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Memoria recobrada (1931-1939) XXV


Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega ofrece la transcripción de cinco documentos, tres escritos y dos orales, referidos al movimiento armado revolucionario en 1934, a la situación política, militar y social en vísperas del estallido bélico en 1936 y al asesinato de José Calvo Sotelo.

Apunte de Francisco Franco Bahamonde sobre la revolución de octubre de 1934
Las armas [para el levantamiento revolucionario en Asturias] las había alijado el vapor Turquesa con anticipación y había encontrado todas las facilidades en los gobiernos republicanos que, pretendiendo eran para la revolución en Portugal, se había dado orden a los cónsules en el extranjero para su despacho. La concatenación del intento revolucionario en Asturias, Cataluña y Madrid pretendía les asegurase el triunfo. Fracasado en Madrid, por las previsiones del Gobierno, estrangulado en Barcelona por la rapidez y decisión con que obraron varios jefes del Ejército al tomar por asalto la Generalidad de Cataluña en que se encontraba el mando de la rebelión en Barcelona, la rebelión quedó reducida al reducto montañoso de Asturias donde la revolución había sido concienzudamente preparada por agentes de Moscú. Contaban los revolucionarios con las debilidades de aquel Régimen [la II República] y la incapacidad de sus cabezas rectoras.
    No contaban con que se trataba de una operación de guerra con todas sus consecuencias y que en el Ministerio de la Guerra iban a encontrarse un Capitán experto en la materia. El contubernio de Izquierda Republicana [partido de Manuel Azaña y Santiago Casares Quiroga], de los separatistas catalanes que intentaban aprovechar la revolución para proclamar la republica catalana y desgajarse de la nación, y los socialistas que con la experiencia y dirección técnica comunista creían iban a poder instalar una dictadura. La masonería que creía poder explotar la carne de cañón de los obreros a través del Partido socialista para asaltar el poder. Los millones del Banco de España no fueron devueltos, sus líderes se escaparon al extranjero. La masonería les facilitó la huida por las fronteras.
    Conversación con el ministro de la Guerra [José María Gil Robles]. Los momentos eran gravísimos, había que ser eficaz. Salvar a la nación de la gravísima situación que se avecinaba. Necesidad de hablarle francamente al ministro, destacarle su responsabilidad personal en la materia. Intervención del Presidente [de la República, Niceto Alcalá Zamora], un ayudante suyo espiando los movimientos durante todo el día. Había que reducir la resistencia con rapidez si no se quería suceder una guerra civil. Si no se obra como se obró hubiera triunfado la revolución.

Apunte de Francisco Franco Bahamonde sobre el advenimiento y la evolución de la II República
La Republica que había llegado sin la menor resistencia de las Fuerzas Armadas, que acataron y reconocieron el nuevo Régimen, fue enseguida el blanco del sectarismo de sus hombres políticos estimulados por las pasiones y rencores de unas docenas de militares apartados del Ejercito por su incapacidad o sus vicios.
    Los fracasos que los intentos revolucionarios habían cosechado en los últimos años crearon sin duda un complejo de odio y de rencor contra los organismos que guardaban y defendían al Estado. Su expresión más elocuente la tuvo aquella frase de haber “triturado al Ejército” de que se jactaba en su vesania el Sr. Azaña… ¡Desdichado! ¡Cómo si pudiese existir un Estado sin ejércitos que lo guarden! Las instituciones armadas poniendo a contribución su disciplina, sufrieron en silencio en las guarniciones, seguros de que había de imponerse la razón y el orden y que la incapacidad y crisis de los compañeros militares republicanos habían de labrar su propia ruina.  Como pronto ocurrió.
    No se nos ocultaba a los que habíamos llorado sobre la Historia las desgracias patrias a lo que iba a conducirnos una República que llegaba a hombros de los resentidos, de los que habían buscado en las logias acogida para sus rencores. La primera República en España fue la de la anarquía de los cantonales, de la insubordinación en los cuarteles, la del “¡que baile!”. El pueblo ansiaba una revolución que lo redimiese e iba a encontrarse con una farsa. La calidad de los ejércitos la reflejan sus cuerpos de oficiales, su patriotismo, su caballerosidad y espíritu de servicio que rechazan las intrigas y las ambiciones bastardas.

