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El reconocimiento implícito del fracaso (VI)

La trampa semiótica.

Las corrientes pierden la iniciativa que gana la tendencia; ésta influye de tal manera que asciende de anécdota a categoría, mientras que aquélla retrocede hasta la irrelevancia en el terreno práctico.

    Factores de movimiento libre como la incertidumbre, la duda y la desconfianza en la “racionalidad” de las decisiones tomadas en su ámbito de competencia por las diversas autoridades políticas, desestabilizan la ficticia —porque no resiste un análisis independiente— solidez de la estructura publicitada hasta un límite estomagante para el criterio privado, también hasta el límite de la credulidad incauta y, por añadidura, hasta el límite de una confianza en dictamen de anemia.

    Quizá la peor secuela de la mentira, aplicable de igual modo al terror, sea la implantación del sinsentido en dosis recurrentes e incrementadas según la necesidad evaluada por los dispensadores. El enemigo a batir está dentro, habla con voz que parece la propia y maneja con una utilidad que parece deseo expreso: es el relato de una pesadilla tan sumamente real, tan bien organizada y con una fuerza expositiva demoledora, que domina el paisaje a ojos abiertos y a ojos cerrados.

    La naturalidad con que se acepta lo que debiera ser inaceptable, con se asume como cierto lo que es falso y se recrea en la falsedad, provoca en la víctima un antídoto de indiferencia: peor el remedio que la enfermedad. La tortura interna de los críticos duele, escuece y pica, pero no inmuniza porque su tarea es la de enfrentar el peligro y afrontar el riesgo. Una vez concienciada la persona con las facultades indemnes, incluso potenciadas, la preocupación decrece a la par que aumenta el refuerzo cognitivo y el anímico y el resolutorio, que al cabo mantienen en pie al sacudido por la tormenta. La sensación de triunfo que experimenta el vivo entre los muertos aparta de sí la tristeza y el lastre de una resignación equivocada.

    En la arena o el burladero, la angustia opera con diferente acento: se da maña para insuflar fuerza y esperanza cabal o vierte profilácticamente —en beneficio del suministrados de la vacuna contra la decisión personal— recursos golosos, miserias aparte en el emisor y el receptor, llenos de humos y paciencia retórica.

    En otro orden de cosas, pasada la página incómoda, la clave de la comprensión está en los detalles, en la distinción; unos detalles y una distinción que requieren de un análisis pormenorizado. En apariencia esos detalles son peculiares, distintos; y aun así, envueltos en su distinción y etiquetados al detalle, surgen aspectos coincidentes. Nada inusual. Porque nada tiene de extraordinario la calificación de una corriente, tendencia o movimiento con el sufijo “ismo”: el que iguala en lo positivo y en lo negativo. Ninguno de ellos perdura sin adaptaciones, sin cosméticas de interpretación y sin cirugías que extirpen las inocultables trazas de los hechos consumados. Para corregir carencias y delaciones, se promulga un decreto —antiguamente edicto—  anulando el pasado molesto: lo anterior no vale. Pero este dictado vertido desde las alturas sirve parcial y temporalmente sólo. A lo anterior se une lo nuevo pasajero, lo nuevo que es circunstancial, rampa, pista, y lo nuevo que precede a la novedad que siempre guarda más sorpresas novedosas que serán introducidas a conveniencia de la factoría de mantenimiento del status quo.

    A la sensación, se anuncia, pronto le sucederá una novedad sensacional. También perecedera, por supuesto.

    El sistema no admite anclajes de hallazgos ni similares. El sistema rechaza los principios. El sistema crea sus métodos ajenos a la sensatez y a la racionalidad sin entrecomillado.  

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