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Memoria recobrada (1931-1939) LVI

Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. La presente entrega expone la práctica criminal de asesinato masivo y ocultación de cadáveres, ya referida en otros artículos de Memoria recobrada, llevada a efecto por las milicias del Frente Popular republicano: socialistas, comunistas y anarquistas, en el paraje almeriense del Pozo de la Lagarta y en el toledano de la Mina de Camuñas.

Pozo de La Lagarta

En el municipio de Tabernas se encuentra la rambla de La Lagarta que, a su vez, nombra diversos pozos secos. El mayor de los pozos, tristemente conocido por los restos humanos hallados en su interior debido a la acción criminal de los milicianos del Frente Popular, es el Pozo de La Lagarta. A las personas allí conducidas por la fuerza de la violencia se las fusilaba o se las tiraba vivas con las manos atadas y señales de tortura; a las que llegaban muertas por estrangulación u otras causas provocadas, simplemente se los arrojaba dentro. Heridos, moribundos y muertos quedaban amontonados.

    Casi todas las víctimas procedían de las cárceles, checas y barco prisión Astoy Mendi sitos en Almería capital, aproximadamente a 40 kilómetros de distancia del Pozo La Lagarta, trasladadas en camiones por las milicias de las organizaciones componentes del Frente Popular republicano.

    La primera saca en la capital almeriense tuvo lugar el 14 de agosto de 1936, siendo conducidos en paseo los veintiocho presos de saca a la cercana playa de la Garrofa para fusilarlos. Siguieron las sacas y los paseos con la misma finalidad hasta el cementerio de Almería, el campamento militar de Viator al norte y lindante con la capital almeriense, el Barranco del Chisme en Vícar, el Pozo de Cantavieja en Tahal, la Playa de La Garrofa en Almería, y también los provenientes del campo de trabajo de la localidad granadina de Turón. Más de seiscientas personas, que han podido determinarse, recibieron este tratamiento criminal. La saca más numerosa fue la madrugada del 31 de agosto, conducidas las víctimas al Barranco del Chisme.

    Los pozos secos en la Rambla de La Lagarta sirvieron para ocultar los asesinados en el sitio y aquellos trasladados a tal efecto. Frente al Pozo de La Lagarta, una pequeña eminencia cumplió de improvisada atalaya y vigía evitando el acceso de personas que pudieran acudir al rescate de las numerosas víctimas.

    Cuando los fusilados ante el pozo no caían muertos sus lamentos llenaban el caliginoso aire difundiendo el mensaje inequívoco. Para devolver a la zona el silencio de un cementerio se arrojaron carretadas de cal viva, que acelerando por abrasión la muerte de los heridos además paliaba la fetidez emanada por los cadáveres.

Mina de Camuñas

Ciertos lugares de la retaguardia fueron elegidos por los frentepopulistas republicanos para llevar a cabo los asesinatos en masa y eliminar de la faz de la tierra los cadáveres, pruebas evidentes de ellos. En la provincia de Toledo correspondió una de esas tareas programadas a la antigua mina de plata sita en el municipio de Camuñas.

    A una treintena de metros de profundidad y sobre una sima formada por restos humanos yacen centenares de víctimas, la mayoría de imposible rescate e identificación, provenientes al principio de los pueblos alrededor: Camuñas, Madridejos, Villafranca, Consuegra, Turleque o Villacañas, y posteriormente, hasta el final de la guerra, de las provincias limítrofes.

    En la mina de Camuñas, siempre en la retaguardia, se asesinó durante los mil días de guerra y ese mismo tiempo en ella se arrojaron, cual despojos urgidos de eliminación, los cadáveres de asesinados en otros parajes.

    Los estudios y las catas realizadas por un equipo forense, deducen que en la sima del interior de la mina son por lo menos trescientos cincuenta los cuerpos, tan descompuestos y de imposible individualización, que bien pudiera alcanzarse una cifra harto superior.

    Los cuerpos de los asesinados en la boca de la mina caían en su interior a veces con vida, lo que prolongaba lo indecible la agonía del herido, a la que se ponía fin con granadas de mano, nuevos cadáveres encima, cal viva o el lento y doloroso paso del tiempo.

    Enterados de la noticia, cuando los familiares y allegados de las víctimas acudían a la mina solían escuchar los quejidos y demandas de auxilio.

    En los últimos compases de la guerra, los milicianos del Frente Popular republicano incendiaron la mina con gasolina para después taparla con un colosal manto de piedra que ocultara al mundo lo allí sucedido. 

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