San Martín. Y, a continuación, la orden general de operaciones, dictada por Moscú, destinada a implantar el régimen soviético en España a partir de junio de 1936; con un comentario inicial y final del autor al respecto.
Habla un protagonista de la época
Desgraciadamente para España, la guerra se transformó enseguida en un conflicto internacional. Nuestra terrible lucha intestina hubiera sido mucho más corta de no haber mediado la ayuda extranjera, y, por lo tanto, muy inferiores las pérdidas de vidas y destrucción de bienes. Aquellos tres años terribles hubieran podido reducirse quizá a unas cuantas semanas.
Refiriéndose a la guerra civil y a la España de posguerra, ciertas personas con poco o ningún escrúpulo, han diseminado por el extranjero muchos libros falsos y parciales, panfletos y artículos cuando menos indocumentados. Ante los ojos del mundo han perjudicado mucho a España y han hecho que quienes no la conozcan bien o ignoran los graves problemas que tenía plateados antes de la explosión de 1936, emitiesen un juicio erróneo. La verdad ha necesitado años para abrirse camino.
En cuanto a la tan cacareada ayuda del Eje a los nacionales, el solo hecho de que las Brigadas Internacionales llegaran a España dos meses y medio antes que el primer contingente de voluntarios italianos desembarcara en Cádiz, demuestra el enorme interés del mundo comunista en asentar firmemente su planta en este país que, años antes, había sido señalado por Lenin como primer Estado occidental, después de la misma Rusia, en el que debería llevarse a cabo la revolución proletaria.
Una de las acusaciones más profundas que los propagandistas republicanos hicieron durante las campañas políticas del año 1930 a la Monarquía restaurada, fue de que la institución monárquica estaba condenada al decaimiento porque se había desnacionalizado. Esto no era sino una verdad a medias, y una verdad a medias suele ser la peor de las mentiras. Pero es absolutamente cierto, en cambio, que la República ni siquiera llegó a nacionalizarse; se dio, desde los primeros tiempos, el arte y la maña de dividir a España en zonas incompatibles; de partirla en pedazos, a punto tal que en España, mucho antes de 1936, más que seres insertos en una normal ciudadanía, parecíamos antropófagos políticos, seres canibalinos (sic) impulsados por el designio de devorarnos mutuamente.
Con tanto desinterés y pureza de intención asistía el Ejército nacional al ensayo de un nuevo régimen español, que si hubiera cumplido los principios más elementales de una sociedad organizada con arreglo a la moral y a la decencia, los gobernantes republicanos habrían hallado en nuestros Jefes y Oficiales el principal apoyo de su obra.
He pensado muchas veces que aún en aquellos últimos trances de julio de 1936, cuando caía acribillado a balazos el jefe de la oposición parlamentaria, don José Calvo Sotelo, y esos balazos procedían de la fuerza pública, encargada de garantizar nuestras vidas, tuvo la República ocasión de encauzar la severísima, justísima indignación nacional del Ejército. Un gobierno decidido a representar España, resuelto a castigar inexorablemente a los asesinos, cómplices, inductores y beneficiarios del crimen de que fue víctima Calvo Sotelo, un Gobierno que hubiese levantado en la plaza pública el patíbulo ejemplar, donde normalmente debían aparecer colgados y cubiertos de ignominia los miserables ejecutores del crimen siniestro, un Gobierno resuelto a sacar de un hecho tan monstruoso las congruas consecuencias políticas, es seguro que haría podido contar con el apoyo enérgico, limpio y leal y desinteresado de todo lo que en España es y significa el Ejército nacional. Pero era imposible que las cosas sucedieran así. El destino histórico de los pueblos tiene a veces en su marcha profunda, la exactitud y fijeza del movimiento de las constelaciones. Las cosas tenían que acontecer como acontecieron, y no de otro modo.
Los Gobiernos republicanos, salvo en algunas breves etapas de su actuación, vivieron constantemente rebasados por el problema del Orden Público, que superó, en términos crecientes, a la organización dada por el régimen al Poder político. Quedóse España sin Ejército, de modo tan completo que a principios de 1936 no existía más núcleo militar eficaz y serio que el de las tropas de Marruecos, salvadas del cataclismo, sin duda, porque nos e atrevió la República a descuartizarlas en vista de los fines de carácter internacional que esas tropas cumplen al otro lado del estrecho de Gibraltar. Y aun así, ya empezaban a organizarse muy seriamente en toda la zona del Protectorado células y centros de acción comunistas, con la misión de minar y despedazar aquel último reducto de una posible reacción militar bien organizada. Agentes rusos de muy conocida filiación, aventureros de todos los países, delegados de las oscuras logias, representantes del judaísmo hicieron de Tánger un estratégico cuartel general; desde allí se dedicaron a secretas maniobras revolucionarias. Pese a la clandestinidad de las operaciones que se llevaban a cabo, el Ejército pudo conocer perfectamente todo lo que se venía tramando.
