Carta de Franklin Delano Roosevelt a Francisco Franco
El 8 de noviembre de 1942, el embajador de los Estados Unidos de América en España, Carlton Hayes, se reunió de madrugada con el ministro de Asuntos Exteriores español, Francisco Gómez-Jordana Sousa, conde de Jordana, para que le facilitara una entrevista con el Jefe del Estado, Francisco Franco, para entregarle en mano una carta del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt; lo que tuvo lugar a las nueve horas en el Palacio del Pardo. En la carta personal de Roosevelt a Franco se garantizan la integridad territorial y la neutralidad de España a lo largo de la denominada Operación Torch (el desembarco aliado en Marruecos y Argelia tomando la dirección de avance hacia Túnez), iniciada a las 0 horas de ese mismo día.
“Querido general Franco:
Por tratarse de naciones amigas en el mejor sentido de la palabra, por desear sinceramente tanto usted como yo la continuación de tal amistad para nuestro bienestar mutuo, quiero manifestarle sencillamente las razones que nos han forzado a enviar una poderosa fuerza militar americana en ayuda de las posesiones francesas de África del Norte. Tenemos información precisa sobre el hecho de que los alemanes e italianos intentarían, en fecha próxima, la ocupación del norte de África. Su gran experiencia militar le hará comprender que es preciso que acometamos sin demora esta empresa después de la defensa de América del Norte y del Sur para evitar que el Eje se adelante en esa ocupación. Envío un poderoso ejército a las posesiones francesas del Norte de África y del protectorado francés de Marruecos con el solo fin de defender a América y evitar el empleo de esas regiones por Alemania e Italia, confiando en que se verán de este modo salvadas de los horrores de la guerra. Espero que usted confíe plenamente en la seguridad que le doy de que en forma alguna va dirigido este movimiento contra el gobierno o pueblo español ni contra Marruecos u otros territorios españoles, ya sean metropolitanos o de ultramar. Creo también que el gobierno y el pueblo español deben conservar la neutralidad y permanecer al margen de la guerra. España no tiene nada que temer de las Naciones Unidas.
Quedo, mi querido general, de usted buen amigo,
Franklin D. Roosevelt.”
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Mensaje de Winston Churchill en favor de España
Corría el mes de mayo de 1944 cuando un discurso Winston Churchill, pronunciado en la Cámara de los Comunes del Parlamento británico, repudiaba los ataques lanzados contra el Gobierno español:
“Antes de que se iniciase esta situación, la posibilidad española para atacarnos estuvo en lo más alto. Durante largo tiempo habíamos ido ampliando el aeropuerto de Gibraltar, construyéndolo sobre el mar, un mes antes de la hora cero del 7 de noviembre de 1942; tuvimos a veces 600 aviones aglomerados en ese aeropuerto, a tiro y completa vista de las baterías españolas. Era muy difícil para los españoles el creer que esos aviones estaban destinados a reforzar Malta, y puedo asegurar a la Cámara que el paso de esos críticos días fue angustioso. Sin embargo, los españoles continuaron amigables y tranquilos. No hicieron preguntas ni pusieron inconvenientes. Si en varios casos habían adoptado una actitud indulgente con los submarinos alemanes que tenían dificultades, en mi opinión, en lo que se refiere a nuestro interés, compensaron esas irregularidades al ignorar completamente la situación en Gibraltar, donde aparte de los aviones, estaba anclado un gran número de barcos fuera de las aguas neutrales de la bahía, siempre bajo el tiro de las baterías de costa españolas. De habernos ordenado que desplazásemos esos barcos, habríamos tenido las mayores dificultades. Realmente, no tengo idea de cómo habríamos podido reunir y dirigir ese gigantesco convoy. Debo decir que yo consideré siempre que España rindió entonces un servicio no sólo al Reino Unido, al Imperio británico y a la Commonwealth, sino a la causa de las Naciones Unidas. Por ello, no simpatizo con quienes creen inteligente e incluso gracioso insultar y ofender al Gobierno de España en cualquier ocasión”.
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Mensaje de Francisco Franco a Winston Churchill
El 8 de octubre de 1944, Francisco Franco, Jefe del Estado español, por medio del embajador de España en Londres, Jacobo Stuart Fitz-James y Falcó, XVII duque de Alba, remitió la siguiente misiva al primer ministro británico Winston Churchill advirtiendo del futuro e inminente peligro de la expansión comunista en Europa.
“Excelentísimo señor embajador de España en Londres.
