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Memoria recobrada (1931-1939) XXXI


Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega abunda en el sistema de tortura aplicado indiscriminadamente en las checas y en la represión con propósito de exterminio de aquellos considerados enemigos, heterodoxos y críticos, llevada a cabo por los agentes soviéticos de Stalin en la España dominada por el Frente Popular.

Artículo titulado Arte moderno para torturar, de Victoria Combalía, publicado en 2003 por el diario El País.
Cuando lo creó, Luis Buñuel no se podía imaginar que el fotograma de un ojo rasgado por una cuchilla de la película El perro andaluz serviría para torturar a personas encarceladas en celdas de castigo. Tampoco Kandinsky [Wassily Kandinsky] o Klee [Paul Klee] imaginaron que sus composiciones formarían parte de un plan de tortura “psicotécnico”.
    El hecho es el siguiente: en ciertas checas de Barcelona construidas durante la Guerra Civil por los que entonces eran llamados rojos y que, mediante métodos de tortura, estaban destinadas a hacer hablar a quienes allí permanecían detenidos, se ideó una modalidad de tortura distinta, la llamada de “métodos psicotécnicos”. Éstos consistían en la decoración de la checa [la indicación corresponde a las celdas habilitadas en las checas, pues las checas eran centros de detención, de interrogatorio y de requisa, desde los que la mayoría de los confinados eran posteriormente paseados para su asesinato, además de prisiones con incorporación de toda clase de torturas] con unos dibujos geométricos que conseguían marear y obsesionar visualmente al recluso. El parecido de los dibujos con ciertas obras de la Bauhaus [La escuela de la Bauhaus, La Staatliche Bauhaus (Casa de la Construcción Estatal) fue la escuela de artesanía, diseño, arte y arquitectura fundada por el arquitecto y diseñador alemán Walter Gropius en Weimar (Alemania), el año 1919] especialmente con algunas de Kandinsky de la década de 1920 (Tres sonoridades amarillas, de 1926) o con las de otros pintores abstractos como Moholy-Nagy [Lázsló Moholy-Nagy] y Johannes Itten, es sorprendente.
    Las celdas de tortura se empezaron a construir en mayo de 1938 y, evidentemente, no se mostraron nunca a los periodistas extranjeros que cubrían la información sobre la zona republicana [gobernada por el Frente Popular de obediencia soviética]. A ellos se les mostraban otras instalaciones de la misma casa que servía de prisión, para dar una imagen de humanidad con los reos. Pero en realidad las checas [vuelve a referirse a las celdas acondicionadas en las checas] eran antros de aproximadamente dos metros de altura, metro y medio de ancho y dos metros de largo, alquitranadas por dentro y por fuera para que el espacio se recalentara con la luz del sol y produjera un calor insoportable. El preso jamás conseguía descansare, porque la inclinación del 20% que se había dado a la tabla que servía de cama impedía todo reposo. Un poyo adosado a la pared impedía sentarse, pues hacía resbalar el cuerpo hasta el pavimento. Si el desgraciado quería pasear por el estrecho cubículo, topaba con unos ladrillos y otros cuerpos geométricos esparcidos por el suelo y destinados a impedir cualquier movimiento. Entonces [al recluido] sólo le quedaba contemplar las cuatro paredes, una de las cuales era curva, y lo que veía eran figuras de ilusión óptica, como dameros, cubos, círculos de colores, espirales y diversas tramas o rejillas.

Del asesinato de Andrés Nin a la represión generalizada del movimiento obrero. Estudio de Agustín Guillamón en El terror estalinista en Barcelona (1938). Biografía de Gerö – Segunda parte. Publicado en 2002.
La documentación existente en el sumario por el asesinato del capitán Narwicz [León Narwicz, capitán polaco de las Brigadas Internacionales de servicio en el SIM, infiltrado en el POUM, por orden de los comunistas de Stalin, donde consiguió la detención de cuarenta dirigentes, asesinado por un comando del POUM al ser descubierto], hace evidentes las estrechas relaciones existentes entre la NKVD, el SIM y el aparato político y organizativo estalinista. En Barcelona, en 1938, el omnipresente y todopoderoso aparato represivo de la NKVD y del SIM tenía a su disposición la policía y las checas del partido comunista, al tiempo que había construido una vasta red represiva en la que ya no existían fronteras claras e impermeables entre legalidad e ilegalidad, en la que los métodos de tortura eran habituales y permanecían impunes, al tiempo que el ingreso en una prisión “oficial” era deseado como garantía de que, por el momento, no iba uno a “desparecer” y ya se habían terminado las torturas.