En el libro Preparación y desarrollo del Alzamiento Nacional, recuerda su autor, Felipe Bertrán y Güell, un párrafo del discurso que el gran orador republicano, Emilio Castelar, pronunció el año 1873 para describir los horrores a que España había sido conducida por la Primera República:
“Una dictadura demagógica en Cádiz; sangrientas rivalidades en Málaga que causaron la huida de casi la mitad de sus habitantes; el desarme de la guarnición de Granada después de crueles batallas; las bandas de Sevilla y Utrera; los incendios y los asesinatos de Alcoy; la anarquía en Valencia; las partidas en Sierra Morena; el campo de Murcia entregado a la demagogia; los burgos de Castilla convocando desde las fábricas a una guerra de Comunidades, como si Carlos de gante hubiera desembarcado otra vez en las costas del Norte; una horrible e histórica escena de querellas y puñaladas entre los cantonalistas y los defensores del gobierno de Valladolid; la capital de Andalucía en Armas; Cartagena en delirio; Alicante y Almería bombardeadas; la escuadra española pasando del pabellón rojo al pabellón extranjero…”
Esta evocación de la España de 1873, tan nutrida de espanto, no acierta sin embargo a descubrir la situación política y social del país bajo el gobierno de la II República, o mejor dicho, bajo el látigo del Frente Popular; y aún era más estremecedor el porvenir que se nos deparaba que el angustioso presente.
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Los jefes del comunismo universal habían decretado que un determinado día del mes de mayo de 1936, toda la campaña de agitación criminal llevada metódicamente a cabo sobre el ensangrentado cuerpo de España sería coronada por un asalto al poder político y por la instauración de un régimen de soviets, montado sobre la consabida trilogía de los soldados revolucionarios, de los obreros y de los campesinos. La fecha de mayo acordada en Moscú hubo de quedar sin efecto, porque para la batalla decisiva pareció escasa la preparación llevada a cabo hasta entonces. Resolvió el comunismo trasladar al día 29 de julio del mismo año, o quizá al primero de agosto, la vasta operación proyectada.
Tan segura estaba la revolución internacional del triunfo que, a pesar de su conocida afición al clandestinaje, los principales agentes y directores del marxismo no hacían ya secreto de sus propósitos. Así, por ejemplo, el 24 de mayo, con ocasión de un mitin celebrado en Cádiz, declaraba el líder Largo Caballero en su calidad de jefe del ala izquierda socialista: “Cuando se rompa el Frente Popular, que se ha de romper, el triunfo de proletariado será seguro: implantaremos la dictadura del proletariado.”
La misma documentación, oficial y secreta, del Komintern con todas sus consignas, órdenes y contraórdenes dirigidas a los centros revolucionarios de España, no solamente era conocida del Gobierno y de la Policía, sino que circulaba en copias bastante abundantes y al alcance de cuantos españoles querían conocerla.
Hay un documento muy interesante de esa época; es la orden general de operaciones que dictó Moscú cuando faltaban pocos días para el desencadenamiento de la ofensiva general revolucionaria. El documento fue repartido a todas las células comunistas de España el día 6 de junio de 1936.
ÓRDENES Y CONSIGNAS
A) Es urgente acusar, aun cuando no actúen, a todos los elementos directivos de las agrupaciones políticas llamadas Falange Española, Nacionalistas de Albiñana, Acción Popular, Partido Radical, Renovación Española o Monárquicos de Alfonso XIII, Tradicionalistas o Carlistas, y a las juventudes de esos partidos, al Gobierno, a los elementos de la Dirección General de Seguridad, a los Gobernadores y a los Alcaldes, sin ninguna clase de reparo ni de titubeo, simulando e inventando, si es necesario, las relaciones y complicidades de los acusados con los elementos fascistas. Deben emplearse todos los procedimientos que el ingenio sugiera, y lo mejor es conseguir la detención de los acusados para anular así cualquier posibilidad de acción por parte de los mismos. Las acusaciones deben extenderse no sólo a los afiliados y simpatizantes, sino también a los familiares y criados de los mismos que pudieran sentir escrúpulos al contemplar las detenciones de los demás. Cada autoridad dispondrá que las detenciones sean intervenidas directamente por los milicianos de filiación marxista, y a los detenidos se les convencerá adecuadamente de que la violencia será llevada “ipso facto” a su máximo rigor si se produjera cualquier actuación posterior de los acusados o sus cómplices.
