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El reconocimiento implícito del fracaso (II)


Los errores de concepto son frecuentes, por hábito, entre los que mienten para medrar a costa de la estulticia inoculada.


La civilización occidental, expandida por los cuatro puntos cardinales, ha unificado el mundo. Estoy de acuerdo con el historiador José Luis Comellas cuando afirma que las consecuencias de la cultura occidental se resumen en el concepto de civilización. No es lo mismo la cultura que la civilización, ni deben situarse en idéntica órbita conceptual.
Es falso e ignorante que las guerras o las alianzas se produzcan entre civilizaciones, pues la realidad es que tal confrontación o tal negocio de mutuo beneficio radican en el ámbito cultural; mejor la convivencia, creo yo, manteniendo las distancias, que son las imprescindibles diferencias, que la absorción trasladada a la imposición y a la sumisión de un poder ahormado sobre otro menos eficaz en el combate.
Los errores de concepto, proliferando por los siglos de los siglos, y aún más desde finales del XVIII, como la mala hierba, contagiosos y al cabo cronificados, obligan a creer y seguir; mientras en la oposición se gestan las protestas, iracundas y violentas llegado el caso, porque descompone el cuerpo, el alma, la inteligencia y el espíritu, tanta variación en el nombre del nombre prohibido de pronunciar. Izada la estética, una estética de factoría, para lograr la uniformidad de la cabeza a los pies y por dentro y fuera, tapando fisuras, resquicios y demás fenómenos ajenos y contraproducentes a la línea inflexible del mandato ilustrado.
Por imperativo de unas mentes por encima del bien y del mal, un bien relativo y un mal relativo, las palabras suenan como gusten las voces que pronuncian y no los oídos que reciben; de la palabra a la palabra, comprendiendo en ambas sus respectivos significados, media un abismo por el que nadan, se sumergen y naufragan toda clase de especies subordinadas a la especie superior, la que sugiere, dicho a modo de eufemismo, lo que es y lo que no es, lo que parece y lo que no se parece, a partir de una sola imagen o único sonido o ambos, declarativos y orientadores a la vez, cuya impresión explica el contenido del recipiente adornado. La teoría del chasquido, el efecto mágico, y la práctica del “obedece lo que se dice sin imitar lo que se hace”; absténgase de opinar, y mejor desaparezcan del bello cuadro, los críticos con argumento y experiencia en el campo probatorio. Estos reacios a la aceptación del consenso piramidal verticalizado, con cúspide omnímoda y por decreto omnisciente, rechazan de plano y reprueban por cátedra, una cátedra obtenida por mérito académico de antes, de atrás, de entonces, del tiempo en que el conocimiento general era una aspiración loada y harto difícil de encaramarse a pulso, el pase a las esferas de luminarias fundidas, aunque con tono de modelo en estudio fotográfico por aquello del estímulo, madre del consumo, padre del dispendio por prescripción social del régimen de los figurines.
Los figurones representan menos que los figurines, y también figuran en segundo o tercer peldaño por debajo en la captación sensorial del jurado, un jurado vulgar, dirigido por los presentimientos, manejado por los marionetistas y diseñadores de estampas felices o procaces o idílicas o alucinógenas.
La mixtura provoca el sueño de los incautos, diferente al de los justos porque aquél aporta un fantasioso acarreo de cargos y prebendas; en ocasiones, valga la oportunidad, tangibles; laméntese el contribuyente forzoso.

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