Suena el Réquiem K 626, de Wolfgang Amadeus Mozart
Se sabe, y es juiciosa tal consciencia, pero cuesta asimilar que es el final lo que da sentido al principio.
Valga la paradoja, una paradoja de uso exclusivo humano, de humana titularidad.
Pues eso, nos decimos llegado el caso de comprobar en el modelo ajeno aquello que antes o después nos alcanzará con afinada puntería. Pues eso, que hemos quedado en aceptar lo inevitable pero con la restricción, naturalmente humana, de ignorar tanto su influencia como sus consecuencias. Algo, por otra parte, lógico y, dando un paso más allá, necesario a extremo.
¡Hasta las musas comparten el criterio de la abstracción!
Con ellas, que vienen y van, nosotros vamos y venimos, gira que te gira, a por las repuestas de las preguntas que surgen tarde o temprano quiérase o no. Puede, es un suponer de ideación pragmática, que las musas aun viviendo en el aire que las transporta y alimentadas por la inspiración que per se generan, adopten una apariencia de carne y hueso, todo materia tangible y consumible, en aras a su reconocimiento inmediato, o pronto, y a causa de las muchas representaciones que de ellas hicimos, hacemos y haremos.
Y bien…
¿A qué santo encomiendo esta digresión?
Debo de andar por las ramas para no topar con el enorme tronco de inevitable realismo. Discúlpeseme el rodeo, aunque de antiguo he asumido que la línea recta empuja y conduce con arbitraria y creciente eficacia de origen a destino, incrementada la adjetivación en el tramo, largo y corto, que abarca el declive. Hago equilibrios en la cuerda floja, espectáculo de funambulismo, porque con sólo la memoria del anuncio que me mandó la tentación redactar me pongo trascendente a la vez que en inquieta penitencia por sacar a relucir cuestiones que también sin plantear demanda previa atinan en el objetivo.
El texto es breve y asimismo rápida su lectura: “Si no hay más remedio, acepto”; congraciadas las palabras del autor, al menos ellas, con la en definitiva irrebatible voluntad de la fuerza suprema, ama y señora del viaje cósmico. Sin embargo, su interpretación es variada y en gran medida contradictoria.
Esta nota escrita sobre la marcha, burlona, contrita, transaccional, alude a un momento sin tiempo concreto que desde la eternidad habla al infinito, o viceversa, que suena a música equivalente. Esta opinión, semejante a la certeza, fluye de un cautiverio obligado a un protagonismo candente a la velocidad del pensamiento, inducido éste por las ligaduras que vinculan la causa primera con la última.
El escolio a la nota, al estilo de la posdata, pudo incluir la doble, dislocada, yuxtapuesta, recomendación de “absténgase intermediarios” y “sírvase pasar a la hora y por el lugar convenidos”, frases que encubren, de hecho implican, un matrimonio a yuras, clandestino en cuanto estrambótico, con el numen del heroico fatalismo.
¡Descargad alivios!, se exige, se ruega.
A las alturas de la petición ni cronista ni finado están para carreras en pos de dadivosas acciones y graciosas concesiones por estipulación. En la circunstancia de riesgo patente, que vuela fugaz y tajante como un parpadeo, se prescinde del deseo traído y llevado por varitas mágicas; se anula la fantasía henchida de egoísmo y pedante resolución; se apaga el eco de la vanidad. Se vuelve de cara el saludo único, la luz del criterio noble, la educada oportunidad.
En la urgida solicitud de auxilio lanzada a los cuatro vientos se proclama el triunfo de la dignidad.