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El reconocimiento implícito del fracaso (VII)

El terrorífico ex novo.

El mensaje cuyo destino no es la comprensión, bien porque el emisor ha renunciado al sentido bien porque la renuncia abarca la propia definición, sino que su destino oscila entre el ser admirado, asumido sin cuestionarse o rechazado de plano, carece de un valor universal y su refugio es el aislamiento.

    Atinar un juicio en el futuro respecto a las apreciaciones de presente es, además de arriesgado, un juego de presciencia que en alas del viento va y viene según se aproxima o aleja. Pero de lo que no cabe duda, y si cabe no es duda sino prejuicio, es que la tabla rasa por decisión del grupo dirigente anula la identidad del objeto y toda la historia que lo ha forjado.

    El resquebrajamiento de los principios, seguido de la quiebra de los valores, conduce a una nada relativista, o si se prefiere, a un relativismo en la nada. Un relativismo expandido por el paisaje hasta inundarlo, quizá habría que decir hasta ahogarlo, hablando en plata: hasta matarlo; y fenecido lo antes vivo, el futuro dibuja una naturaleza muerta que conserva de belleza el recuerdo de lo que fue.

    El advenimiento de la fealdad es una consecuencia del relativismo inoculado por los canales de difusión masivos. Y aún más en el sentido de la reversión: a la fealdad y al relativismo se adhiere la negatividad; y en paralelo a estos jinetes del apocalipsis posmoderno cabalga la hueste compuesta por el dolor, la desesperación, la angustia y el vacío opresor.

    Parece que los promotores del hundimiento persiguen la idolatría del odio, la adoración de la bestia; el sumiso aceptar del humano dirigido, ajeno incluso a la tradicional resignación, a la tiranía de la impiedad y la agresión. Y el anuncio rutilante por la autoridad en curso es que la alternativa a esa imposición es la muerte.

    Cerrado el círculo perverso, de catástrofe a catástrofe publicitadas en la inversión de los conceptos, se llega a rastras a los pies del infranqueable horizonte. Atrás, pero que muy atrás, queda difuminada la hondura de los cambios, el contraste entre las crisis y la seguridad y la diatriba feroz sostenida de verdugo a víctima por la esclavitud y la libertad.

    Hubo un tiempo en que el ser humano se creyó todopoderoso, avalada esta suposición por las conquistas científicas, el progreso económico, el desarrollo acaparador de la tecnología y el autoconvencimiento de un talento inagotable y superador de cualquier adversidad. Esta embriaguez de triunfo acabó con una terrible resaca de pies en el abismo. Caída de telón y teatro en penumbra.

    Esta experiencia demoledora ha penetrado en todos los ambientes.  

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