    Sin embargo, Pedro [Erno Gerö], delegado de la IC [Internacional Comunista o Komintern] en el PSUC [Partido Socialista Unificado de Cataluña, de obediencia soviética estalinista], y responsable en Cataluña de la NKVD, no había alcanzado plenamente sus objetivos en España. Pese a los avances conseguidos por el PSUC y el PCE en la represión del trotskismo, la actividad clandestina del POUM fue aún considerable durante mucho tiempo, y aunque desde abril de 1938 fue prácticamente imposible la edición y/o distribución de la prensa clandestina, la campaña internacional contra el juicio del POUM y el escándalo del asesinato de Nin, y de otras víctimas conocidas internacionalmente, consiguieron contrarrestar la campaña difamatoria de los estalinistas, que acusaba con pruebas falsas y endebles a destacados y probados militantes revolucionarios y antifascistas de traidores y fascistas. No debe olvidarse que, además de las víctimas más conocidas, es imposible calcular el número de todos los militantes asesinados por el terrorismo estatal y estalinista, ya fuera en el frente, en los cuarteles, en los campos de trabajo, en las checas o en la propia prisión Modelo [de Barcelona]. El secuestro fue un método raro, utilizado sólo en el caso de los militantes de mayor fama, que era necesario suprimir antes de iniciar cualquier proceso; el método más común era la detención regular por la policía de Estado, de la Generalidad o del SIM y el ingreso en una de sus prisiones. El SIM no fue más que una cobertura de la NKVD, formada por funcionarios estalinistas. El método rutinario del SIM era la tortura; su objetivo cualquier militante de la CNT o del POUM, o cualquier descontento en las Brigadas Internacionales o en las propias filas estalinistas; delitos eran la lectura de un diario o una hoja clandestina. Entrar en una checa significaba estar sometido continuamente durante semanas o meses a interrogatorios y torturas.  El ingreso en la Prisión Modelo (pero sobre todo en la prisión del Estado) suponía el fin de las torturas y una cierta garantía de “no desparecer”, como tantos otros trabajadores que jamás salieron de una checa. Las actividades del SIM se dirigieron en muy pocos casos contra las escasas organizaciones fascistas que habían sobrevivido a la represión revolucionaria de julio de 1936, ya que su principal actividad fue la represión del movimiento obrero y de las minorías revolucionarias. El POUM, los bolchevique-leninistas y Los Amigos de Durruti pasaron a la clandestinidad antes de que apareciera un decreto que los declarase ilegales. Todos esos militantes, junto con los grupos de anarquistas contrarios al colaboracionismo, eran el blanco predilecto del SIM. El número de asesinatos de la represión estalinista sería incalculable, aunque dispusiéramos de una lista exhaustiva de los asesinatos en las checas y en los campos de trabajo, porque muchos de los trabajadores que habían sido liberados tras largos meses de prisión eran enviados al frente, a unidades con mandos estalinistas, que tenían orden de eliminarlos. En su tarea destacaron las unidades de Líster [Enrique Líster Forján] y El Campesino [Valentín González González].
    El Gobierno republicano de Negrín [Juan Negrín López, socialista del PSOE] fue cómplice, ya pasivo, ya activo, de la actividad ilegal y de los crímenes del estalinismo. Los campos de trabajo y Los Tribunales de Alta Traición y Espionaje fueron las dos guindas que adornaron el pastel. Los campos de trabajo fueron campos de exterminio y de horror en los que se fusilaba por el pretexto más nimio, y donde los hombres estaban sometidos a una subalimentación permanente. Los Tribunales de Alta Traición y Espionaje fueron creados en junio de 1937 por el Gobierno de Negrín para perseguir a las organizaciones y trabajadores revolucionarios: eran considerados criminales quienes habían formado parte de los Comités surgidos en julio de 1936, de las Patrullas de Control o Milicias de retaguardia, los militantes y milicianos del POUM, los miembros de grupos anarquistas revolucionarios contrarios al colaboracionismo, y por supuesto quien hubiera participado en las luchas de mayo de 1937 [episodios bélicos entre facciones del Frente Popular acaecidos en la ciudad de Barcelona en mayo de 1937] en el lado de la barricada antigubernamental. La posesión de una pistola conquistada en las luchas de julio, de un carné de la CNT o del POUM, la lectura de prensa o de octavillas clandestinas, la mera expresión de descontento por el racionamiento o las largas jornadas de un trabajo militarizado, podía suponer varios meses de cárcel, la tortura o la “desaparición”. La libertad de expresión de los obreros era uno de los delitos más graves en la España de Negrín.
