A la interrogación cuando algo envuelto en un comentario, un acto, un olvido, un incumplimiento, asombra se une la exclamación. Lo de menos es el signo ortográfico con el que se remarca el estado de ánimo del afectado, sufriente, de ahí que con sólo la tilde campeando donde procede basta y sobra para la denuncia escrita, y si es oral, alta y clara la dicción.
La compañía de la voz que mejor secunda lo que se siente y traspasa el límite del recinto interior, o sea, de lo que se externaliza por mandato de la conciencia, es el gesto. La motilidad de las facciones es elocuente, habla con expresiva identificación de la protesta elevada a categoría por parte del discernimiento, que es el juicio con un fundamento sólido y contrastado.
Auguste Rodin: Andrieu d’Andres (1888). Brooklyn Museum, Nueva York.
Dante Gabriel Rossetti: Beata Beatrix (1864-1870). Tate Gallery, Londres.
Al cabo, se trata de manifestar el criterio emanado de la alianza entre el conocimiento y la experiencia que, según circunstancias, monta tanto el uno como tanto monta la otra, y de acuerdo ambos pilares de la inteligencia racional, léase raciocinio con subrayado de competencia, rubrican la obra del autor.
Vístase la sensata disconformidad con la ondulada interrogación o con la rectilínea exclamación, el énfasis está servido y, manteniendo el pulso contra modas, inercias e imposiciones, da cuenta del remitente al destinatario.