La República abocada a la guerra civil
Carta del Capitán general de Canarias, Francisco Franco Bahamonde, a Santiago Casares Quiroga, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, fechada el 23 de junio de 1936
El General de División, Comandante Militar de las Islas Canarias. Santa Cruz de Tenerife, 23 de junio de 1936.
    Respetado Ministro:
    Es tan grave el estado de inquietud que, en el ánimo de la oficialidad, parecen producir las últimas medidas militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no le hiciese presente mis impresiones sobre el momento castrense y los peligros que parala disciplina del Ejército tiene la falta de interior satisfacción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales.
    Las recientes disposiciones, que reintegran al Ejército a los jefes y oficiales sentenciados en Cataluña, y la más moderna de destinos, antes de antigüedad y hoy dejados al arbitrio ministerial, que desde el movimiento militar de1917 no se había alterado, así como los recientes relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría del Ejército.
    Las noticias de los incidentes de Alcalá de Henares, con sus antecedentes de provocaciones y agresiones  por parte de elementos extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que produce, sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado en momentos de ofuscación, que interpretado en forma de delito colectivo tuvo gravísimas consecuencias para los jefes y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando dolor y sentimiento a toda la colectividad militar, todo esto, excelentísimo señor, pone aparentemente de manifiesto la información deficiente que acaso en este aspecto debe llegar a V.E., o el desconocimiento que los elementos colaboradores militares pueden tener de los problemas íntimos y morales de la colectividad militar.
    No desearía que esta carta pudiera menoscabar el buen nombre que poseen quienes en el orden militar le informan o aconsejan, que pueden pecar por ignorancia pero sí me permito asegurar, con la responsabilidad de mi empleo y la seriedad de mi historia, que las disposiciones publicadas permiten apreciar que los informes que las motivaron se apartan de la realidad y son algunas veces contrarias a los intereses patrios presentando al Ejercito bajo vuestra vista con unas características y vicios alejados de la realidad.
    Han sido recientemente apartados de sus mandos y destinos jefes en su mayoría de historial brillante y de elevado concepto en el Ejército, otorgándose sus puestos así como aquellos de más distinción y confianza a quienes, en general, están calificados con el noventa por ciento de sus compañeros como más pobres en virtudes.
    No se sienten ni son más leales a las instituciones los que se acercan a adularlas y a cobrar la cuenta de serviles colaboraciones, pues los mismos se destacaron en los años pasados, con Dictadura y Monarquía. Faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como desafectos a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones; prestan su desdichado servicio a la Patria quienes disfrazan la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndolas aparecer como símbolos de conspiración y desafecto.
    De la falta de ecuanimidad y justicia de los poderes públicos en la administración del Ejército en el año 1917 surgieron las Juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en un plano anímico, que las Juntas Militares están hechas. Los escritos que clandestinamente aparecen con las iniciales UME y UMRA, son síntomas fehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se acude a evitarlo, cosa que considero fácil con medidas de consideración, ecuanimidad y justicia. Aquel movimiento de indisciplina colectiva de 1917, motivado en gran parte por el favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor grado que al que hoy se sienten en los Cuerpos de Ejército.
    No le oculto a V.E. el peligro que encierra este estado de conciencia colectiva en los momentos presentes en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas de la Patria. Apartado muchas millas de la Península, no dejan de llegar hasta aquí noticias, por distintos conductos, que acusan que este estado que aquí se aprecia, existe igualmente, tal vez en mayor grado, en las guarniciones peninsulares e incluso entre todas las fuerzas militares de orden público.
    Conocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado muchos años, puedo asegurarle que es tal el espíritu de justicia que impera en los cuadros militares que cualquier medida de violencia no justificada produce efectos contraproducentes en la masa general de las colectividades al sentirse a merced de actuaciones anónimas y de calumniosas delaciones.
    Considero un deber el hacer llegar a su conocimiento lo que creo una gravedad grande para la disciplina militar, que V.E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes de cuerpo que, exentos de pasiones políticas, viven en contacto y se preocupan de los problemas íntimos y del sentir de sus subordinados.
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Declaración del ordenanza de Santiago Casares Quiroga al respecto de las amenazas proferidas contra José Calvo Sotelo en las Cortes
Ante la Audiencia de Santander en 1938.
