La desnaturalización por la vía del igualitarismo y la uniformidad.
En el catálogo de miserias y degeneraciones destaca con mórbida estridencia la desnaturalización de la persona (el individuo, el ser racional diferenciado). Variadas son las maneras de eludir el pago de impuestos, algo loable salvo para los que predican y pregonan que el resto de los mortales no copie el ejemplo y, cual fallo judicial inapelable, acate la sentencia confiscatoria. Lo mismo que cuando, publicado el discurso a conveniencia de la portavocía deponente, se niega réplica, se impide testimonio fehaciente, se anulan alegatos y apelaciones, a los afectados por las disposiciones, decretos y demás formas impositivas, por aquello del bien común, de la solidaridad, de la tolerancia y de unos derechos (ese derecho expandido conculcador de otros derechos sobre cuya restricción y supresión se ignora la vía de protesta pertinente) nominados a la carrera, con título habilitante para ejercicios y emolumentos, desaparecidos de los currículos a uña de caballo al comprobarse su inexistencia y en el menos lesivo de los casos su invalidez.
Es la moda, es la inercia, es la consecuencia del triunfo de la mediocridad, del advenimiento de vividores y arribistas, de malhadados pícaros con la inteligencia mermada por el egoísmo y el reflujo de la bilis, de listos al quite de la oportunidad (cogida por los pelos e introducida en el furgón de cola, el de las subvenciones y subsidios por servicios pasados, presentes y futuros a la causa, para que aquí me las traigan todas); de buscadores de fortuna en el caladero de la falsía y la lealtad al mandamás, de distinguidos por sus inacabadas, plagiadas, inventadas obras; de conocedores del paño, de los carentes de escrúpulos, de los muy ambiciosos de cargos y prebendas extraordinariamente remunerados e inmunes a la justicia humana impartida en los tribunales con magistrados de crianza y reserva.
Para llegar a la antesala de la cámara privilegiada hay que pasar un examen fácil, breve, monotemática: ¡Es así y punto en boca!
Así es de la cabeza a los pies, la ropa, el modo de comportarse en los espacios de requerimiento, el lenguaje, el paso y la pose. Luego, en la intimidad protegida, en la privacidad confortable, la rigidez cesa y lo que manda es el capricho, el deseo y la satisfacción de toda ansia que pica indiscriminadamente a las criaturas malignas y beatíficas de la especie: sentirse libre para diferenciarse de los semejantes cercanos y lejanos, parientes, allegados o extranjeros; sentirse uno mismo, en definitiva, y preservar ese divino tesoro como el más preciado de los dones, que es el de la elección.
La posibilidad de elegir es tan querida como odiada y temida, según a quien beneficie o perjudique, dispense o condene, obligue o exima.
Hipocresía se llama a lo que gusta para quien decide y disgusta si lo utiliza el oponente que deja en evidencia el engaño, la mentira, el negocio y el pacto bajo cuerda. Se denomina fingimiento a lo que se consuma por una puesta en escena. Se considera fuera de juego e improcedente a lo que deja en evidencia. Se tilda con el adjetivo calificativo depredador en boga y multiplicado por la jauría de la servidumbre a quien se atreve a cuestionar un modelo social afilado con las garras y los colmillos. Se reprueba pública y notoriamente, a la vista del rollo y la picota, el alegato en contra de los que sólo atienden a las leyes que promulgan, a las voces que emiten, a las propiedades que registran por sí o tercero autorizado y a los actos que promueven. La representación gráfica es la de un embudo con el extremo mínimo cegado, para impedir el acceso del influyente aire puro.
Recuérdese el lema del poder: ¡Haz lo que digo, no imites lo que hago (suponiendo que pudieras o te dejase)!