Mi querido embajador y amigo:
El objeto de la presente es el expresarle de una manera directa clara y sincera, mi pensamiento y el de la nación española en cuanto afecta a nuestras relaciones con la Gran Bretaña, a fin de que de la manera más fiel y directa la haga conocer a nuestro buen amigo el “premier” británico.
La grave situación de Europa y el papel a que en un futuro están llamadas Inglaterra y España para el concierto del occidente europeo, aconsejan el que aclaremos nuestras relaciones, liberándolas de esa serie de reclamaciones y pequeños incidentes que desde hace más de dos años vienen enervándolas.
Las nobles palabras que en fecha reciente ha tenido ese primer ministro para nuestra nación, con repercusiones tan favorables en nuestra opinión pública, son garantía de que estas inquietudes han de encontrar un eco favorable entre las suyas.
Yo encuentro perfectamente natural que hayan existido hasta ahora grandes diferencias entre el pensamiento de la nación inglesa y el que podía tener la española, más libre, más natural, de compromisos y pasiones; pero conforme la guerra avanza, se dibuja más la identidad de los intereses y de las preocupaciones para el futuro, que vemos acusarse en los discursos, manifestaciones y comentarios a los viajes del primer ministro.
Porque no podemos creer en la buena fe de la Rusia comunista y conocemos el poder insidioso del bolchevismo, tenemos que considerar que la destrucción o debilitamiento de sus vecinos acrecentará grandemente su ambición y su poder, haciendo más necesaria que nunca la inteligencia y comprensión de los países del occidente de Europa.
Lo que ocurre en la Italia liberada y la grave situación de la nación francesa, en la que las órdenes del Gobierno no son obedecidas y los grupos maquis proclaman con descaro sus fines de proclamar la República soviética francesa, para lo que dicen contar con el apoyo de la URSS, es harto elocuente en estos difíciles momentos.
La Historia nos demuestra, por otra parte, en lo que han acabado siempre los tópicos de las paces eternas y de las amistades desinteresadas; por ello las bellas palabras no pueden tener para nosotros otro valor que el de un buen deseo, el de un ideal a que nunca se llegó ni logrará llegarse.
Destruida Alemania y consolidada por Rusia su posición preponderante en Europa y Asia, así como consolidada en el Atlántico y en el Pacífico la de Norteamérica, como nación más poderosa del Universo, los intereses europeos, ante una Europa quebrantada, padecerían la más grave y peligrosa de las crisis.
Comprendo muy bien que razones militares inmediatas no permitirán a los ingleses responsables comentar este aspecto de la contienda universal pero la realidad existe y la amenaza queda pendiente.
Después de la terrible prueba pasada por las naciones europeas, sólo tres pueblos, entre los de población y recursos importantes, se han destacado como más fuertes y viriles: Inglaterra, Alemania y España; mas destruida Alemania, sólo queda a Inglaterra otro pueblo en el Continente a que volver sus ojos: España. Las derrotas francesas e italiana y su proceso de descomposición interna, no permitirán probablemente en muchos años edificar nada sólido sobre estos pueblos; hacerlo, acarrearía las mismas trágicas sorpresas que sufrieron Inglaterra y Alemania en la actual contienda.
La deducción es clara: ¿es conveniente para Inglaterra y para España su amistad recíproca? No dudo en afirmarlo, y será tanto más imperativa cuanto mayor sea la destrucción que llegue a hacerse de la nación germana.
Sentada esta necesidad, pasemos a revisar nuestras actuales relaciones con Inglaterra, lo que nos llevará a no hacernos grandes ilusiones y a reconocer que no son halagüeñas, pues no obstante las nobles manifestaciones de Mr. Churchill y la buena voluntad de nuestro Gobierno, no acaba de despejarse esa atmósfera de hostilidad y desafecto que se acusan en el ambiente inglés y que vienen causando en los distintos sectores españoles reacciones naturales de defensa. Ni la Prensa, comprendida la gubernamental, ni las radios británicas, han cesado de hostilizar periódicamente a España, a su régimen, cuando no a su Caudillo, unas veces con tonos agrios y malhumorados, otras con frases o conceptos insidiosos.
Esta hostilidad tiene todavía más importancia cuando se acusa en las representaciones oficiales o cuando tratan de justificarla en diferencias ideológicas, en nación tan acostumbrada como la inglesa a entenderse en todos los tiempos con los diversos pueblos del Globo, cualesquiera que hayan sido sus sistemas de gobierno o sus ideologías; razones que, por su intromisión en lo interno, sublevan a todo buen español, produciendo en el país efectos lamentables.
