Anda de capa caída lo de llamar a cada cosa por su nombre. Se impone, nunca mejor dicho, para tragedia del oído y pesar de la inteligencia, la sustitución del nombre de una cosa por su erróneo, por su desviado, por su aberrante acomodo a la práctica de lerdos y zafios.
El fenómeno de la involución en el uso cotidiano del idioma, del retroceso aniquilador en la normativa de los lenguajes hablado y escrito, sucede por ese mandamiento político siniestro que expresa la voluntad dirigente de modificar a cualquier precio los ámbitos sociales de relación y comunicación en beneficio del invocado nuevo orden, adicto a divulgar la ignorancia, que procede del viejo caótico y alienante desorden -prorrogado sine die-, de la ensalzada revolución inconclusa.
La que inviste de razón, con dignidad solemnemente adjudicada a través de un concurso cerrado, a la sinrazón.
José Gutiérrez Solana: Las vitrinas (1910). Museo Nacional Reina Sofía, Madrid.
En la asamblea ordinaria de los acadezados (dícese de los académicos de la lengua difusores de ideología) trasciende la estulticia allende lo en juicioso rigor soportable. La vanguardia de la tumultuosa futilidad ha conquistado nuevos territorios en línea vertical descendente, de forzoso declive enjaezado de feria.
José Gutiérrez Solana: Mascarada de las escobas.
Transige, fija y perjudica, es el lema que puño a puño y de boca en boca desparraman los acadetarios (dícese de los académicos de la lengua inscritos en la nómina del sectarismo) reunidos en comisión permanente para ensuciar y deslucir lo que otrora limpiaba y confería esplendor.
José Gutiérrez Solana: Carnaval. La comparsa.
Travestidos de la ignorancia y el descrédito, los acaderantes (dícese de los saldos de recluta que el fomento de la incultura nombra académicos y subsidia a cargo del contribuyente) celebran con insano regocijo los éxitos en la gestión encomendada que mudan hacia el pasmo y la desolación el semblante de los afectados, inmersos en una decretada indefensión.