Usurpaciones progresistas.
Con qué fruición la mediocridad imperante acoge y explaya las infiltraciones foráneas de palabros y acepciones embutidas a tontas y a locas en el lenguaje propio. Demencial el atropello del vehículo de comunicación más empleado, lamenta y condena Felio.
Está enfadado. Le molesta, perturba y sacude la proliferación de distorsiones producto de la necedad. Ha hecho la prueba. Se ha cansado de confirmar el abuso del error, un error vencible, en los transmisores de noticias. Agota, se queja Felio, el poder de la ignorancia, la influencia de la incultura, el predominio en el lenguaje cotidiano de la boca de ganso y la interpretación de oído.
Horroroso, vomitivo, es ponerse a contar las pifias y los destrozos al paso turbulento de las voces ignaras, cimeras ellas en el postín de la locución, al servicio de una causa demoledora.
Aniquilación de los símbolos, denuncia Felio.
Aunque en vano su denuncia, como si reclamara sensatez, tacto y gusto a los instructores de los operadores telefónicos; caída en baldío la denuncia, como una prédica en el desierto, y eso que el pronóstico es certero.
Enfermiza inercia la que padecen y contagian los adictos a situarse por debajo de algo, de alguien y, en definitiva, de todo. No es que esa gota colmara el vaso, no, puesto que el agua derramada ya cubría la mitad del recipiente, pero denominar latino a lo hispano o ibérico es peor que un dolor de muelas, y de oídos. Resulta que desde la casta comunicadora española, que sólo es española en lo nominal, se premia cualquier neologismo importado del habla universal, el inglés de EE.UU., quizá será conveniente llamar coloamericano a ese idioma de aluvión y telegrama, de modo y manera que a Hispanoamérica o Iberoamérica se le concede filiación latina —y no precisamente por el Derecho Romano— para anunciarse servil y mecánicamente Latinoamérica; a los hispanos, latinos; a la cultura española, conglomerado latino; y a la raíz española, por aquello de extirpar obras, sentimientos y bases, filonativismopanlatino. Ahí queda eso. Con tal de que España, y su herencia, desaparezca de las mientes, los documentos y el paisaje, vale cualquier medio al alcance de la estulticia mancomunada y las muchas añadas de bilis. Lo que da más gracia, por no reparar en el llanto de las víctimas, reitera Felio, es el seguidismo de los “antiimperialistas” a los mandatos del “imperialismo”.
Presto y por la trasera, con entusiasmo en los receptores, las redes emisoras copan las expresión de criterios y actitudes ofertando al coro de voz en grito una dialéctica de paupérrima y nefanda estofa.
Vamos cuesta abajo rebozados en el polvo áspero del declive, ilustra Felio a su atribulada conciencia, no obstante combativa.
La lucha por el desenmascaramiento tiene su aliciente personal y una recompensa en los espíritus afines. Lo primero es el discurso en un español diáfano, esencial, contundente y arraigado, un parlamento atinado desbrozado de trampas dialécticas, por el que mana un caudal limpio y esplendoroso de léxico, sintaxis y semántica en vez de un atropello de consignas y anuncios publicitarios embalados para el consumo masivo; lo segundo, inmediato y derivado, es llamar a cada cosa por su nombre, sin omitirlo ni alterarlo ni trasponerlo; lo tercero, siguiendo un orden de prelación gramatical, es evitar el trueque de confusión entre el sustantivo y el adjetivo.
Sabe Felio, y mejor no llamarse a engaño, que la reconquista del espacio perdido es, además de ardua, una tarea en el límite de lo posible.
Largo me lo fiais.
Y gracias por mantener la esperanza.
En vista del panorama, Felio y yo preferimos buscar otro horizonte.