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Boda y baile

Suenan las Zarzuelas en un acto y tres cuadros La boda de Luis Alonso y El Baile de Luis Alonso, de Gerónimo Giménez

El acontecimiento dio lugar a la celebración y ésta paso a la obra, que en singular o plural, más conocida la versión genérica, siempre son amores y no tan solo buenas razones, excusas y justificaciones de mal perdedor.

    Aquel año, aquel día, aquella hora, por citar la especificidad en orden decreciente temporal, y a la inversa en cuanto a la intensidad del momento vivido —que previamente fue idea vaga, luego sueño, a continuación deseo y algo después realidad, consumadas las fases—, el anuncio, ya que primero fue el verbo, devino en fiesta, vestida de tal para cual.

    Todo llega para quien sabe esperar, consuela el dicho, y a fe que no pocas veces es cierto, como eso proclamado desde abajo, en trance de equilibrio sobre la cuerda floja, de quien resiste, a sabiendas de su fortaleza, vence a sus adversarios y echa lumbre a la hoguera de la envidia.

    Asunto para recordar y describir en tertulias de vela y foco, motivo de satisfacción, esperanza y gratitud, causa de ilusión tangible como el atavío que cubre y descubre en el mismo acto.

    Con vivacidad de actor en su gloria interpretativa e intriga de disfraz, con embozo, el personaje organizador de la fiesta, de la muy noble y leal conmemoración a todas luces expuesta, invita, canta, baila, ofrece y reparte —llevándose la mejor parte, cosa aceptada de grado—, señala dulce y arrobado al origen y consecuencia de su dicha; el ínterin viajó feliz hasta la estación destino y a partir de ella, escaleras, pasillos, llanuras y ondulaciones por la vía compartida.

    El presente viene del pasado y va hacia el futuro: es una verdad de Perogrullo. Pero el hoy, que dilatado se llama presente, no es el ayer, que prolongado se llama pasado, ni es el mañana que la imaginación crea, percibe y transforma a voluntad.

    Palabras, sólo palabras, vino a decir alguien turbado por los sermones: a la fiesta se acude con alegría terapéutica y el humor dispuesto al aplauso, recalcó incitando a otra ronda lúdica.

    La réplica, en tono congraciado, traía carga sentimental, aderezada de consejo —es recomendable no darlo—, de sugerencia —es prudente no difundirlo—, de comentario experto por el trato directo y el indirecto, que sirven en igualdad de condiciones —es conveniente no propagarlo en el vacío combustible—, con acceso a la dúplica y al debate público entre particulares. Las voces sueltas discurren cualquier camino franco, incluso los obstaculizados si el impulso es de aúpa, y lejos de entintar con lutos, o disfraces coloreados de chillones, vagan en la órbita de la captación suspirando un gesto de recibimiento. Si no importa ni es perjuicio comer por haber comido, tampoco lo es, o debiera serlo, el mirar con detenimiento los indicios desperdigados en el escenario, quizá por mano amiga, quizá por la oportuna casualidad, para andar con tiento sin dejar de andar.

    Puesto los sentidos a indagar, minuciosos y competentes, vayan de atrás adelante para que la ida sea tan placentera como el retorno. De este modo, sencillo y eficiente, la prenda cobrará vigor de juventud en la etapa adulta y valor en la senectud; la prenda objeto devoto y admirado mantendrá su intrínseco desafío, un esplendoroso dilema donde pugnan en digna lid la resistencia y el ideal, atraídos ambos factores dirimentes por el juicio de la ponderación.

    Qué gusto ser enjuiciado por las virtudes.

 

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