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El reconocimiento implícito del fracaso (IV)


Dar con el sentido.


Busca que te busca, de la razón al instinto, de la conjetura al ocasional y urgente argumento predictivo, para conseguir acercar posturas entre el ser y el deber ser. Una polémica de enjundia, tan antigua como el pensamiento ejercido en su máxima aptitud cognoscitiva.
    Pero ante tanto esfuerzo clarificador por alumbrar la verdad y ocultar el fraude y el engaño, aun sin definir en acuerdo universal lo que es verdad y lo que son fraudes y engaños, ambos hijos de la mentira original, la incidencia de las ramas culturales humanas en la irracionalidad es obvia e inmarcesible, ya que hablamos de flora.
    Buscar sentido o nuevos sentidos o diferentes sentidos a lo que se supone tiene sentido, porque ha de tenerlo en buena lógica, es una tarea esa de búsqueda ardua y paciente, propia de un pesquisidor abstraído en sus investigaciones. Un sabueso metafórico, de gran olfato para la elección de los caminos, dotado de perspicacia en la resolución de las crisis. En el trato peculiar con los diferentes y sucesivos conflictos, con el zumbido de las disyuntivas y los enjambres de antagonismos, en la esgrima dialéctica allende la retórica y el pacto bajo cuerda. Este investigador de las crisis interpuestas por demanda, sopesa el índice de influencia de las unas sobre las otras, sin apriorísticamente distinguir la causa del efecto, que ya habrá tiempo de atravesar esa jungla de reciprocidades culposas.
    La procedencia de las crisis, de cualquier crisis, a veces se sitúa en el tropiezo, algo que avergüenza y cohíbe y hasta victimiza; a veces se emplaza en un desmesurado avance de un logro casual o probable, incluso seguro; a veces en la asunción de horizontes despejados de la niebla perdida su condición perenne; a veces en una manifestación irrefrenable de duda, desconcierto, incertidumbre y mucha curiosidad, pues ya metidos en harina lo mejor es seguir adelante con los faroles. Y que el trastorno guíe al proceloso delirio o a la eminente cordura.
    Un viaje de la angustia por saber, por descubrir y por revelar, al significado que explique las tendencias y los devaneos, con estaciones intermedias en las que la visión de pasado y futuro coincida en el inestable presente.
    Con la imaginación invitada, y a su estela la candente animosidad de las suposiciones. Desde ella, en pleno largo viaje del casi todo al casi nada y viceversa, la interpretación de los fenómenos contenidos en la atmósfera de vida y esperanza es un acto reflejo. A medida que se constatan las expectativas y especialmente los temores —de la ilusión al miedo sólo consta una prueba válida—, la concomitancia entre los aspectos en litigio —litigando en la conciencia de la crisis— aparece difusa. Porque la importancia de un hecho no justifica de por sí otro hecho ni las consecuencias derivadas del primer hecho y los demás.
    Puestos a especular con palabras, si un problema lo es a partir de su solución, pues antes como irresoluble se tomaba con venerada deferencia o ignorante indiferencia, un fenómeno es tal cuando recibe una observación con fines científicas e intelectualmente inquisidores. Por lo tanto, la similitud otorgada, quizá por necesidad, a los contrastes y a las crisis, asoma una raíz desencadenante que publica, en un lenguaje de fácil comprensión pese a lo críptico de su envoltorio semántico, las características de afines y antagonistas en su particular duelo de universales.

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