    En la retaguardia, tras la caída de Teruel [en febrero de 1938], cundía una profunda desmoralización. Cataluña era una sociedad de contrastes brutales entre la buena vida de burócratas, arribistas y dirigentes (del PSUC y la CNT) y la militarización del trabajo; entre el hambre de las colas del racionamiento y un caro pero bien surtido mercado negro; entre las miserables masas de refugiados y los privilegiados y bien pertrechados destacamentos de burócratas y cuerpos de seguridad del Gobierno central. Era una vida cotidiana miserable a la que se añadía la indefensión frente a los constantes bombardeos y las levas de todos los hombres de 18 a 50 años.
    El SIUM, que dependía en teoría del Ministerio de Defensa contaba con un enorme presupuesto y una tupida red de agentes que el traslado del Gobierno de la República trajo a Barcelona. Pero su fuerza y su enorme repercusión social radicaba en la extensa red de delatores o soplones ocasionales, pagados en efectivo o con cartillas especiales de racionamiento de una semana o incluso un mes, que en una sociedad angustiada por el hambre, la escasez y la miseria era una espléndida paga. Esta amplia red de delatores, infiltrados en todas partes, incluso en las checas, creó un clima de desconfianza y cautela que llegó a conocerse como “la enfermedad del SIM”. Afectó gravemente a todas las capas sociales y fue uno de los factores esenciales del terror al SIM y de la desmoralización popular.  El SIM podía estar en todas partes, podía detener a cualquiera y gozaba de total impunidad.
    Si una familia, después de visitar los hospitales, la morgue y la policía contaba con la desaparición de un familiar, siempre tenía la esperanza de que algún día fuera devuelto por el SIM, que mientras tanto no daba cuenta a nadie de los detenidos en sus checas. Eran numerosas las personas excarceladas, absueltas o indultadas que volvían a ser detenidas sin explicación alguna. Las desapariciones dejaban a las familias en la mayor de las incertidumbres, puesto que las torturas, método habitual de interrogatorio en las checas, podían acabar en una muerte que jamás se comunicaba. Sólo si había suerte la desaparición se resolvía con el paso del detenido a una prisión oficial, aunque siempre a disposición del SIM.
    La prepotencia del SIM llegó al punto de atreverse a asaltar y detener a los funcionarios y guardias de la prisión de la Generalidad en Figueras, que fueron encarcelados en esa misma prisión.
    Si a la amplia red de soplones y de checas, al uso metódico de la tortura y las desapariciones, añadimos las reformas judiciales aprobadas por el Gobierno Negrín, en agosto de 1938, que dejaban indefensos jurídicamente a los acusados ante unos tribunales compuestos por un militar, un policía (miembro del SIM) y un juez profesional (las más de las veces estalinista, afín, o bien sometido a sus presiones) que gozaban de las facilidades que les otorgaban unos procesos sumarísimos, convendremos en que la represión de la República contra el movimiento obrero fue metódica, brutal y despiadada.
    A este cuadro descriptivo sólo nos cabe añadir los rasgos comunes del agente del SIM: joven ambicioso, forastero ajeno a la realidad social y cultural catalana, sin demasiados conocimientos políticos ni convicciones ideológicas, sádicos e incapaces pero con una obediencia ciega a sus superiores, suelen ser de origen burgués, elegantes y bien vestidos, siempre con mucho dinero producto de los porcentajes que se les acuerda sobre las requisas realizadas, lo que les permite llevar un tren de vida disoluto y absolutamente escandaloso en una sociedad que padece hambre y miseria.