B) Hay que forzar los grupos de choque y vigilancia de los cuarteles, y entregar pistolas-ametralladoras a los militantes que aún no las posean. Estos grupos de choque estarán enlazados con los que han de asaltar los cuarteles, los cuales mantendrán a su vez enlace con el Comité Comunista de cada cuartel y vestirán uniforme de soldado. Serán mandados por militares efectivos de los que actualmente se dispone con absoluta incondicionalidad. Entablada la lucha entre el grupo de choque y la guarnición del cuartel, los asaltantes tendrán fácil la entrada, se pondrán inmediatamente en contacto con el Comité respectivo y decidirán el plan de ataque dentro del mismo cuartel.
C) Los Comités interiores de los cuarteles renovarán cada dos días sus relaciones de personal, clasificándolo mediante signos y colores en enemigos, neutros, simpatizantes y adictos. Iniciada la rebelión, el personal del Comité interior, bajo su directa responsabilidad, eliminará rápidamente y sin vacilación alguna a todos los que figuren en la clasificación como enemigos, sin olvidar que esta eliminación debe alcanzar a Jefes, oficiales, clases y soldados. Cada miembro del Comité interior tomará las medidas oportunas para llevar consigo, sin peligro de ser descubierto, la relación de los individuos de cuya eliminación debe encargarse personalmente. A los calificados como neutros se les someterá a vigilancia estrecha para evitar que reaccionen en sentido contrario, procurando que su simpatía se decida por la Revolución. Una vez triunfante el golpe de mano, estos elementos neutros serán duramente probados y de ese modo desaparecerá el peligro de los cambios de actitud a que suelen inclinarse siempre estos temperamentos poco resueltos. Los Comités interiores de los cuarteles cuidarán de que los grupos exteriores de vigilancia entren en el edificio so pretexto de ayudar a la fuerza para dominar la rebelión. Al frente de cada unidad de grupos reunidos figurará el jefe del grupo asaltante, al que todos obedecerán sin discutir su calidad o jerarquía; cualquier discusión sobre este punto será sancionada inmediatamente y sobre el terreno por los dos miembros ejecutores que tendrá a su disposición el jefe de grupo.
D) Quedan modificados los grupos de atacar y eliminar a los generales, tengan o no mando, a los jefes de cuerpo y a los coroneles, tengan así mismo mando o no lo tengan y sean de éste o del otro matiz. Los ataques a los primeros estarán a cargo de grupos formados por diez hombres. Dos de ellos, por lo menos, irán provistos de pistolas ametralladoras. Se advierte que los generales suelen ir acompañados de dos ayudantes o secretarios, y que, por consiguiente, conviene que el ataque se produzca en el domicilio del atacado. La eliminación estará a cargo de los tres hombres más decididos del grupo y afectará al general o coronel, pero sin reparar ante los obstáculos y sin dejar de actuar contra cuantas personas se opongan, cualquiera que sea su edad, sexo o condición. Los grupos de ataque a los jefes sin mando, pero con residencia en las plazas, estarán integrados por tres hombres: uno de ellos armado con pistola-ametralladora; y llevarán una reserva de dos hombres a fin de que la eficacia del ataque no se malogre.
E) Los grupos de ataque a los oficiales que vayan a incorporarse a los cuarteles quedarán organizados como se hallan hoy, y seles previene que como las fuerzas militares fascistas tienen organizada la recogida de esos oficiales en automóviles protegidos y escoltados, los grupos de nuestras milicias habrán de situarse en lugar estratégico, armados y en automóvil, para atacar lateralmente, desde las esquinas de las calles. El fuego se abrirá con pistola-ametralladora. El arma corta se empelará únicamente a pequeña distancia y para la defensa personal.
