Lo del equilibrio es una cuestión delicada, por emplear un concepto propio del lenguaje diplomático; ese idioma que dice lo que no dice y que habla de soluciones mientras complica y falsea la información con encubrimientos, cortinajes de raso y añagazas al más puro estilo de los prestidigitadores.
En la cuerda floja o en el alambre, que es la superficie intrínseca para el practicante de equilibrios, se halla medio mundo por lo menos a mitad de su existencia. Por la cuerda floja, camino de tarde o temprano se recorre pues abarca todas las modalidades del riesgo activo y pasivo, transita de la prez a la hez los laborables y los festivos.
Con la soga al cuello… Lo que pasa con tal amenaza no viene a cuento en esta nota de impresión.
Los equilibrios, expresados en plural por lo mucho que afectan al conjunto de los involucrados en la batalla de la supervivencia en cualquiera de sus múltiples niveles y aspectos, convienen para vadear pasos.
Recapitulando: el equilibrio en el ámbito de la política, la diplomática y la fáctica, tiene una estrecha relación, un parentesco, con el ejercicio de la componenda. Trapecistas y funámbulos compiten por alcanzar el punto de apoyo cuando el soplo inesperado de viento provoca la oscilación de la pasarela.
En conclusión: todo lo que nace muere, sostenes aparte.