Que a raíz del último discurso que pronunció en el Congreso el Excmo. Sr. D. José Calvo Sotelo y encontrándose el que declara de ordenanza en el Ministerio de Obras Públicas al servicio inmediato del señor Casares Quiroga, llegó éste a su despacho y durante los momentos que le quitaba el abrigo pudo escuchar que el señor Casares, dirigiéndose a cuatro diputados, cuyos nombres no recuerda en estos momentos, pero que si se les ciaran es posible que los recordase, sobre todo de algunos, que eran todos paisanos y de la minoría del mismo, como asimismo a las dos mecanógrafas que estaban a sus ericio, cuyos nombres tampoco recuerda, pero que de una de ellas sabe que obtuvo el número uno en oposiciones a mecanógrafas del Ministerio de Marina, dijo: “Hay que asesinar a Calvo Sotelo antes del martes”, teniendo idea de que, haciendo coro a esta manifestación del señor Casares Quiroga, las mecanógrafas dijeron que a ese canalla había que quitarle de en medio; que no pudo oír más porque tuvo que marcharse con el abrigo a dejarlo al sitio de costumbre, saliendo del despacho. Que inmediatamente, por teléfono, avisó al Congreso al diputado don Dimas Madariaga [integrante de la CEDA] para que fuese al Ministerio a entrevistarse con él, y le comunicó allí lo que pudo oír. Que al día siguiente volvió el señor Madariaga al Ministerio por si el declarante había podido oír alguna otra cosa, diciéndole que lo había comunicado a los señores Gil Robles [José María Gil Robles, líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA)] y Goicoechea [Antonio Goicoechea Cosculluela, dirigente de Renovación Española], que hablaron con el señor Calvo Sotelo, según él le dijo y este les había contestado que él no desertaba de su puesto.

Testimonio del guardia de Asalto Aniceto de Castro Piñero con relación a su participación en la captura y asesinato de José Calvo Sotelo
Ante la Audiencia de Santander en 1938.
Que en la noche del 12 de julio de 1936, al ir a las veintidós hacerse cargo del servicio en el Cuartel de Pontejos, se enteró de que poco antes habían matado al teniente Castillo [instructor de milicias socialistas y comunistas], y que esto originaba vivas protestas entre algunos guardias de la Compañía, que atribuían el hecho a las derechas y militares, destacándose en tales protestas los cabos Mariano García y Francisco Condés.  Advirtió también que dentro del cuartel había reuniones y conciliábulos entre los oficiales y el comandante Burillo y los referidos cabos, lo que retrasó bastante el servicio, hasta el punto de que no se relevaron los puestos a la hora acostumbrada. Aquella misma noche, hacia las diez y media, el capitán de la sexta Compañía, cuyo nombre ignora, y que murió después en el frente de Guadarrama, y el mayor de los hermanos teniente Barbeta, formada la Compañía, les arengaron en términos de venganza por la muerte del teniente Castillo, y conminándoles a que el que no estuviera dispuesto a tomar venganza habría de atenerse a las consecuencias. Después de la arenga se distribuyó el servicio ordinario, y aunque éste correspondía realizarlo a la primera Sección, que era la mandada por el teniente Castillo, dedicaron para el mismo a la tercera, mandada por el menor de los Barbeta, lo que atribuye el declarante a que así sería más fácil que la Sección del propio Castillo quedara disponible para practicar otros servicios de otra índole. Quedaron, pues, la Sección primera y la segunda de retén en el cuartel, y al poco rato advirtió el que declara que llegaban diversos individuos vestidos de paisano, algunos de ellos conocidos del declarante como extremistas de izquierda, tales como el conocido por José del Rey, que era guardia antiguo condenado a treinta años por su participación en los sucesos de 1934, y luego amnistiado y repuesto por el Gobierno del “Frente Popular”. Pertenecía a la 5.ª Compañía y era escolta de la diputado Margarita Nelken [entonces todavía vinculada al PSOE, poco después del suceso aquí referido ingresaría en el PCE]; otro conocido por “el pistolero”, cuyo nombre ignora [se llamaba Victoriano Cuenca], pero sabe que estaba de escolta de Indalecio Prieto y contaba con un carné en el que figuraba como guardia de Asalto, aunque realmente no lo era. Todos estos paisanos celebraron conferencias con los oficiales de la Compañía y con las clases y guardias que se habían significado como extremistas. Al propio tiempo, advirtió que llegaban también varios coches ligeros y camionetas de la Dirección General de Seguridad, estacionándose en las proximidades del cuartel. Hacia la una de la madrugada del día 13 [julio de 1936] se formó la Compañía del declarante, a la que correspondía estar de servicio, y enseguida principiaron a designar la práctica de varios servicios para los cuales salían guardias y paisanos en coches o en camionetas, recibiendo el jefe de cada vehículo un papel escrito que entregaba el teniente don Andrés León Lupión, que cree pertenecía a la sexta Compañía, cuyo papel entiende el declarante que debía contener la orden de la misión a realizar.
