De antiguo se sabe que decir la verdad es tan fácil como difícil, tan comprometido como liberador, y se sabe, porque se supo, que con la verdad se recorren todos los caminos, incluso los sometidos por influencia a la mentira.
Menos distante en el tiempo que afecta directamente a los humanos es el concepto de apología, algo menos comprometido también que el laberinto trazado por la verdad que es y no es, que quiere salir pero aguanta dentro del caparazón, que pugna por la proclamación del hecho con un acto sencillo, aunque por mor de las circunstancias valeroso, y a la par retiene el contenido en un continente ora protector ora refractario.
La verdad, de verdad, mantiene la única versión, demostrable por documentos conservados en los lugares correspondientes, no siempre aislados por el bien de la historia real de asaltos, canjes y negocios. La verdad, que cumple años, siglos y eras, cuenta de atrás adelante, jamás envejece, jamás retrocede ni decae si se la iza y apoya, jamás habla con la voz distorsionada ni escribe con otra mano que la propia.
Los custodios de la verdad suelen residir en cualquier parte y están a disposición de la consulta permanente y pasajera en cualquier momento. Hasta la verdad afincada en la humilde trascendencia del individuo anónimo brilla, a guisa de prueba en juicio de honor, incluso en la oscuridad provocada, en la reticente perversidad de la mentira.
La mentira, a diferencia de la verdad, a la que se contrapone, es rentable y felizmente acogida en los ámbitos de juego sucio.
De antiguo se sabe que verdad sólo hay una (y a ti te encontré en la calle); démosle mano y pie para que salga a escena.