Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega publica cinco exposiciones documentales sobre la II República y el origen de la guerra civil, firmadas por reputados autores en la materia y protagonistas del periodo que tratan.
Salvador de Madariaga. La primavera trágica (1936), en España
A toda prisa se decretó y aplicó una amplia amnistía [por el gobierno de Frente Popular]. Salieron de las cárceles miles de presos y aumentaron en proporción aterradora los desórdenes y las violencias, volviendo a elevarse llamaradas y humaredas de iglesias y conventos bajo el cielo azul, lo único que permanecía sereno en el paisaje español. Continuaron los tumultos en el campo, las invasiones en granjas y heredades, la destrucción del ganado, los incendios de cosechas. Azaña instaló en tierra propia a 75.000 campesinos de Extremadura. Con todo, continuaban los desórdenes y en el país pululaban agentes revolucionarios a quienes interesaba mucho menos la Reforma Agraria que la revolución. Huelgas por doquier, asesinatos.Había entrado el país en una fase francamente revolucionaria. Ni la vida ni la propiedad contaban con seguridad alguna. Es sencillamente ridículo explicar todo esto con las consabidas variaciones sobre el tema del “feudalismo” y con otras ingenuidades que abarrotan las páginas de los numerosos libros consagrados a España en aquel entonces. No era sólo el dueño de miles de hectáreas concedidas a sus antepasados por el rey don Fulano el Olvidado quien veía invadida su casa y desjarretado su ganado sobre los campos donde las llamas devoraban sus cosechas. Era el modesto médico o abogado de Madrid con un hotelito de cuatro habitaciones y media y un jardín de tres pañuelos, cuya casa ocupaban obreros del campo ni falos de techo ni faltos de comida, alegando su derecho a hacer la cosecha de su trigo, diez hombres para hacer la labor de uno, y a quedarse en la casa hasta que la hubieran terminado.
Miguel de Unamuno. Anarquía final de la República, en Ahora, 3-7-1936
Y no se hable de ideología, que no hay tal. No es sino barbarie, zafiedad, suciedad, malos instintos y, lo que es —para mí, al menos—, peor, estupidez, estupidez, estupidez. De ignorancia no se hable. He tenido ocasión de hablar con pobres chicos que se dicen revolucionarios, marxistas, comunistas, lo que sea, y cuando, cogidos uno a uno, fuera del rebaño, les he reprochado, han acabado por decirme: “Tiene usted razón, don Miguel; pero, ¿qué quiere usted que hagamos?” Daba pena oírles en confesión. Pero luego se tragan un papel antihigiénico en que sacian sus groseros apetitos y ganas ciertos pequeños burgueses que se las dan de bolcheviques y de lo que hacen servil ganapanería populachera. Tragaldabas que reservan ruedas de molino soviético para hacer comulgar con ellas a los papanatas que les leen. ¿Papanatas? Otra cosa. Que así como se leen los clandestinos libritos pornográficos para excitarse estímulos carnales, así se leen esas soflamas para excitarse otros instintos. La doctrina es lo de menos.Esto, en los bajos fondos. ¿Y más arriba? Recuerdo que después de que aquellas Constituyentes, de nefasta memoria —Dios me perdone—, votaron —el que esto escribe no lo votó ni asistió a aquellas sesiones— aquel artículo 26, en que se incluyó mucho evidentemente injusto, como se lo reprochara yo a uno de los prohombres revolucionarios, hubo de decirme: “Sí, es injusta; pero aquí no se trata de justicia sino de política.” Y me dio a entender que cierta injusta medida persecutoria se daba para proteger a los perseguidos contera otras persecuciones populares en caso de no tomar la medida. Que es como si un Tribunal de justicia dijese: “Le hemos condenado a muerte, porque si no la turba le saca de la cárcel y le lincha.” Curioso argumento que no0mdeja de aplicarse.
