También yo quise acariciar las cintas del Arco Iris.
El magnífico portal que tras la lluvia abría el camino a una dimensión mágica me parecía la partitura más armoniosa del universo, compuesta por siete notas que diestramente combinadas y bien interpretadas producían una música imposible de superar.
Pensaba yo que, a la fuerza, por pura lógica, en alguna parte nacía el prodigio, y en alguna otra parte alejada de la Tierra terminaba hundiendo su figura; quizá, oculta a la mirada de mi hemisferio, completaba la circunferencia al unir los extremos origen y final con sus reflejos. Porque llegué a imaginar que la escala polícroma circundaba el mundo, igual que una sortija introducida con afecto en el dedo anular.
Joaquín Sorolla y Bastida: Arco Iris. El Pardo (1907). Museo Sorolla, Madrid.
Alguna vez creí que mis apreciaciones, que aspiraban a elucidar un enigma, mis conjeturas, mis ganas de obtener respuesta, viajaban la ruta del espejismo siguiendo la estela luminosa y cuando dieran con la clave de la comprensión me informarían para que no me perdiera en una ensoñación.
Aún lo creo.
Lo afirmo.
Ahora sé que el sentido de la búsqueda, de aquélla y de las siguientes, de todas las búsquedas, es el de encontrar nuevos deseos y mayores conocimientos.