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Memoria recobrada (1931-1939) XXVIII


Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega traslada al lector lo que en su día, y escrito de su puño y letra, puso de manifiesto Manuel Azaña, el presidente de la República dirigida por el Frente Popular que él acordó con los agentes soviéticos de Stalin, al respecto de la actuación de cada cual en su bando; incidiendo con especial señalamiento en el papel jugado por el Gobierno de Cataluña desde antes incluso de estallar la guerra.

Experto en tirar la piedra y esconder la mano, Manuel Azaña también era pródigo en el reparto de la culpa que debe recaer sobre su persona y figura política en primera instancia. Con habilidad, hay que reconocerlo, y dotes para la oratoria y la escritura, el relato de su trayectoria durante la II República y la subsiguiente Guerra Civil, informa al lector, como en La velada en Benicarló obra analizada para este artículo por los editores de la página sobre el texto original y los extractos literales publicados en diversos trabajos por Ricardo de la Cierva y Hoces, de los acontecimientos encadenados y opiniones de los protagonistas a través de alteridades que en ningún caso opacan al representado.
Cuenta Azaña que, “al verse mediatizado por el Comité de Milicias, el Gobierno de Cataluña trata de lavar su imagen atribuyéndose facultades propias e indelegables del gobierno central y del Estado”.
“El gobierno de Cataluña ha aceptado la revolución, la proclama y pretende ordenarla.”
“El gobierno de Cataluña, por su debilidad y por los fines secundarios que favorece al amparo de la guerra, es la más poderosa rémora de nuestra acción militar., La Generalidad funciona insurreccionada contra el Gobierno. Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funcionarios del Estado, encaminándose a una separación de hecho. Legisla en lo que no le compete, administra lo que no le pertenece. En muchos asaltaos contra el Estrado toman por escudo a la FAI Se apoderan de las aduanas, de la policía de fronteras, de la dirección de la guerrea en Cataluña, etcétera. Cubiertos con el miserable pretexto de impedir abusos de las sindicales para despojar al Estado, se quejan de que el Estado no les ayuda, y ellos mismos caen prisioneros de la sindical.”
“Cuando el gobierno de la Generalidad lanzó de una vez cincuenta y ocho decretos, cada uno de los cuales era una transgresión legal, no ha obtenido la observancia de ninguno, porque a los sindicatos no les gustan., Con eso disfrutamos la doble ganancia de entrometerse la Generalidad en lo que no le compete y una desobediencia anárquica. Mientras otros se baten y mueren, Cataluña hace política. En el frente no hay casi nadie. Que los rebeldes no hayan tratado de romperlo, da que pensar. A los ocho meses de guerra, en Cataluña no han organizado una fuerza útil, después de oponerse a que la organizase y mandase el Gobierno de la República. Ahora que empiezan todos a clamar por un ejército, tocarán las ventajas de haber quemado los registros de movilización, de haber hecho hogueras con los equipos y las monturas, de haber dejado que la FAI se apoderase de los cuarteles y ahuyentase a los reclutas. Los periódicos, e incluso los hombres de la Generalidad, hablan a diario de la revolución y de ganar la guerra. Hablan de que en ella interviene Cataluña no como provincia sino como nación. Como nación neutral, observan algunos. Hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un antiguo país del Cáucaso… Estando la guerra en Iberia puede tomarse con calma. A este paso, si ganamos, el resultado será que el Estado le deba dinero a Cataluña. Los asuntos catalanes durante la República han suscitado más que ningunos otros la hostilidad de los militares contra el régimen. Durante la guerra, de Cataluña ha salido la peste de la anarquía. Cataluña ha sustraído una fuerza enorme a la resistencia contra los rebeldes y al empuje militar de la República.”
El caso de Cataluña es particular y de lo más grave, a juicio de Azaña e Indalecio Prieto (Pastrana en la obra La velada en Benicarló), pero no es una excepción y además entronca con la deriva previsible del Frente Popular al tomar el mando de todos los resortes del Estado que controla.
“Las ambiciones, divergencias, rivalidades, conflictos e indisciplina que tenían atascado al Frente Popular, lejos de suspenderse durante la guerra, se han centuplicado. Todo el mundo ha creído que merced a la guerra obtendría por acción directa lo que no hubiera obtenido normalmente de los gobiernos. La granada se ha roto en mil pedazos, precisamente por donde estaban marcadas las fisuras. El caso de Cataluña es uno más en el panorama general. La rebelión [cívico-militar], al tomar la forma crónica de guerra civil, ha dado tiempo y aliento para el embate proletario en todas sus formas, en las que son justas y razonables y en las que son desatinadas y perniciosas. Un fenómeno análogo se dibuja ya localmente en el campo de la República y por iguales principios de mecánica social: a la Generalidad, insubordinada contra el Gobierno, se le insubordinan las sindicales, la tienen sumergida y obediente. Al borde se forma una reacción: hay barruntos de revuelta entre las fuerzas de Orden Público contra los sindicatos; esta vez con la simpatía general de las gentes pacíficas.”