No debiera Inglaterra olvidar que las relaciones actuales son una consecuencia inmediata de las del pasado, y en las del futuro han de tener una gran influencia la que ahora mantengamos.
Estimo que no debemos ocultar en ésa el que las actividades de los servicios secretos y de propaganda británicos han venido causando, al correr de estos cinco años un efecto lamentable con los organismos más vivos y sensibles de la nación, cuales son el Ejército, los servicios de Orden Público y la Falange Española, con sus tres millones de militantes. Podemos, desde luego, asegurar que no se ha descubierto maquinación ni pequeña disidencia en estos años que no haya tenido alguna relación con los agentes británicos.
La acción que inevitablemente el Estado había de oponer a las actividades clandestinas de los extranjeros, y en la parte importantísima que en su descubrimiento y persecución han tenido aquellos organismos, han hecho polarizar sobre ellos el desafecto, cuando no la antipatía, de los agentes extraños, produciendo la correspondiente indignación entre los medios propios.
Conviene estén ahí apercibidos de que ninguna clase de actividad política o diplomática del exterior que a España se refiera ha pasado inadvertida, para nuestra nación; aun de aquello que pudiera parecerles más íntimo y secreto hemos tenido providencialmente conocimiento; pero el Estado español, con una clara visión del futuro y de sus necesidades históricas, ha evitado en todo lo posible su publicidad y el consiguiente escándalo.
Otra circunstancia a exponerles es la de los medios españoles en lo que hasta hoy se ha alimentado la información británica que, sin contar la que los rojos y políticos despechados le hayan podido hacer llegar, la que aquí hemos presenciado se ha alimentado, a nuestro juicio, entre los medios más frívolos e inoperantes de la nación; por ello mucho me temo que los juicios o noticias que Inglaterra tenga sobre nuestro país pequen de erróneos o de desfigurados.
Por todo ello, he juzgado indispensable, ante las necesidades futuras para nuestros países, el que procuremos, en este momento histórico, aclarar nuestras relaciones, procurando librarlas de aquel ambiente tendencioso y hostil que es incompatible con una amistad sincera en el mañana.
La guerra ha cambiado completamente el concepto de la estrategia y de la fortaleza de los pueblos; todo ha aumentado de dimensión, y si éstos no quieren verse desagradablemente sorprendidos, han de arrojar por la borda viejos prejuicios y estrechar su solidaridad continental.
Y como sería quimérico que se pretendiese que España pudiese obrar en estos momentos contra sus convicciones, y se aprovechase de una situación de desgracia de otros pueblos, faltando a los principios del honor y de la hidalguía que han presidido y ennoblecido su historia y que condesa aquella frase tan española de “que nobleza obliga”, sí convendría, en cambio, el que trabajásemos para estrechar las relaciones y hacer posible la acción común futura.
Conviene destacar que España es un país estratégico, sano, viril y caballeroso; que ha demostrado sus reservas espirituales y sus tesoros de valor y de energía; que tiene una voluntad de ser, no abriga ambiciones bastardas, ama la paz y conoce cómo debe guardarla; que cree que su interés y el de Inglaterra están en entenderse, conoce el valor de la amistad inglesa y sabe el que la suya tiene; que considera posible este entendimiento y futura amistad; pero que ésta no podría ser eficaz ni duradera con su simple y frío enunciado, si no cambian completamente los conceptos de nuestras relaciones, si falta la sinceridad, la buena fe o el propósito firme de entenderse, o si por un viejo y celoso afán de predominio, se guardasen reservas al engrandecimiento del amigo y no se salvasen, con los sacrificios que fuesen, las diferencias que nos separan.
Y, por último, creo que debe usted aclarar, ante la acción de los malos españoles que desde fuera de España especulan con la posibilidad de cambios interiores, que sirviendo a su pasión hicieran para Inglaterra más barato este acercamiento, que si por quimérico no debemos siquiera discutir su posibilidad, sí hemos de afirmar de una manera rotunda que cualquier cambio hipotético que en este sentido se produjera, sólo serviría al interés de Rusia. En lo exterior, todos los españoles conscientes pensamos de igual manera, y la Historia demuestra no es tan difícil ganarse la amistad y el corazón de España.
Después de haberle expuesto de manera clara y fiel mi pensamiento, sólo me resta el confiar a su patriotismo e inteligente actividad el hacerlo llegar al hombre sobre quien pesan de manera más grande las responsabilidades del futuro europeo.”
Francisco Franco
8 de octubre de 1944