    El SIM y las checas llegaron a ser sinónimos. El odio popular al SIM era consecuencia del clima de terror generalizado.
    Sin embargo, el mayor fracaso de los estalinistas fue, además de la campaña de prensa internacional contra la represión estalinista, que se hacía eco de la prensa clandestina del POUM (y en menor medida de los trotskistas, algunos grupos pro presos anarquistas y de Los Amigos de Durruti); la independencia de algunos jueces que, pese a las enormes presiones recibidas y gracias a la presencia de observadores extranjeros, dictaminaron en octubre de 1938, en el proceso seguido contra el Comité Ejecutivo del POUM, que ese partido no era una red de espionaje y que sólo se les condenaba [a sus miembros] por su apoyo revolucionario a la insurrección de mayo de 1937.

El comunista Jesús Hernández describe en su libro biográfico Yo fui ministro de Stalin, uno de los métodos de tortura utilizados contra Andrés Nin, dirigente del POUM, de tendencia trotskista, por los agentes soviéticos en España.
Expertos los verdugos (Orlov [Aleksandr Mijáilovich Orlov, jefe de la NKVD en España] y sus hombres) en la ciencia de “quebrar” a los prisioneros políticos, en obtener “espontáneas” confesiones, creyeron encontrar en la enfermiza naturaleza de Andrés Nin el material adecuado para brindar a Stalin el éxito apetecido.
    En días sin noche, sin comienzo ni fin, en jornadas de diez y veinte y cuarenta horas ininterrumpidas, tuvieron lugar los interrogatorios. Quien de ello me informó tenía sobrados motivos para estar enterado. Era uno de los ayudantes de más confianza de Orlov… Con Nin empezó empleando Orlov el procedimiento “seco”. Un acoso implacable de horas y horas con el “confiese”, “declare”, “reconozca”, “le conviene”, “puede salvarse”, “es mejor para usted”, alternando los “consejos” con las amenazas y los insultos. Es un procedimiento científico que tiene a agotar las energías mentales, a desmoralizar al detenido. La fatiga física le va venciendo, la ausencia del sueño embotándole los sentidos y la tensión nerviosa destruyéndolo. Así se le va minando la voluntad, rompiéndole la entereza. Al prisionero se le tienen horas enteras de pie, sin permitirle sentarse hasta que se desploma tronchado por el insoportable dolor de los riñones. Alcanzado este punto, el cuerpo se hace espantosamente pesado y las vértebras cervicales se niegan a sostener la cabeza. Toda la espina dorsal duele como si la partieran a pedazos. Los pies se hinchan y un cansancio mortal se apodera del prisionero, que ya no tiene otro Afán que el de lograr un momento de reposo, de cerrar los ojos un instante, de olvidarse de que existe él y de que existe el mundo. Cuando materialmente es imposible proseguir el “interrogatorio”, se suspende. El prisionero es arrastrado a su celda. Se le deja tranquilo unos minutos, los suficientes para que recobre un poco su equilibrio mental y comience a adquirir conciencia del espanto de la prolongación del “interrogatorio” monótono, siempre igual en las preguntas e insensible a las respuestas que no sean de plena inculpación. Veinte o treinta minutos de descanso son suficientes. No se le conceden más. Y nuevamente se reanuda la SESIÓN. Vuelven los “consejos”, vuelve el tiempo sin medida en que cada minuto es una eternidad de sufrimiento y de fatiga, de cansancio moral y67 físico. El prisionero acaba desplomándose con el cuerpo invertebrado. Ya no discute, ni se defiende, no reflexiona, sólo quiere que le dejen dormir, descansar, sentarse. Y se suceden los días y las noches en implacable detención del tiempo. Del prisionero se va apoderando el desaliento, produciendo un desmayo en la voluntad. Sabe que es imposible salir con vida de las garras de sus martirizadores y su anhelo se va concentrando en un irrefrenable deseo de que le dejen vivir en paz sus últimas horas o de que lo acaben cuanto antes. “¿Quieren que diga que sí? Quizá admitiendo la culpabilidad me maten de una vez.” Y esta idea comienza a devorar la entereza del hombre.

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