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Orden y concierto V

La paradoja convalidada en norma de rango superior.

El orden natural es subvertido por una práctica de conveniencias. El orden natural se muestra en su simple concepción no pocas veces molesto para las ideologías y las tendencias; artificiosas éstas, potenciadas aquéllas. El orden natural, en cualquier caso, es un obstáculo, probablemente la mayor traba, para la experiencia de ese orden superior a todas las leyes, naturales y humanas, a todos los credos y a todas las iniciativas libres de cauce estrecho y controlado de principio a fin que es la política al uso.

    La política al uso, la política ejercida sin libreto ni partitura por actores y cantantes sin talento ni formación, el politiqueo de politicastros altamente situados y abundosamente retribuidos, obedientes, desde luego, hasta la náusea, el vómito y la disección forense, la componenda, en definitiva, al servicio de unos intereses encarnados por individuos puestos ad hoc para la función exigida por los creadores de opinión y los organizadores de programas destinados a implantar los mecanismos reductores de la ingeniería social, vulgo manipulación, vulgo adoctrinamiento, vulgo inoculación teledirigida y extrasensorial de contenidos penetradores del temario único, es la causa y el efecto del peor de los males: la negación de los hechos, que lleva aparejado la relativización de las conductas y el borrado de cuanto sea inconveniente a la gran idea, el apoteosis final.

    Esencialmente opresiva, dispensada con tratamiento ocioso, frívolo y colorista, la directriz política conducente a la imposición y al sometimiento, campa a sus anchas en el tablero de pongo y quito, en el circuito del creo y elimino. Es una intervención masiva que ocupa y gestiona todos los ámbitos de compraventa; una intervención modulada entre la acción directa y la encubierta, solapada, que en su caso, y es caso único, ni el mejor ni el peor de los casos, regula hasta el constreñimiento gangrenoso, reprime lo que pueda pensarse, decirse y hacerse hasta el confinamiento del proclamado disidente y la anulación, vía borrado, del censo de las criaturas domeñables y serviles. Y todo ello en nombre de la libertad, contra la que se combate desde el totalitarismo; en nombre de la tolerancia, si encaja dentro de los supuestos taxativos que dicta la autoridad sobre ética, moral y criterio objetivo, que niega la ética, la moral y el criterio objetivo; y en nombre del progreso, otra apropiación de palabras, conceptos y significados uniformemente difundidos por los canales de penetración abundantemente sembrados y cultivados en terreno previa, larga y esmeradamente abonado.

    Precisamente estas ligaduras, de índole emocional y financiero, léase inyección económica decretada bajo el epígrafe de ayudas al desarrollo, a la cooperación, bajo el epígrafe de subvenciones para finalidades sociales pautadas, bajo el epígrafe de donaciones y subsidios a colectivos-grupos-asociaciones que cumplen los requisitos para agradar al poder hegemónico, unen en el favor y también en el agravio y la repulsa; estas dos oposiciones, de agravio y repulsa se procura queden siempre en ese lugar, con ese papel. El favor, en cambio, recibe el jugoso premio de la continuidad en el tiempo y los sucesivos equiparables gobiernos.

    Lo político, la cosa de la política, es el puente que comunica gratitudes y pesares según el régimen implantado. Una paradoja de orden y concierto, mofa y befa de lo uno y lo otro pero, eso sí, marcando el orden, la partitura, el libreto y la instrumentación.   

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