En el siguiente soliloquio de la alteridad de Azaña (Garcés) se retrata, a su parecer, la descripción adecuada de la zona dominada por el Frente Popular (zona roja), y la principal causa interna de la derrota del Frente Popular de la República.
“¿Dónde está la solidaridad nacional? No se ha visto por parte alguna. La casa comenzó a arder por el tejado, y los vecinos, en lugar de acudir todos a apagar el fuego, se han dedicado a saquearse los unos a los otros y a llevarse cada cual lo que podía. Una de las cosas más miserables de estos sucesos ha sido la disociación general, el asalto al Estado y la disputa por sus despojos. Clase contra clase, partido contra partido, región contra región, regiones contra el Estado. El cabilismo racial de los hispanos ha estallado con más fuerza que la rebelión misma, con tanta fuerza que, durante muchos meses, no los ha dejado tener miedo de los rebeldes y se han empleado en saciar ansias reprimidas. Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía más a mano, si representaba o prometía algún valor, económico o político o simplemente de ostentación y aparato. Las patrullas que abren un piso y se llevan los muebles no son de distinta calaña que los secuestradores de empresas o incautadores de teatros y cines o usurpadores de funciones de Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la irritante petulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor pericia o de méritos hasta Ahora desconocidos. Cada cual ha querido llevarse la mayor parte del queso, de un queso que tiene entre sus dientes el zorro enemigo. Cuando empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran Cataluña. Vasconia quería conquistar Navarra; Oviedo, León; Málaga y Almería quisieron conquistar Granada. Valencia, Teruel; Cartagena, Córdoba. Y así otros. Los diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para su distrito, ‘que estaba muy abandonado’, como antes pedían una estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado gobierno vasco hace política internacional. En Valencia, comistrajos y enjuagues de todos conocidos partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander, con ministro de Asuntos Exteriores y todo… ¿Pues si es en el Ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas que no fueron oídas. Cada partido, cada provincia, cada sindical, ha querido tener su ejército. En las columnas de combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con losa de otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las municiones… Tenían tan poco conocimiento que, cuando se habló de reorganizar un ejército, lo rechazaron, porque sería ‘el ejército de la contrarrevolución’. ¡Ya se repartían la piel del oso! Cruel destino: los mismos piden ahora a gritos un ejército., Cada cual ha pensado en su salvación propia sin considerarla obra común. Preferencias políticas y de afecto estuvieron mermando los recursos de Madrid para volcarlos sobre Oviedo, cuando el engreimiento de los aficionados les hacía decir y tal vez creer que Oviedo caía en cuarenta y ocho horas. En Valencia todos los pueblos armados montaban grandes guardias, entorpecían el tránsito, consumían paellas, pero los hombres con fusil no iban al frente cuando estaba a 500 kilómetros. Se reservaban para defender su tierra. Los catalanes en Aragón han hecho estragos. Peticiones de Aragón han llegado al Gobierno para que se lleve de allí las columnas catalanas. He oído decir, a uno de los improvisados representantes aragoneses, que no estaba dispuesto a consentir que Aragón fuese ‘presa de guerra’. Una imposición de la escuadra [tras la rápida derrota infringida a los invasores del capitán Bayo patrocinados y dotados por la Generalidad de Cataluña] determinó el abandono de la loca empresa sobre Mallorca, abandono que no había podido conseguirse con órdenes ni razones [pero sí con el clamoroso fracaso]. En los talleres, incluso en los de guerra, predomina el espíritu sindical. Prieto [Indalecio] ha hecho público que, mientras en Madrid no había aviones de caza, los obreros del taller de reparación de Los Alcázares [Murcia] se negaban a prolongar la jornada y a trabajar los domingos. En Cartagena, después de los bombardeos, los obreros abandonan el trabajo y la ciudad, en hora temprana, para esquivar el peligro.  Después del cañoneo sobre Elizalde [fábrica de motores de aviación], en Barcelona, no quieren trabajar de noche. Valencia estuvo a punto de recibir a tiros al Gobierno, cuando se fue de Madrid. Les molestaba su presencia porque temían que atrajese los bombardeos. Hasta entonces no habían sentido la guerra. Reciben mal a los refugiados porque consumen víveres. No piensan que están en pie gracias a Madrid. En fin, un lazo de unión de todos, resultado de la lucha por la causa común, no ha podido establecerse.”

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