Me viene a la cabeza un chiste en el momento que me comenta lo que vemos. Puede que de refilón haya notado ese recuerdo en mis liberadas facciones, tan dadas a manifestar lo que les place cuando recogen un motivo para la expresión que viene de lejos. Hago memoria, sin arrugar el entrecejo, para situarme en el marco y en el contexto a los que se debe la aparición, por otra parte bien justificada.
Me digo que la plasmación de la dependencia —de la primera a la última dependencia, ambas en la frontera exterior de la racionalidad— se ofrece al espectador de muchas maneras, las más de las veces por casualidad y con una evidencia a toda prueba. Como acontece en el caso visual y memorístico que nos ocupa.
Las ubres generosas, de aspecto natural, reacias a someterse a criterio estético alguno, contienen sustancia de vida para dar, tomar y repartir a la vez, con producto del tiempo, el mejor de los nutrientes a precio de reconocimiento.
Aquel chiste que no le cuento, me hizo gracia; y aunque es sólo una puntada ingeniosa de un espíritu ocurrente, bien que se complementa con la sentencia de que de donde no hay no sale.
De gracia a refrán y no suelto prenda.