José Antonio Primo de Rivera. Profecía sobre el triunfo de Azaña, en Arriba, n.º 17, 31-10-1935
Azaña volverá a gobernar. Lo traerá a lomos, otra vez, con rugidos revolucionarios aunque sea alrededor de las urnas, la masa que escuchaba su voz el 20 de octubre. Azaña volverá a tener en sus manos la ocasión cesárea de realizar, aun contra los gritos de la masa, el destino revolucionario que le habrá elegido dos veces. De nuevo España, ancha y virgen, atemorizada y esperanzada, le pondrá en ocasión de adueñarse de su secreto. Sólo si lo encuentra tendrá un fuerte mensaje que gritar contra el rugido de las masas rojas que lo habrán encumbrado… pero Azaña no dará con el secreto: se entregará a la masa, que hará de él un guiñapo servil, o querrá oponerse a la masa sin la autoridad de una gran tarea, y entonces la masa lo arrollará y arrollará a España.¿Pesimismo? No. De nosotros depende. De todos nosotros. Contra la antiEspaña roja, sólo una gran empresa nacional puede vigorizarnos y unirnos. Una empresa nacional de todos los españoles. Si no la hallamos —¡que sí la hallaremos!, nosotros ya sabemos cuál es—, nos veremos todos perdidos. Incluso Azaña, que pasará al recuerdo de nuestros hijos con la maldición de quien destruyó dos ocasiones culminantes.
Jaime Vicens Vives, Aproximación a la historia de España, p. 179 y ss. Obra publicada en 1962
La mística de la reforma revolucionaria, generalizada en buena parte del pueblo español en 1931, dio vida a la tercera solución: la Segunda República. Llevada al poder gracias a un inicial movimiento de entusiasmo popular, preconizó un Estado democrático, regionalista, laico y abierto a amplias formas sociales. Era un sistema conveniente a una burguesía de izquierdas, de clase media liberal y de menestralía, precisamente las fuerzas menos vivas —excepto en algunos territorios periféricos, como Cataluña— del panorama español. De este modo el camino de la República fue totalmente obstaculizado por las presiones de los obreros (los sindicalistas de la CNT inducidos por la mística de la Tercera Revolución y los socialistas de la UGT por el revolucionarismo marxista) y la reacción de los grandes latifundistas (sublevación de Sanjurjo, 1932). También los católicos que se sentían amenazados en sus conciencias hostilizaron a la República y en lugar de apoderarse democrática y sinceramente de sus puestos de mando, contribuyeron a minarla. Sobre estos profundos desgarrones de la piel de toro hispánica no cayo otro bálsamo que la apología de la violencia, aprendida de la Alemania de Hitler, de la Italia de Mussolini, de la Austria de Dollfuss, de la Rusia de Stalin re incluso de la Francia de febrero del 34. Europa se echó sobre España, enturbió sus ojos y la precipitó hacia la tremenda crisis de octubre de 1934 en Cataluña y en Asturias, de la que salió con una mentalidad revolucionaria en la derecha y en la izquierda. Y así, de la misma manera que muchas gotas de agua forman un torrente, los hispanos se dejaron arrastrar hacia el dramático torbellino de 1936.
Salvador de Madariaga. El carácter interno de la guerra civil, en España
Quede constancia de este hecho importante: la guerra civil comenzó con una tragedia puramente española, nacida en suelo español y a la manera española. Fue debida a la combinación de las dos pasiones políticas que dominaban al español: dictadura y separatismo. Fue debida a la escasez de agua y al exceso de fuego en el temperamento español. Cuando el ardiente sol de España seca la tierra, ya de suyo no muy jugosa, la tierra se agrieta. Viene el extraño, ya contaminado de pasión por nuestro ambiente, y dice: “Esta tierra de la derecha…” o bien “Esta tierra de la izquierda es responsable”. Pero toda la tierra es una.
Fuentes principales
Ricardo de la Cierva y Hoces, Historia actualizada de la II República y la Guerra de España 1931-1939. Ed. Fénix. Historia esencial de la Guerra Civil española. Ed. Fénix.
Pío Moa, 1936: El asalto final a la República. Ed. Áltera.
José Manuel Martínez Bande, Los años críticos. Ed. Encuentro.