[El grupo encargado de asesinar a Calvo Sotelo estaba formado por miembros de la escolta del dirigente socialista Indalecio Prieto, conocida por el apodo de La motorizada, junto a varios guardias de asalto afines al PSOE, al mando todos ellos del capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, de filiación masónica y socialista, a su vez instructor militar de las milicias socialistas.]
    Advierte el declarante que los guardias salían por el orden en que estaban formados, y así tocó el turno al declarante, que salió en unión de sus compañeros Bienvenido Pérez y Ricardo Cruz Cousillos, y los tres subieron a la camioneta número 17, que les designó el teniente Barbeta, en la que ya estaban un guardia del escuadrón de Seguridad de caballería, de uniforme, el chófer de la propia camioneta y unos diez paisanos más. Entre éstos estaba el guardia José del Rey, el pistolero a quien antes se refirió, y el capitán de la Guardia Civil señor Fernando Condés. Antes de arrancar la camioneta, el teniente Lupión entregó a José del Rey un papel escrito. Es de significar que antes de partir notó el declarante inusitado movimiento en el cuartel, donde muy frecuentemente entraban y salían oficiales y paisanos que pudieran venir de dar o de recibir órdenes.
    La camioneta se dirigió directamente a la calle de Velázquez, y al llegar a la de Diego de León volvió en dirección de la marcha para tomar el andén de los números impares y se paró ante la casa número 89, donde el capitán Condés dispuso los distintos servicios, asignando al que declara, en unión de dos o tres paisanos, el de registrar todos los coches que pasaran, viendo que a otros se les ordenó emplazar una pistola ametralladora en un solar cercano que había en la parte sudeste y advirtiendo que a la casa del 89, en cuyo portal había dos guardias de Seguridad, entraron el capitán Condés, el guardia José del Rey, el pistolero [Victoriano Cuenca] y algunos paisanos más, quedando en la puerta los restantes guardias y paisanos.
    Ya los referidos en el interior de la casa, apareció el sereno de la calle a quien oyeron decir: “¿Es que vienen a detener al señor Calvo Sotelo?” Le contestó uno de los paisanos que se retirase inmediatamente porque le podían pegar dos tiros, ante lo cual el sereno se marchó. Fue entonces cuando se enteró el declarante de la clase de servicio que se estaba prestando. Siempre bajo la dirección del capitán Condés apareció por la puerta de la casa el señor Calvo Sotelo, vestido con un traje gris, y le ordenaron que subiera a la camioneta, realizándolo así y colocándose donde le indicaron, o sea en el departamento tercero y en dirección de la marcha. A la izquierda del señor Calvo Sotelo se sentó el declarante y a la derecha otro guardia que cree era el del escuadrón de caballería, todo por órdenes de Cortés. Éste se colocó junto al conductor [de nombre Orencio Bayo] y José del Rey al otro lado del mismo; y el pistolero se situó en el cuarto departamento, inmediatamente después del sitio ocupado por don José Calvo Sotelo. Debe advertir que al subir el señor Calvo Sotelo a la camioneta preguntó si venía el capitán, y éste contestó que estaba, poniéndose de pie, ante lo cual el primero hubo de decir: “Vamos a ver para qué nos quieren”. Arrancó la camioneta, despidiéndose el señor Calvo Sotelo de su familia, que estaba en los balcones, diciéndose adiós con la mano.
