Es cuestión de fijarse.
A los humanos como al resto de seres domésticos, adiestrados para la convivencia por la genética y el aporte sedimentador de una práctica rutinaria, las señales nos marcan el camino. Una indicación cualquiera, la del dedo índice extendido, por ejemplo, habla en el lenguaje universal de los signos del emprendimiento o la cesación de una tarea, la de mirar, pongamos por caso, la de seguir un movimiento para comprender una acción.
Con la reiteración de gestos, señales e indicaciones por todos los medios presentados, la comunicación entre emisor y receptor es directa y fluida, y superado el periodo de pruebas es inmediata y condicional la respuesta. Cual impulso por motivo evidente activado.
Dirigir la mirada hacia una figura atractiva es un impulso, que nace provocado, también lo es el seguir el recorrido circular de las manecillas de un reloj que mide la saeta del tiempo, siempre adelante a impulsos de rotación, traslación y maquinaria precisa.
Etienne Falconet: El Reloj de las Tres Gracias, s. XVIII. Museo del Louvre, París.
Si las figuras atractivas son varias habitando dentro del campo visual propio, unos cuantos son los impulsos que incitan a la detenida observación, un deleite, y a comparar, porque la curiosidad exige conocer en detalle antes de pronunciar el veredicto.
Una cosa es el impulso, definido por el instinto y la necesidad, y otra muy diferente el arrebatamiento, que sólo cuando es premonitorio resulta en favor y disculpable.