La sofisticación ha consumado su ciclo, quizá para bien, y retorna al rudimento, tal vez para mal.
No solo tiende la sociedad avanzada, la de la posverdad-poshistoria-posraciocinio-posmodernidad, a reducir la capacidad de comprensión del individuo al límite de la sumisa aceptación y a restringir el desarrollo libre y personal del intelecto a extremo de adorar el sometimiento, sino que también aspira a una comunicación primaria: de signos violentos y gritería imperativa o signos imperativos, amenazadores, y gritería violenta, coactiva. La sociedad del progreso y del materialismo dialéctico e histórico, devuelve la civilización al balbuceo del lenguaje bestial.
En resumen: tanto “pos” abisma en la “pre”.
Max Ernst: La horda (1927). Colección de J. B. Urvater.
El volumen disparado elimina el diálogo y la reflexión, así como el parecer y el intercambio de sentimientos y experiencias, de conocimientos y percepciones con fundamento científico. Claro que si la idea-propósito-finalidad es la de imponer, amedrentar y encubrir desde la mediocridad, la bilis y el desespero por evidenciar el complejo de inferioridad, no hay mejor castigo para los que engrosan la turbamulta en la escenificación de brutalidad.
El ruido es el vehículo de comunicación para dar rienda suelta a la envidia, el odio, los bajos instintos y el negocio que algunos, vocingleros y vociferantes pero listos y oportunistas, extienden sobre el pequeño mundo para abrazarlo hasta la asfixia.
Max Ernst: La ninfa Eco (1936). Museun of Modern Art, Nueva York.
Venga la propaganda y vaya la agitación que se va haciendo tarde y golpea el frío.
Suba el tono de la percusión y alcáncese la catarsis.
Mírese por donde se mire, todo se reduce al esquema más simple: el control de la masa por el miedo y el hambre.