    Unos omentos después de haberse puesto en marcha la camioneta y hacia la altura de la calle de Ayala sonó un disparo, y al instante volvió la cabeza el mismo que declara, y vio que al propio tiempo que caía el señor Calvo Sotelo hacia la derecha, el pistolero esgrimía una pistola con la que sin duda acababa de disparar a “quema pelo” sobre la nuca de aquél. En el acto se retiró al departamento posterior el guardia que iba a la derecha del señor Calvo Sotelo, y el referido pistolero, levantándose de su asiento e inclinándose sobre el cuerpo de aquél hizo otro segundo disparo sobre su cabeza. La camioneta continuó su marcha sin que nadie pronunciara palabra, y únicamente el pistolero dijo: “Ya cayó uno de los de castillo”, y Condés y José del Rey cambiaron entre sí miradas como de inteligencia Llegados a la calle de Alcalá estaba allí otra camioneta de servicio con el teniente Barbeta el mayor, quien les dejó paso al advertir que pasaban y siguieron hacia Las Ventas y hasta el cementerio del Este, no sin antes haber empujado varios paisanos el cadáver para que quedara debajo de los asientos, sin que el que dice cambiara de lugar. Ya en el cementerio, descendieron del vehículo el capitán Condés y José del Rey y se dirigieron al puesto de guardia, regresando acompañados de dos vigilantes del cementerio. Acto seguido ordenó el capitán Condés que se bajara el cadáver, diciendo: “Hala, bajar a ese hombre” y entre todos los de la camioneta o casi todos, incluso el que declara, tiraron del cuerpo hasta conseguir con esfuerzo sacarlo, pues iba bastante prensado entre los asientos y lo depositaron en el suelo, debajo de los arcos que existen a la entrada del cementerio, quedando al lado del cadáver los referidos vigilantes.
    Emprendieron la vuelta al cuartel y en el trayecto no se cruzaron más que las siguientes palaras: dijo el chófer de la camioneta: “Supongo que no me delataréis”. Respondió Condés: “No te preocupes, nada te pasará”, y agregó José del Rey: “El que diga algo que conste que se suicida; le mataremos como a ese perro”.
    Una vez en el cuartel de Pontejos, el capitán Condés pasó al despacho del oficial de guardia, donde estaba el comandante Burillo, que al momento salió y abrazó al pistolero, el cual llevaba en la mano el maletín del señor Calvo Sotelo. Burillo y el pistolero, abrazados y seguidos de los demás oficiales que allí había, entre los que estaban Lupión, el capitán Moreno Navarro, el teniente Merino, ayudante del comandante, Barbeta, etcétera, subieron hacia la Comandancia y entraron en ella permaneciendo largo rato, durante el cual iban también entrando todos los oficiales que llegaban de los distintos servicios con detenidos que ingresaban en los calabozos.
    Quedó el declarante de servicio de retén, y hacia el amanecer vio llegar al teniente coronel Sánchez Plaza, jefe superior del Cuerpo, quien subió a la Comandancia, sin que lo viera salir. Pudo apercibirse de que por la noche un guardia de ideas extremistas, llamado Tomás Pérez, limpió la sangre que había en la camioneta, que quedó estacionada en la puerta, en la plazuela que hay junto al referido cuartel.
    A las ocho de la mañana salió el declarante del servicio, e inmediatamente contó a sus familiares lo que había presenciado, aconsejándole éstos y otros amigos, como su antiguo capitán, señor Arnot, y el teniente Vilches y el cabo Ramiro Curbeira, que guardara absoluto silencio hasta que fuera momento a propósito para contarlo. No le recibieron declaración por entonces, ni tampoco después, porque el 16 de julio, cuando llevaron al cuartel a la institutriz y servidumbre del señor Calvo Sotelo, que con un juez especial practicaron un reconocimiento de los guardias de su Compañía, al declarante y a los otros guardias que habían ido en la camioneta el día del crimen, se les ordenó pasar al despacho del capitán de la sexta, donde el teniente Barbeta (el mayor) les dijo: “Les veo a ustedes muy cohibidos. No preocuparos. Nada se esclarecerá. A nosotros nada nos puede pasar, pues son responsables el Director General de Seguridad [José Alonso Mallol], el ministro de la Gobernación [Juan Moles] y el Gobierno en pleno [presidio por Santiago Casares Quiroga]”. Concretando que esto ocurrió mientras se estaba realizando por el juez especial la diligencia de reconocimiento, en la que no tomaron parte ni el que declara ni los demás guardias que fueron en la camioneta.

Fuentes principales
Luis Suárez Fernández, Franco. Crónica de un tiempo. Tomo I. Ed. Actas
Ricardo de la Cierva y Hoces, Historia actualizada de la II República y la Guerra de España 1931-1939. Ed. Fénix.
José Larios, Combate sobre España. Ed. San Martín.

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