Cuentos y leyendas refieren de antiguo la elaboración por magos y alquimistas, suponiendo que los unos deriven de especie hechicera ajena a los otros, de ungüentos y pócimas, bálsamos y filtros, combinaciones de fluidos volátiles con extractos prodigiosos de flora y fauna mitológicas. Ha sido escrito e ilustrado, en ocasiones profusa y detalladamente, en pergamino, en tablas y en piedra; así como por vía oral transmitida la ciencia de estos sabios antepasados, los cuales con empeño y ahínco, con tenacidad e innúmero empirismo, nos han legado las fórmulas y los procedimientos que a ellos, pese a lo mucho invertido y a los éxitos publicitados, sirvieron de poco o de nada.
Hombres de estudio, residiendo noche y día en sus laboratorios, y mujeres de corte, tales fueron las reinas y las princesas de las que se hablaba en las confesiones de pura ficción o de mera envidia, dedicaron su tiempo humano al aprendizaje de la magia, de utilidad polivalente, y al negocio del amor, de uso cotidiano aunque restringido a la habilidad seductora o al poder de seducción, que ni es uno ni es lo mismo. Magia y amor, fraternidad de espíritu, alta concepción de la vida y las obras de los seres vivos.
John White Alexander: Isabella y la vasija de ungüento, s. XIX. Museo de Bellas Artes de Boston.
Porque sobre los bebedizos que prolongan la vida, la de por sí limitada vida de los mortales, aun registrada tal cantidad de correspondencia que asusta sólo imaginar, ninguna tan cierta y comprobable como la de que a la vida que ha de morir antes o después se la prolonga con dos milagros, actuando en común, muy demandados ellos al santogobierno de turno: los fármacos y las pensiones.