F) Con toda urgencia se procederá a la preparación de plataformas para la colocación de ametralladoras en los lugares designados de antemano, a fin de atacar con energía a cualquier Cuerpo que no haya sido contenido antes de salir a la calle. Se tendrán reunidas las planchas que se han de colocar en cada camión, de modo que sea fácil el ensamblamiento (sic) para colocar las ametralladoras y para que las unidades motorizadas estén en disposición de salir rápidamente a estrangular cualquier resistencia. En estos camiones se cargarán bombas de mano hasta el número asignado como dotación a cada grupo.
G) Las fuerzas de las milicias a pie se situarán conforme a las órdenes del jefe respectivo, de tal modo que rápidamente puedan vestir los uniformes preparados de antemano, colocarse el correaje y hacerse cargo de las armas largas. Como irán mandadas por Jefes y Oficiales del Ejército de probada confianza, les será fácil confraternizar con los soldados que salgan de los cuarteles.
H) Iniciada la rebelión, grupos de milicianos con uniforme de Guardias Civiles o de Asalto detendrán a todos los jefes de partidos políticos antimarxistas, con el pretexto de defenderles personalmente, pues con ellos se procederá igual que si se tratara de generales sin mando. Igualmente, grupos uniformados, con pretexto de protección, detendrán a los grandes capitalistas que figuran en el apéndice B de la circular número 32. Con estos no se empleará ninguna violencia si no mediase resistencia, y se les exigirá los saldos de las cuentas corrientes existentes en los bancos y la transferencia de sus valores. En caso de ocultación se les aplicará el trato de eliminación completa, incluso de sus familiares, sin exclusión de ninguno. Conviene que los grupos uniformados a quienes se asigna esta misión respecto de los capitalistas, lleguen a relacionarse estrechamente con los criados y servidores de los mismos. Pueden ser grandes elementos para esto los chóferes y ayudas de cámara. Este servicio ha de llevarse a cabo con escrupuloso cuidado, para evitar imprudencias, y se fijarán castigos ejemplares cuando sea necesario un escarmiento.
I) Los militares que han de ser más vigilados son los que figuran como simpatizantes y adictos. Estas personas llegadas a nuestras filas, son elementos de conducta indeseable dentro del Ejército, y con ellas ha de seguirse la misma táctica que se siguió en Rusia: en primer término se les utiliza y luego se les da el trato de enemigos, pues para que nuestra ora se consolide es preferible un oficial neutro que uno que haya sido ya traidor a los suyos y mañana pueda traicionar nuestra Causa.
J) Debe llevarse con la máxima actividad la instrucción de las milicias en cuanto a los movimientos, así como los ejercicios de tiro para lograr la mayor disciplina y la máxima eficacia en el manejo de las armas de fuego, acostumbrando a todos a que cumplan sin titubeos la misión que a cada uno se confíe y haciéndoles ver el peligro que para su vida representa la tibieza o la traición. Diariamente, y aprovechando la noche, se explicará la táctica de la lucha en las calles. Las milicias encargadas de defender las poblaciones se situarán en las inmediaciones de los lugares de salida, a fin de impedir que, derrotado el Ejército, pueda marcharse al exterior de la ciudad. Se colocarán los nidos metálicos de las ametralladoras mirando a las ciudades, y cuando se es que las fuerzas militares intentan salir se les hará fuego., llegando a utilizar las bombas de mano si ello fuera necesario. Otras milicias se situarán a un kilómetro de las ciudades principales, con los mismos elementos que las anteriormente citadas, así como con camiones blindados, armados con ametralladoras, y tendrán como misión impedir por todos los medios la llegada de refuerzos enemigos a las poblaciones. Estas milicias, próximas y alejadas, estarán enlazadas por medio de automóviles ligeros, dotados de pistolas ametralladoras, y en la mitad del camino habrá reserva de ciclistas por si el auto sufre averías. Así mismo, desde el interior de las ciudades hasta el lugar en que se encuentran las milicias contiguas, habrá enlaces ciclistas que les tendrán al corriente de la marcha de la rebelión.
Este documento es la revelación acabada del gran monstruo que intentó ahogar a España y que ahora, aniquilado aquí, vuelve sus ojos sangrientos hacia otros pueblos.
Llegaron esas instrucciones a Madrid durante el mes de junio de 1936. Tuvo el autor de este libro ocasión de leerlas. Mediado el mes de julio se repartió a todos los núcleos activos de la revolución internacional otra versión, aún más concreta, de estas mismas instrucciones. En el nuevo documento se insistía vigorosamente sobre la necesidad de impedir que los oficiales de las distintas guarniciones pudieran incorporarse a sus Regimientos cuando recibieran la orden de acuartelamiento y concentración.